Días de confinamiento. Días de superación, de resiliencia. Todo motivado, paradójicamente, por el ataque indiscriminado de un ser invisible, microscópico, ínfimo, no comparable a ningún ejército numerosísimo, a aquellos bárbaros de los primeros tiempos, a los guerreros legendarios o al tan temido, y más reciente, armamento nuclear. Un ser que se mueve con absoluto desconocimiento del mal que produce, con un poder muy superior, pero a la vez con una gran debilidad. Aunque lo único que persigue es su supervivencia como especie, lo cual da licitud a su comportamiento en este planeta donde la vida tiene que existir en sus múltiples formas y variantes.

Nos ha tocado a los humanos, como le podría haber tocado a cualquier otro ser vivo, ser el objeto de su ataque. Y como seres racionales nos invade el miedo, el pánico y, lo que es peor, la indiferencia, y esa es su gran ventaja para salir victorioso de esa batalla, que no pretende ganar en modo alguno, pero sí a nosotros hacerla perder si no tomamos conciencia real de que solo bastan unas simples medidas para erradicarlo. Una conciencia de colectividad, de solidaridad, de rechazo del individualismo y del desprecio por los demás. De hacernos ver cual es realmente nuestra propia identidad de humano, de ayuda al prójimo, de cooperación ante la adversidad, de supervivencia.

Y unas básicas normas de higiene.

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