Resultado de imagen de CASA ABANDONADA EN EL CERRO

Quiero irme de este lugar. Ahora que ya nada me ata a su casa vacía y ruinosa. Sólo tengo que pasar esta última noche. Seguro que mañana todo estará arreglado: el coche, desvencijado junto al camino; los papeles de la herencia; las instrucciones de compra.

(La señal del móvil se pierde, apenas si cruzamos dos palabras, querida, ahora estarás en la cocina preparando la cena y esperando que aparezca por la puerta, no, no te preocupes, estoy bien, la habitación es pequeña y cálida, y tomaré cualquier cosa).

Sí, la habitación es pequeña, mal iluminada por una bombilla desnuda que cuelga de un techo extrañamente alto. Hace frío, aunque recuerdo haber venido en mangas de camisa, con la ventanilla abierta, llenándome de este aire de sierra, lejos del calor pegajoso del asfalto.

(Llévate este abrigo, allí no tendrás mi cuerpo para darte calor, mujer, sólo serán dos días, vemos la casa y cerramos el trato). Pero nadie ha venido. El día no se llenó de voces.

(He intentado llamarte, he subido hasta este pequeño cerro, por pillar cobertura, qué noche, amor, si la vieras, un silencio de estrellas aquí arriba).

¿Nunca fueron felices? A pesar de los ruegos y de las enfermedades, nunca quisieron abandonar la casa. Me parece escuchar sus quejas cuando pasaban unos días en el piso, como dos muebles extraños en una ciudad ajena, contando las horas para el regreso. Tú me asegurabas que hice lo que tenía que hacer, y en verano iremos con los niños y arreglamos la casa y puede que se decidan por fin.

Eso pienso mientras vuelvo iluminándome con la literna del móvil (lo intentaré más tarde, querida). ¿Estaba tan apartada la casa?

Hace frío, como de tanatorio sin calefacción. Curioso, pensar en ellos ya tan lejos de todo, incluso de este lugar, y elegir marcharse juntos (el médico aseguró que no sufrieron, que dormían y dejaron de respirar, como este pueblo, en algún momento). Me duelen las piernas, aunque no subí tanto. Los mismos cerros que subíamos juntos, detrás de las becerras, anestesiados por la altura y lo verde.

Me envuelvo en el saco de dormir y pienso en sus vidas, hasta que el sueño o -¿es el frío?- me vence.

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