Una cruz sin nombre (HU)

Una cruz sin nombre (HU)

Hoy llueve en el cementerio. Quien escribe observa mi cruz y piensa por mí. El invierno se acerca un año más, la naturaleza nos invadirá otra vez en primavera, pronto no seremos ni tan siquiera recuerdos, solo restos arqueológicos sin identificar.

Esta es la historia de alguien que no existe, que no sé si llegó a existir alguna vez.

Escribo estas palabras a través de la memoria de un desconocido, que solo supo de mí por boca de otros, que también supieron de mí por otros. Solo soy los restos imprecisos de una memoria heredada, un nombre en una partida de nacimiento, una cruz sin reseñas, olvidada a los pies de una pared que se rompe en un pueblo difuminado año tras año por el olvido.

Mi nombre es Modesto, nací en 1921 y no recuerdo cuánto tiempo viví. Dicen que morí de tosferina con cuatro o cinco años. Tampoco lo recuerdo, nadie lo recuerda. Realmente poco importa…

Mi madre se llamaba Generosa. Fue la segunda mujer de mi padre Ramón. Siempre fue rara, muy rara. Hoy supongo que estaría diagnosticada y tomaría algún fármaco para apaciguar sus manías. Quizá fuera bipolar o paranoide… quién sabe. Hace cien años, en un entorno áspero con más cuestas que bajadas, simplemente estuvo loca.

La casaron en 1920, con un primo que ya tenía tres hijos varones y el desorden de la pérdida de su primera mujer. Llegó a la casa para cubrir la vacante, un entorno hostil donde siempre viviría en último lugar.

Un año después nací yo, Modesto Día Día, rubio y de pelo rizado, un intruso en una mesa con las cartas ya repartidas, donde tres huérfanos, mis hermanos mayores, crecían desordenados por el luto a la madre muerta, la primera, la verdadera, la que yace en el cementerio junto a mi padre.

Me gustaría pensar que mi existencia fue un bálsamo para mi madre, años de felicidad y de cierta cordura, no sé… Lo cierto es que con mi muerte, mi madre abandonó la razón y se perdió entre nebulosas.

Hoy sigo en el viejo cementerio sembrado de pinos, rodeado de cruces con nombres, fechas y fotos. Mi cruz está sola, arrinconada contra la pared de la iglesia que pronto caerá, sin datos de mi existencia, sin imagen de mí.

¿Cómo se recuerda a alguien del que apenas hay rastros visibles?
Solo los fantasmas pueden mantener el recuerdo.

Quien escribe por mí estas palabras es alguien que jamás vio una imagen mía y que descubrió mi nombre en una fotocopia de una partida de nacimiento. Pero vivió con mi madre, disfrutó de sus rarezas, jugó con sus fantasmas. Nunca la sintió loca, siempre la vio diferente, como una hechicera enjuta y llena de arrugas. Siempre vestida de negro, una persona real envuelta en la ficción de sus pesadillas, pasando la vida condenada por su género y su tiempo.

Sirva este recuerdo como nuevo latido, un breve flujo de sangre que aparece y desaparece en la memoria.

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