¿Sabes que ha muerto el Tío Eusebio?; me dice mi amigo Marcos vía Whatsapp. Y no lo sabía, pero la cosa no pintaba bien cuando hace casi dos semanas me fui de Fuentelahoya; Eusebio está ingresado y creo que esta vez lo tiene difícil; me dijo Juana, la dueña del bar de mi amado y pequeño pueblo, el mismo bar, de los tres que hay, donde jugaba casi cada tarde de verano al guiñote, con Marcos de pareja, y Humberto y Eusebio de contrincantes, y allí, siempre a su vera, Herminia, su hermana, toda la vida mano a mano, sin conyugues ni hijos, cuidando una del otro, el otro de la una.

¿Y cómo está Herminia?; me surge responder sabiendo que no hay respuesta, Marcos vive en la ciudad, como yo, no lo puede saber. Y como siempre que hay una defunción en Fuentelahoya se oscurece la vida de la Sierra, donde hay escasos pueblos, escasas gentes de edad avanzada que vienen y se van de este mundo sin prisas, lejos de la velocidad urbanita. Pues es casi un deber, algo que viene sin premeditación y sin maldad, hacer las cuentas: quitando, por supuesto, los veraneantes, nietas de, hijas de, conyugues de, quedan los que ahí habitan, los octogenarios, los que se van a jubilar, los que trabajan fuera y sólo vuelven el fin de semana, los niños…

Y haciendo sumas y, desgraciadamente, restas, nos hallamos Marcos y yo. Apenas llegarán a sesenta los que viven ahí todo el año, de los cuales más de la mitad pasan de sesenta y de éstos otra mitad pasarán de ochenta, que irremediablemente, nos irán dejando.

En la escuela sólo hay siete niños, que se van haciendo mayores y marchan a la ciudad a estudiar bachillerato. En pocos años se irán cuatro y la Diputación no permitirá, salvo que nazcan más, aunque no hay parejas con intención, o vengan familias foráneas, que el colegio siga abierto.

Por otro lado, Juana nos dijo que le quedan dos años para jubilarse, que su hijo no quiere seguir la herencia familiar y que, como es casa particular, no quieren traspasarlo; sumamos a María, la del hostal, y a Ana, la del horno, que tienen más o menos la misma edad y sus respectivos negocios pueden seguir la misma suerte.

Sumergido en estos cálculos y pensamientos estoy un rato sin contestar. ¿Estás bien?; escribe a los minutos Marcos, sin esperar respuesta, sabe que estoy como él. Nos inunda la desesperación, la nostalgia y la impotencia al ver desde la ciudad, donde las muertes son menos dolorosas, que nuestra Fuentelahoya se muere lentamente, acompañando al Tío Eusebio, y el olvido la enterrará.

No puedo dormir imaginando mi Fuentelahoya como un pueblo fantasma, escribo en el móvil: «Estoy pensando en presentarme al concurso público del Hostal en cuando salga. ¿Qué tal se te da hacer de camarero?».

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