Herbasio tomó la mano de Liberio. La sintió flácida y fría. Lo que lo hizo sentir que su amigo ya estaba por partir de este mundo. El hombre postrado en el camastro sonrió débilmente.

¡Los últimos del 39! – Dijo en un suspiro, luego un fuerte espasmo lo interrumpió.

¡No digas más! – Le suplicó Herbasio – ¡Lo sé! – Agregó adivinando lo que el enfermo quería decirle – Somos los últimos dos que quedan. Los últimos del 39 –

Ahora tú – Dijo Liberio esforzándose mientras con señas le hacía saber que no deseaba desperdiciar sus últimos instantes compartiendo miradas mustias – ¡Tú serás el último!

Caray amigo – Dijo Herbasio sintiendo que se le quebraba la voz – ¿Con quién departiré en nuestra mesa? Me están dejando solo.

Así tenía que ser – Le contestó Liberio apoyando la mano que tenía libre en la mano con la que Herbasio aprisionaba tembloroso la suya – Tú eras la voz que traía alegría en nuestras reuniones. La voz que sembraba esperanza en nuestros momentos de flaqueza. El único de todos que podría soportar la pesada carga de la soledad que rodearía al último en marcharse –

¡Sí! – Dijo Herbasio como si de su interior surgiera una fuerza que le hiciera erguirse en su asiento haciendo desaparecer la angustia que lo hacía encorvarse – Y no será ahora que te marchas que me veas doblegado por los inevitables sucesos de la vida. Te vas como otros más han tenido que hacerlo. Pero tienes que saber Liberio que yo seré de todos el que más anécdotas tenga que contar cuando nos reunamos nuevamente, porque..

¡Porque eres el último del 39! – Se adelantó a decir Liberio, hablando débilmente con los ojos cerrados como quién se prepara para disfrutar de un plácido sueño.

¡El último del 39! – Repitió Herbasio sintiendo deslizarse las manos de su amigo.

Se sorprendió mirando con serenidad el cuerpo sin vida de Liberio. Había temido romper en un llanto desconsolado, sintiéndose desdichado y desprotegido. Sin embargo, solo se limitó a hacerse a un lado para dejar que las mujeres de la casa hogar empezaran a realizar las actividades necesarias para preparar el cuerpo de su amigo.

¡Salga Don Herbasio! – Le dijo con ternura una mujer mientras lo guiaba hacia la puerta.

Rechazó con gentileza la compañía que otros residentes le ofrecieron. Arrastró sus pasos por el pasillo de la vivienda y no se detuvo hasta salir al amplio jardín. Sorteó las numerosas bancas sombreadas por los frondosos árboles que habían rejuvenecido con las recientes lluvias. Al fondo, como si fuese un arbusto más sembrado al costado del gastado muro de adobe que recorría el perímetro de la propiedad, vio la larga y pesada mesa de madera en la que solían reunirse en un pasado no muy lejano todos los residentes del grupo del año 39.

Sentado en el lugar que siempre había ocupado, visualizó sonriendo como cada uno de ellos se despedía prometiéndole una reunión futura.

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