En la tierra de Felicia

En la tierra de Felicia

Zoe Liberman

02/11/2018

Felicia se despertó esa mañana desconcertada, aturdida, frotó sus ojos con sus manos, las sintió frías y temblorosas, cuando se incorporó recordó que había tenido una terrible pesadilla, había soñado que caminaba por la ciudad, al principio sólo se veía extraña pero a medida que caminaba se daba cuenta que se trataba de las mismas calles que recorría casi cada día desde su infancia, estaban desiertas únicamente ella y la fría brisa que azotaba el lugar parecían existir.

El cielo era gris y oscuro, Felicia se empezaba a inquietar, sus pasos se apresuraron y comenzó a tocar las puertas de las casas, a entrar a las tiendas donde compraba, pero no había nadie, sólo ella, las casas se veían viejas y deterioradas, sus techos parecían caerse y el pasto de los jardines era tan alto que apenas le permitía llegar hasta las entradas.

Sabía que se trataba de su ciudad, tenía un aire familiar, pero le costaba reconocerla, las tiendas estaban vacías, sus estantes no tenían nada ya y en las mesas de los cafés no había comensales ni manteles, la joven empezó a llorar, corrió hasta su casa, pero tampoco había nadie allí, tocaba las puertas de sus vecinos, pero nadie abría, las luces de las casas estaban apagadas, la ciudad parecía muerta.

Felicia, angustiada, comenzó a correr sin saber hacia donde iba, cuando de repente un quejido lastimero la detuvo, un anciano famélico se encontraba a un costado del camino, junto a él un pequeño niño esquelético sollozaba; la chica se dirigió hacia ellos con un nudo en la garganta y preguntó

  • -¿dónde están todos?-
  • -Se fueron – contestó a duras penas el anciano
  • -¿Adónde? No entiendo que ocurre, he caminado por toda la ciudad y no he encontrado a nadie más, todo esta destruido y abandonado – respondió angustiada la joven mientras intentaba tomar al niño para ayudarlo
  • – ¡Vete!, sigue el camino, debes irte también-
  • -No puedo dejarlos aquí, déjenme ayudarlos o buscar a alguien que me ayude a llevarlos a un hospital- dijo Felicia
  • -Ve a dónde puedas ir, no me puedes ayudar porque entonces no podrías escapar, estamos muy enfermos, no hay nadie en el hospital, no hay medicinas, debes ir a donde halla algo que comer, sigue el camino y ya te encontrarás con el resto-le aconsejó el anciano
  • -No entiendo que ocurre, ¿por qué se fueron todos? – insistió nuevamente la joven
  • -¿Es que no lo recuerdas?, ha sido tan lento que a penas nos dimos cuenta como llegamos hasta aquí, el hombre del poder nos quitó todo, ahora sólo queda él, y nuestras lágrimas, no queda más- dijo el viejo sin fuerzas, apagándose, mientras el llanto de la joven al recordar inundaba la ciudad.

En ese momento Felicia despertó del sueño, se levantó de su cama y caminó hasta el balcón, una fila de personas con cabeza baja caminaban con sus bolsos a cuesta, levantó la vista al cielo, viendo como las negras nubes anunciaban la tormenta.

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