Primavera con «p» de pandemia.

I

Hace un mes Gabi venía a recogerme en su coche para ir juntas a entrenar. Tía, esto del coronavirus me empieza a preocupar. Yo no tenía ni idea de lo que estaba hablando y cuando me lo explicó solo se me ocurrió decirle: Eso es Estados Unidos que quiere cargarse el mercado chino. No le dí demasiada importancia y estuve varias semanas llamándolo cronovirus pensando que ese era su nombre real. Y aquí estamos ahora, casi una semana de confinamiento. La verdad es que no encuentro mucha diferencia entre esto de la cuarentena y un agosto cualquiera, pero es que yo odio el agosto. Cuando Pedro Sánchez nos anunció que entrábamos en estado de alarma decidí que no iba a ponerme bragas, ni lavarme el pelo hasta nueva orden. Pero todos los días me calzo antes de salir al salón. A eso de las ocho de la tarde la gente sale a los balcones a aplaudir, aunque en mi barrio también ponen música. Ayer pusieron a Chayanne y a Camilo Sesto, seguido del himno de Valencia. A mí no termina de gustarme, me siento como cuando Papá y Mamá me llevaban a las a manifestaciones de NO A LA GUERRA, o a las asambleas del 15M. Es emocionante pero yo solo puedo participar como un espectador muy lejano. Esta mañana me he despertado con la idea de que nos vamos a perder la primavera y no me he puesto las zapatillas. Llevo unos días pensando en cortarme el pelo, así que Dani ha escondido todas las tijeras de la casa. Estoy esperando que den las ocho a golpe de cacerolazo para salir al balcón mientras me saco pelusillas del ombligo, cronovirus no era un nombre tan desacertado después todo.