Llegué por la mañana, en un día nublado, el cielo estaba cubierto de gruesas y extensas nubes grisáceas y blanquecinas, debajo, el camino de terracería parecía menos accidentado, y a los lados, lo que antes eran campos de cebada y trigo, ahora sólo son altos pastizales. No hay ovejas ni pastor, ni caballos se miran a lo lejos en las colinas.

Las copas de los árboles se difuminan y se mecen con el viento, y los valles se dibujan majestuosos a lo lejos, pero, nadie más los mira. Nadie camina en los senderos. La cruz de la entrada, parece abandonada, ya no hay flores a sus pies. Entre las calles, el viento corre solitario, silbando entre rendijas, lastimando por momentos el silencio insoportable. Silbando para escucharse al menos a sí mismo. Ninguna mirada advierte mi presencia, sólo las casas, el peñasco y la historia me contemplan. Es Paredón, el pueblo que vio crecer a mis abuelos, y que tantas alegrías me produjo cuando niño. Ya no queda nadie ahí, sólo recuerdos, recuerdos sin dueño, junto a los míos. Se han ido, se fueron tras sus sueños.

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