El planeta tose, la humanidad se contagia y volvemos a las cavernas.
Los dinosaurios fueron exterminados con un meteorito. Nosotros, los Homo Deus, nos creíamos invencibles.
El planeta tenía fiebre, los polos se estaban derritiendo ¿Qué más da? Acelera.
El planeta se está ahogando, llama al 112, comunican todas las líneas, la UVI está atestada. Se mueren. No quedan tubos para los sin techo, que dejen ya de chupar del bote, así nos quedará más para las pensiones.
Se acabó.
El planeta ha pulsado el botón de stop de nuestro mando a distancia.
Ahora podemos observar nuestras sombras.
Al calor del fuego de nuestras pantallas. Con las neveras llenas y papel del wáter. Confinados y unidos, por la red. Aplaudimos a las ocho. Cacerolada a las nueve. Demagogia a todas horas.
Cerrad la puerta. En unos días, semanas e incluso meses, no podremos escapar de nosotros.
Sin el ritmo frenético de esa rutina que nos aturdía conectamos con las raíces de nuestro vacío existencial.
El abismo: la ausencia de humanismo.
Hoy pesan las sonrisas que no devolvimos, los abrazos que esquivamos, los besos que evitamos.
La falta de tiempo.
Ese tiempo que perdíamos en cada trayecto, en la oficina, produciendo para consumir, ese tiempo que robamos a nuestros hijos, padres o amigos, frente al televisor, ignorando ese parque que ahora nos prohiben transitar.
El planeta tiene un virus, hay miles de muertos y enfermos y tú, te quejas en casa.
Ahora sí tienes tiempo: Crea. Escribe. Pinta. Lee. Estudia. Di te quiero. Besa. Limpia el polvo. Airea los armarios. Haz el amor. Quizá no sea el mejor momento para un affair.
Este meteorito no acabará con la humanidad. En eso tenemos más suerte que los dinosaurios. No lo olvides.
Ojalá cuando todo esto acabe, nada vuelva a ser igual.
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