El Delta olvidado

El Delta olvidado

Javier Guirin

17/11/2018

Naci en un Buenos Aires distinto, lejos de los bares, el café, el bullicio del tráfico, los colectivos y los taxis con techo amarillo. Sucedió en un día de diciembre de mil novecientos setenta y cuatro, en un hospital de la provincia ubicado sobre una de las márgenes del río Paraná Mini. No soy porteño, no nací en el duro cemento de la ciudad, nací entre arroyos y ríos, en el Delta del Paraná. Y a pesar de los años transcurridos conservo mis raíces que no saben separarse de tanto verde y es por eso por lo que cada tanto vuelvo en busca de gente que se marchó incluso antes que yo, pero que jamás volvió sobre sus pasos en esa necesidad de no olvidar ese pasado que ya no es; pero dejando sus recuerdos visuales y cada vez menos tangibles. Con todos esos pensamientos en mi cabeza navego por las aguas del arroyo donde aún está en pie la casa de mis viejos y donde viví veinte años de mis cuarenta y tres. Ningún recuerdo se parece a la realidad que mis ojos descubren metro a metro. Muchos de aquellos barcos que recuerdo haber visto navegar cargados de madera o fruta del Delta, hoy están abandonados, varados en las costas y con sus cascos totalmente deteriorados.

Recuerdo que el éxodo fue lento y los jóvenes fueron los primeros en comenzar a marcharse impulsados por las pocas alternativas laborales. Nuestros vecinos fueron desapareciendo casi en silencio, Carlos el único mecánico y carpintero naval de la zona tenía un taller del cual hoy solo quedan un par de maderas amontonadas y de su casa solo puedo adivinar el techo, todo lo demás fue devorado por la naturaleza.

Muñoz uno de los pocos mimbreros que había en el lugar, con tan solo mirar su muelle hoy vacío y enclenque, me parece continuar viendo su silueta con el cigarro en la boca, mientras arroja su línea de mano a las aguas marrones del arroyo en la espera de que la isla le regale algún bagre amarillo para cocinar en la sartén.

El almacén de don Luis aparece frente a mis ojos y entonces los recuerdos me inundan, era el lugar del encuentro dominguero de todos los vecinos. Luis sintonizaba en la radio los partidos de su querido Club Atlético Independiente y si hacían un gol, todo el mundo lo gritaba, incluso los hinchas de Racing. Pero él tampoco esta y de aquel almacén, solo queda un viejo cartel. Todos fueron marchándose cuando la madera fue perdiendo su precio y las sudestadas hicieron el resto, el agua subía y se llevaba todo a su paso. Las quintas frutales sufrieron pérdidas importantes y la situación de los quinteros que ya era difícil se complicó aún más, debido a que la fruta del Delta había perdido protagonismo ante la aparición de alternativas de otras zonas y terminaron renunciando a todo. Ya no queda nada, solo el sueño de que algún día la isla vuelva a renacer.


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