El viento mueve lentamente cada hoja que se encuentra en el frondoso árbol enfrente de mi casa, a pesar de ser invierno el árbol es rico. No tengo ni idea de árboles, ni de pájaros, flores, gallinas, plantas, vacas… de la vida en el campo…supongo que hay tantas cosas de las que no se nada.
En estos tiempos que corren, la gente se empecina en que el mundo nos está dando una lección. Como si la naturaleza quisiera recordarnos algo que habíamos olvidado. Puede que sea cierto, tendría sentido, si es que algo lo tiene ahora mismo.
Cine, teatro, literatura, la cultura… ¿Cuando volveremos a poder disfrutar de una pantalla de cine, un escenario o una cerveza con los amigos? Placeres que parecían tan sencillos… Malditos humanos, dando siempre las cosas por hecho, malditos seamos. Malditos estamos siendo.
Todos en casa, sin poder huir, que es lo que mejor se nos da, huir del dolor, de las discusiones, de los momentos incómodos, de nuestros jefes, de los silencios, de nuestras madres, de nuestros hogares… ¿Que pasa cuando no hay a dónde huir? ¿Que pasa cuando hay que quedarse en casa pensando? ¿A donde estamos corriendo constantemente?
Que irónica puede ser la vida, obligándonos a reflexionar, a estar quietos. A pensar en no ser el ombligo del mundo, a pensar en los sin techo, en los alcohólicos, en los enfermos mentales, en los encarcelados…
No sé si saldremos de esta convertidos en mejores humanos. Puede que darle un respiro a la huella ecológica por un rato sea lo mejor que nos haya pasado, pero también puede ser que si nos quedamos encerrados mucho tiempo en nuestras casas, en la penumbra, en la individualidad, en el miedo, en la frustración, en nuestras cárceles mentales…puede que entonces… se nos olvide que es lo que estamos intentando salvar.
Mientras tanto yo seguiré en mi jardín, en mi mundo privilegiado, viendo como ese árbol sigue ondeándose con el viento, ajeno a todo nuestro dolor.
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