Es la primera vez que cae en la cuenta: en el tercero, justo a la altura de su ventana, vive una mujer de unos setenta años, y parece que vive sola. En el segundo, una familia de tres niños, los padres y la abuela. Ayer, cuando se asomaron para los cinco minutos de aplauso homenaje a los sanitarios que tanto están haciendo en esta difícil situación, lo descubrió. Anteayer, apenas se asomaron unos pocos —el sonar de las palmas era casi imperceptible—, pero en el primer piso le pareció reconocer al zapatero de la avenida. No tenía ni idea de que vivía ahí. Mientras aplaudían, se sonrieron. Ayer hubo más ventanas abiertas con personas que se sumaron al emotivo momento y hoy espera con ganas que llegue la hora de salir; de seguro, que serán más los saludos. Ya casi, como viejos conocidos.

Todavía queda cuarentena por delante; es posible que cada vez se estrechen más los lazos entre ellos. Es la primera vez que se enfrentan a algo así. Ojalá que cuando esta situación se haya controlado y salgan a la calle, para ir al trabajo, a las compras, de paseo…, continúen saludándose y hasta se paren unos con otros y esta vez, ya sin restricciones, se abracen.

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