Todos decían que estaba loco y yo era la única que no lo creía, pues una vez me salvó la vida. Todo comenzó en As Veigas, un pequeño pueblo de Asturias en el que yo nací. Hoy en día está dedicado al turismo rural, la gente acude a este pueblo para ver la hermosa iglesia del siglo XVII y su particular arquitectura. Además ya está completamente deshabitado. Algunos dicen que el único habitante de aquel lugar es el espíritu del loco que aún habita allí.
Todavía sigo sintiendo la necesidad de ir, para despedirme del que fue el pueblo de mi infancia antes de morir. Pues me queda poco tiempo.
Un mes después
-Bueno mamá ya estás en tu amada As Veigas. Estarás contenta ¿no?.
-Lo cierto es que sí, ver mis tierras me trae tantos recuerdos , buenos y malos pero recuerdos son.
-Deberías ponerte la chaqueta, aquí afuera hace frío y enfermaras más.
-Vamos, haré un té caliente y me acostaré. Estoy cansada, el viaje en coche ha sido largo, desde la ciudad.Acaba de amanecer y no se oye nada, y si se llegara a oír algo, sería el silencio. Desde la ventana de mi antigua habitación veo la casa del loco y recuerdo aquella noche. Era pequeña, me adentré en el bosque y un enorme lobo comenzó a seguirme, yo era su presa estaba apunto de cenarme. Pero entonces ese misterioso hombre salió de la nada y con sus gigantescos brazos alzó un hacha con la que le partió el cuello en dos al animal. Yo quedé herida, él me llevó a su casa y me curó. Pero mi madre y todo el pueblo decidieron ir en mi búsqueda, dada mi tardanza en regresar a casa. Al enterarse que quién me tenía, era aquel que llamaban “el loco”, se imaginaron lo peor. Todos le llamaban así porque decían que mató a su esposa y que desde entonces hablaba solo. Si desaparecía algún niño en el pueblo le echaban la culpa a él , si moría alguien también, parecía que todo lo que ocurriera es As Veigas era culpa suya.
Tras enseñarle a mi primogénito la aldea con sus extensos campos y la antigua parroquia del concejo Asturiano de Tratamundi, fijé de nuevo mis ojos en la casa del loco. Algo se movió dentro, pensamos que sería un zorro pero ante la duda decidimos entrar. Entonces le vi, estaba allí, vivo, no muerto como contaban. Mucho más anciano que yo pero vivo, ante mí, el último habitante de As Veigas. Pueblo que creían definitivamente abandonado. Entonces le dije quien era yo y aunque ya no me recordaba debido a su avanzada edad, le dí las gracias. Ahora ya podía descansar en paz, si el cáncer me devoraba por dentro, sabía que al menos había podido ver mi pueblo por última vez y que éste no estaba del todo muerto como yo. Sino que aún quedaba un último superviviente. Un ejemplo puro de perseverancia y amor por su tierra natal.
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