“¡Malditos turistas, loco, vienen a dejar su peste, pachi, puro bicho… puro camote los vatos…! ¡Qué iris loco…! No más te pongo uno chamaco, ¡púcutum!… Máscara, ¡la verga…!” Y así durante todo el recorrido en la costa, de Boca del Río al Malecón, se fue andando con su carrito de raspados Toñiño, increpando a los turistas que llegaron a la playa durante la pandemia. Su odio era inexplicable; en cuanto veía placas foráneas se descocía su boca en insultos. “¡Salamanquesas malparidas!” les gritaba alzando su brazo, por demás bronceado por las extenuantes faenas bajo el sol de Veracruz. Para Toñiño era una muestra de patriotismo jarocho no venderles ni raspados ni glorias a esos invasores que no guardaban la cuarentena. “¡Qué te pasa imbécil!” le dijo un hombre, tras bajar de un auto deportivo, fúrico por los rapapolvos del costeño, quien lo afrentaba durante una luz roja. “¡Negro asqueroso… quién te crees!”. Se acercó amenazante solo para recibir un machetazo certero y sorpresivo, justo en el cuello. Un chisguete de espesa sangre cubrió el parabrisas del flamante BMW. “¡Yo soy tu coronavirus, camotero hijo de tu puta madre!”. La sangre ennegreció a los pocos segundos, como un fango tropical que anunciaba desgracias.
En el Ministerio Público Toñiño no hizo el más mínimo intento por defenderse, aceptó los cargos y pidió que subieran sus declaraciones a you tube, “para ser famoso”. “¿Por qué lo mató?”, preguntó el juez antes de dictar una sentencia e irse a comer. “Porque esos turistas debieron estar en sus casas, como dijo el presidente, no que vienen aquí y dicen ay sí ay sí vacaciones y se ponen a gastar y a gastar, pero a uno no le consumen y lo miran feo. Mire señor juez, yo no tengo pa doctores y si esos cabrones traen un bicho a mí me carga la verga, si yo me muero a todos ustedes le vale madres. Pa su mecha. Así que sí, me da gusto y si a ese pinche pipope no lo mataba el coronavirus, lo mataba yo… o se ahogaba en el mar, como siempre pasa”.
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