¡La encontré muerta!, a Okuma, sobre el piso agrietado yacía inerte, sus brazos dorados cubrían el manto radiactivo del suelo. Su cabellera pelirroja, desordenada y sucia dormía sobre la mugrosa calle testigo del tiempo. Su cabeza unida por su finísimo cuello parecía zafarse del cuerpo dejando paso al silencioso llanto del cielo. Las calles unidas por cables desnudaban el silencio y solo perros moribundos alimentaban su ego. Su rostro sucio, sus ojos inertes contaban su historia perdida en el holocausto. A la ciudad le faltaban sus piernas y su torso desnudo quedaba testigo de la soledad.
En el vestigio de los vientos cargados de uranio, las almas emigrantes recorrían las horas y los pensamientos se detenían en las esquinas a mirar el despoblado corredor de infinitas calles donde ya no quedaba espacio para soñar.
Los cordeles colgantes de luz se anudaban amarrando las casas unas a otras para que sostengan las calles donde caminaban solitarios los espíritus.
El fétido olor de la humedad prendida a las paredes derramaba un hediondo olor que penetraba por la máscara que cubría mi rostro y se alojaba en mis pulmones provocando vomito. Me daba miedo respirar, parecía que mi mente daba señales alertándome de la radiactividad. Yo sabía que solo era miedo, los niveles habían bajado y no había peligro, pero la mente no entendía la razón y se aferraba a la supervivencia, aún recordaba el día que tuvo que salir, huyendo, lejos de la muerte.
Al caminar sobre las veredas sentía las miradas, escondidas entre las ventanas, voces susurrantes me llamaban en cada puerta. El viento fragante y fresco traía el aroma dulce de otros puertos. En la búsqueda, cada casa se parecía a la mía, perdida en algún sitio de aquel huerto cobrizo sin alma.
Mi mirada se detuvo, por un instante a recordar; el gran corredor con bulliciosa gente que correteaba abriéndose paso, llenando los espacios. Allí, adornada de luces y avisos de tiendas y comercios alegraba la mirada cubriendo de energía a la gente que se marchó aquel día, el plomizo cielo la reemplazo y despobló la calle.
La encontré, subí por las escaleras oscuras, los recuerdos volvieron rápidamente hacia mí, el día que alegre reía con mis hijos al regresar de la escuela y mi esposa parada al filo de la puerta esperándonos, empujé la puerta, se desplomó, me abrí paso entre las telarañas supervivientes que habían poblado la sala y lo vi, a lo lejos, lo vi colgado aferrándose al tiempo. Lo retire de la pared, limpie el polvo que cubría su rostro y rescate la única foto que quedaba; pude sentir sus almas abrazándome desde el infinito cielo, limpiando mis lágrimas, cuidando mi soledad.
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