Descubrimiento y regreso

Descubrimiento y regreso

Tenía seis años cuando vine por primera vez a España con mi madre y mi hermana para conocer a la familia. Mis padres habían huido a Francia y pasado por los campos de concentración en 1939.

Fue un viaje épico porque había familia tanto de mi padre como de mi madre en muchos lugares de la península.Para llegar a la casa familiar de mi padre, un pueblecito manchego de la provincia de Cuenca, cogimos el tren desde Barcelona, luego un autocar, después de dos horas de espera otro autocar y, finalmente concluimos el viaje en una galera tirada por 4 mulas ¡Qué divertido me pareció todo aquello! Llegamos por fin al pequeño pueblo y, en casa de mi abuela se había reunido una gran cantidad de gente. Nos los iban presentando. Resulta que todos eran familiares y parientes. Yo que no entendía mucho el castellano, no me aclaraba con toda la filiación. Me dedicaba a sonreír y a comer unas magdalenas deliciosas que mi abuela había hecho y servido para la ocasión.

Al día siguiente tuvimos que ir a buscar agua ya que no había agua potable más que en unas fuentes a 8 Km. del lugar. Fuimos en mula y burra. Como yo era pequeña y un amasijo de huesos pude hacer el viaje a lomo de la burra, los demás tuvieron que ir andando. ¡Cómo me gustó eso de ir a buscar agua! Me parecía el pueblo más maravilloso del mundo. Estuvimos 3 días que para mí fueron de continuo descubrimiento. ¡Ni siquiera el uso del corral para las necesidades fisiológicas logró disminuir mi entusiasmo!

Volví al pueblo hace unos años en ocasión del fallecimiento de la única tía que me quedaba. Fuimos a ver la casa de la abuela. La fachada se conservaba idéntica a como la recordaba. Fue sólo al abrir la puerta que pudimos observar que en algunos trozos el techo era estrellado, de una infinita belleza. Y es que el tiempo había hecho su trabajo a diferencia del hombre que nada había hecho. Se salvaba de la ruina una sola habitación; incluso el corral, habitado en otros tiempos por gallinas y conejos, había sido invadido por toda clase de materiales, piedras, hierbas hasta un árbol que había crecido atravesado como para impedir la entrada y ver el desmoronamiento interno. Me dio mucha tristeza. Quedaban muebles, algunos medio podridos por la lluvia y la nieve que les alcanzaba y que la carcoma devoraba con avidez, restos de vida en los cajones que los ratones se entretenían en hacer desaparecer. Cogí un paquete de cartas escritas por mi padre y sujetas con un elástico que estaba todavía intacto o casi. Ese fue el único recuerdo.

No sé si alguien reconstruirá la casa y si existe la voluntad de salvar el pueblo, del cual la casa de mi abuela no es más que una más,lo que sí sé es que esa casa y ese pueblo llenaron de fantasía mi cabeza infantil

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS