Viví en un barrio modesto de la ciudad de Buenos Aires hasta que me casé a los 22 años.
Se llama Constitución por su proximidad a una estación de trenes y buses con el mismo nombre.
Entonces era un barrio con características particulares, o tal vez su particularidad tenga que ver con mis recuerdos. Era populoso, ruidoso, mezcla de edificios franceses venidos a menos y casonas grandes de inquilinato.
En la esquina de mi casa había un almacén como las de entonces: el azúcar se vendía suelta envuelta en un papel blanco , las galletitas se exponían apiladas en cajas de forma cúbica con un vidrio al frente de forma circular que permitía ver su contenido, los caramelos se compraban también sueltos.
El así llamado Mercado Proveedor del Sur era un lugar muy frecuentado por mí de la mano de mi mamá. Me encantaba caminar por esos pasillos llenos de olores y colores, ruidosos, llenos de señoras haciendo sus compras y donde se exponían todo tipo de frutas y verduras, carnes , pollos, papas, cebollas, huevos y algunos artículos de cocina como cacerolas, platos, cubiertos, coladores, repasadores.
Muy cerca de ahí había una mercería, una peluquería, dos zapaterías y dos calles ocupadas por tiendas de venta de géneros para confeccionar ropa ( una de ellas era de mi papá y sus hermanos).
También había dos cines donde, junto con mis primos , solíamos pasar las tardes de los sábados viendo tres películas mientras comíamos maní con chocolate o unos pequeños bloquecitos de helado.
La Martona era mi lugar favorito, allí mi papá me llevaba a merendar submarino (un vaso alto de leche con una tableta de chocolate de taza dentro) y medialunas con dulce de leche.
También aparecen en mis recuerdos la pizzería donde comprábamos los domingos a la noche una grande muzzarella , que había comerla con mucho cuidado para no mancharse con el aceite; el tiovivo a la que me llevaban casi diario, y la casa de la señora que me curaba el empacho y a la que lo le tenía mucho miedo.
Cuando me fui para casarme el barrio ya no era el mismo.
TODAS, sí todas las construcciones a lo largo de varias calles fueron derribadas para ensanchar la Avenida 9 de Julio ( la más ancha del mundo con 140 metros de lado a lado ). Y con esa demolición se fueron el mercado, la pizzería cerró ahogada por los escombros, el comercio familiar no resistió el polvo y la suciedad, cerraron los cines y el almacén .
A cambio colocaron semáforos y pasos de cebra por doquier . Los autobuses que actualmente circulan van pisando con sus ruedas los restos sepultados bajo el cemento de lo que alguna vez supo ser el barrio de mi infancia .
Hace poco le escuché decir al prestigioso escritor israelí Amos Oz: «lo que se te perdió en el tiempo no lo busques en el espacio, escribe un libro, un poema, unas memorias».
Decidí seguir su consejo.
OPINIONES Y COMENTARIOS