Había sentido lo serio de la despoblación tantas veces que ya no sabía si, ella habitaba sóla enel mundo o si era el mundo el que la obligaba a habitar en él.
Con 87 años a sus espaldas, dos hijos y una nieta, Trinidad había visto caer las sociedades más estructuradas, los pueblos más utilitarios y los edificios más concurridos. Había visto caer hasta las familias más unidas, o hasta incluso, la suya propia.
Padecía de vejez, y así poco a poco, se despoblaba ella misma, sola y lenta se apagaba, porque sí, las ganas y la enegía también sufren de despoblación.
El inminente Alzhéimer la despojaba de sus recuerdos y así, de su identidad. Porque sí, la memoria también sufre de despoblación.
Había pasado de poner la danza del fuego fatuo casi cada día a enterrar su música en el más puro silencio de una casa vacía y sombría, sin entusiasmo y sin pasión por el flamenco porque sí, el tímpano y sus percepciones también sufren de despoblación.
Había pasado de cocinar pimientos fritos a calentar comida caducada en un horno viejo.
Ya ni bebía gazpacho con cominos ni comía habas con jamón, porque sí, el gusto y sobretodo los labios, también sufren de despoblación.
Había dejado de pasear por las calles de aquel pueblo de la sierra de Granada, a recorrer automáticamente la longitud de aquel pasillo húmedo y oscuro, porque sí, las piernas y su movilidad también sufren de despoblación.
Y sobretodo, había perdido aquel sentido de pertenencia, aquel amor, aquella devoción por su tierra porque lo cierto es que el corazón y los recuerdos, también sufren de despoblación.
Y al igual que la tierra, las personas se secan y añejan.
Y al igual que los ríos se vacían, las entrañas se desecan, y al igual que los bosques se ensombrecen nuestras almas se oscurecen.
Y al igual que los pueblos silencian sus clamares se detienen nuestros andares.
Y así todo queda en nada, como si de la nada hubieran nacido.
¿Ciclo de la vida o mera destrucción?
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