Nunca creí que esto sucediera aquí en mi mundo, a esta hora, en este lugar. En este sitio que avanza en forma de duda. Imaginé las muertes, el sonido de las ambulancias, los pasillos llenos de zapatos blancos, mientras la escena es la misma: rostros sufrientes y ajenos. Si hubiera otros universos iguales a éste con un lugar llamado tirra o terra o tiarra o turéa, qué importancia tendría eso ahora, cuando todo colapsa. Quizás en este instante se decidió en todos los universos posibles poner fin al caos simultáneamente con el mismo virus, entonces viene la muerte, el encierro o el pánico. Como en todo reacomodo hay seres que fallan y otros que triunfan.
Qué karmalidad para los que se creen invencibles que esto esté pasando también para ellos y que su pinche ego de mierda se resbale como sudor entre los ojos. Nada más y nada menos es que desgraciadamente en los universos posibles caeríamos en el abismo de la repetición: una, diez,cien, mil muertes. Endurecidos ya escuchamos detrás de las puertas los ruidos de una ciudad silente. Mientras el señor de los esquites grita bien fuerte y no paro de pensar en lo vulgar de mi deseo al recordar lo ricos que son y que tarde o temprano pasará en otro tiempo o espacio un ser que no teme a la muerte porque nunca existió -así como yo- al mismo tiempo que va caminando afuera de mi casa.
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