Están por todos lados en mi ciudad y seguro que en la tuya también si eres latino. La tristeza se refleja en sus ojos cansados por la ruptura con sus familias, por la incertidumbre de encontrar algo digno para hacer y ganarse el sustento propio y el de aquellos que dejaron en sus países natales. Niños buscando adaptarse a nuevas escuelas en un país que no es el suyo; seres amoldándose a otras costumbres, dialectos, lenguas y filosofías de vida. Vendiendo su fuerza de trabajo y sus sueños por muy poco, casi nada, lo que los aprovechados, porque la justicia escasea por estos días, les quieran pagar. Trabajan, piden una moneda, venden postres por las calles, lo que resulte porque el hambre no da tregua y qué importa tener una mísera camisa y un pantalón roído si la tripa está llena. Con fatiga nadie piensa, se pierde la fe, la esperanza y el gusto a la vida.
Han desplazado mucha mano de obra nacional, ofrecen su trabajos por salarios inferiores a los establecidos por el desespero, mientras en unas oficinas lujosas e impecables de su suelo natal, unas sonrisas burlonas y retorcidas saben que dentro de dos o tres años mostrarán índices de crecimiento económico, erradicación de pobreza, estratos sociales más altos, reducción del gasto público en salud, en educación; dirán que son un modelo a seguir por la entrada de divisas.
La gente olvida rápido los acontecimientos, cacarearán el perdón y la indulgencia como estrategia para maquillar los atropellos, porque es más fácil repartir la pobreza y lanzarla lejos que hacerse cargo de ella. Para los ineptos la pobreza apesta porque les recuerda la escasez de corazón, la falta de alma, la negligencia para ejecutar medida justas, la indiferencia porque sentir no es importante; «dime cuánto tienes y te digo cuánto vales».
Si, en unos años, seguro mostrarán al mundo una cara de éxito, el sitio perfecto para visitar, pues los países vecinos les arreglaron su problemas de pobreza, pero no será por la gente en sí, todo se reduce a cifras, números, índices, indicadores, tasas porcentuales, censos, bla, bla, bla…
La pobreza en Latinoamérica es una pelota de pin pon que se lanza y rebota en el suelo del más pendejo, tal vez de los más humanos, de los que sí saben tender la mano y compartir con el otro, aunque no faltan también los oportunistas que sacan su buena tajada de la situación, porque los hay y por todos lados; al lado del enfermo come el alentado.
Shelore
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