Una semana de Pascua decidí hacer ayuno solo en casa para curarme de un mal que he olvidado. Lo duro no fue el hambre, ni la soledad, ni el silencio que me retumbaba en la cabeza. Lo difícil era sentirme diferente, excluido, raro. Adelgacé cuatro kilos que no me sobraban y cumplí con mi misión ciertamente absurda. Porque qué sentido tiene aislarse cuando las cuadrillas se juntan, la merienda, la cometa, la tarara. Así fué, así sufr´ entonces. Ahora cada minuto del confinamiento me hace disfrutar. Al fin estáis todos conmigo y sabéis que es estar perdido en casa.
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