Hace unos días me llegó un correo recordándome las fechas de mi viaje y la maleta que podía llevar conmigo. Ya estaba todo listo para el día siguiente. Me acomodé en el sillón, encendí la televisión. Entonces se pronunciaron las palabras que cambiaron mi vida: «por una pandemia, se cancelan todos los vuelos y se solicita que permanezcan en sus hogares». Fue como un balde de agua fría. Al momento me llegaron correos cancelando todos los planes que ya había hecho y otros muchos mensajes de amigos que iba a visitar diciéndome que me cuidara. Quedé en shock.
Pasaron los días y no hacía otra cosa más que ir de la cocina al baño, del baño a la sala, de la sala a mi cuarto y así por lo menos unas 5 veces al día. La televisión sólo daba noticias de cuántos muertos, de qué se les hacía a los que salieran de casa. Daban menos ganas de vivir.
Fue extraño cómo todo cambió de un día a otro, nadie lo esperaba ni sabíamos cómo actuar ante tal situación.
Pero todo dio otro giro completo en mi vida una semana después de la cuarentena.
Alguien tocó mi puerta.
Se me hizo bastante extraño, por lo que nada más me asomé por una ventana que daba hacia afuera. Era un señor vestido completamente de negro con gorra. Parecía desesperado y apurado.
Volvió a tocar.
Decidí preguntar quién era y qué se le ofrecía. Pero nadie respondía. Me asomé por una ranura que estaba en la puerta y vi que seguía ahí el señor pero no respondía a mi llamado.
Después de una interminable hora, el señor se fue.
Esa noche recuerdo que no disfruté mi comida. Para empezar se me acabó el gas, se me descompuso la estufa. Tuve que calentar en el microondas. Pero no pude saborear mi comida.
Lo más extraño sucedió al siguiente día. Sin otro aviso, irrumpieron en mi casa.
Era gente que conocía y gente que no conocía. Una ambulancia también había llegado.
Escuché estas palabras: «La cuarentena terminó hace dos semanas».
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