Mientras cerraba los ojos, soportando el ruido molesto de la máquina de resonancia magnética, mientras tenía la sensación claustrofóbica de no poder moverme, lamentablemente tenía que estar ahí, para que me descarten una posible operación a la cadera, el olor a metal, venían a mi mente recuerdos del asentamiento minero en el que era un empleado más, aún soltero, el frío era desgarrador pero lo más insoportable del humo de la fundición minera toda la ciudad estaba llena de humo de todos esos metales que se fundían en la Ciudad de la Oroya tanta gente, que como yo trabajábamos para obtener algo de dinero y tener una mejor vida no obstante que poco quedaba de ese lugar… recuerdo como me decía Victoria,
– oye Pablo este humo nos está matando siempre toses, los chicos vomitan no pueden respirar, creo que los vecinos que murieron el mes pasado, fue por eso, vayámonos de esta ciudad, si no también moriremos…
Victoria no insistas, me ascenderán seré el supervisor que fiscalizaré al grupo que va a Cerro de Pasco, me darán más beneficios, eso será bueno para todos mujer, ya no te preocupes, mira más allá, no seas conformista y lastimera, total todos nos vamos a morir unos antes y otros después.
Yo no más te digo, después no te lamentes, tu hermano Braulio me dijo que le temblaban las piernas y no podía respirar…
Me llamaron cuando llegaba de supervisar, para darme las condolencias, mi hermano Julio el más joven, había fallecido, él trabajaba en la fundición, cuando fuimos a ver a la morgue para hacer los trámites de retirar el cuerpo nos dimos con la sorpresa de que era uno de los doscientos fallecidos por causas desconocidas, según ellos… una de las enfermeras me dijo: Pablo tienes tus hijos, váyanse a Lima aquí solo muerte habrá, me quede desconcertado y caí inconsciente.
Al despertar escuche a mi esposa llorando con mi hija la menor, -Papá tú no te vas a morir… ¿verdad? Enmudecí por un momento, no sabía que decir pero debíamos separarnos: -hija, tu mamá, tus hermanos y tu irán a Lima yo me quedare aquí trabajando y les mandare plata, para que vivan en Lima, allá van estudiar y todo va estar bien. Aunque nada será igual. Poco a poco la gente era menos, empezaba la desolación.
Los meses, y años pasaron, la gente fue abandonando sus casas, el humo de la fundición era insoportable, todos padecían enfermedades en los ojos, piel, pulmones, cáncer entre otras enfermedades. Tenía que jubilarme para estar con mis hijos, pero parte de mí, estaba en esas calles, en el frio inhóspito, hasta en el humo toxico, el temor me invadía sería un desempleado, viejo que iba hacer, me dolía la espalda… con riesgo me jubile abandone los pueblos de la sierra, la fundición había vencido…
Mientras los enfermeros me decían: ¿se siente bien? Me limite a responder: ¿Terminaron? Ya quiero salir de esta máquina, llevo más de 15 minutos.
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