No es solo el cementerio, el que en este pueblo ha quedado solo, no hay flores y no por ser un desierto, lo era desde antes, pero aun así las familias esperaban los día de mercado y el tren que las traía .

Muerto entre unas vías que no han visto movimiento por más de treinta años, en este pueblo de ancianos , y niños que solo esperan crecer un poco para largarse, el tren se fue desgastando lentamente por el óxido y sus mecanismos se trabaron de tal forma que sellaron su destino, al igual que el del pueblo y su gente.

Atrás quedó, la fábrica de harina de pescado y los tiempos de gloria. La compañía se marchó y el único polvo que existe es el de la arena inclemente del desierto, que encuentra la manera de cubrirlo todo y colarse por cualquier rendija para apoderarse también del interior de las casuchas que quedaron

María carga su niño en brazo, que sin duda señala el romance fugaz con uno de los últimos empleados de la fabrica que vino a terminar de arreglar los asuntos del cierre.

Nacer donde todo muere no ha sido motivo de alegría, en medio de tanta desgracia, sus habitantes encuentran algo que hacer, mal hablando de María y su niño y es que por aquí, la arena del desierto cubre el alma de sus habitantes y le roba a todos la sonrisa. Cubre todo menos a María, su niño y la vergüenza que le quieren hacer sentir.

Ayer caminaba por la playa, la pestilencia de un león marino que se descomponía unos metros mas allá, no la detuvo, tenía ganas de alejarse, pero cómo lograrlo, desde un sitio que ya está lejos de todo. Siguió hasta que la playa se estrechaba dando inicio a un farallón. Un par de caravanas y un grupo de jóvenes estaban acampando, esperando por un buen día y este era el segundo que la brisa les estropeaba. No escatimaron sonrisas al verle, ella no lo podía creer, eso no sucedía nunca en el pueblo.

Iba a anochecer y María regresó a casa, esperaba ansiosa, salir al día siguiente para acercarse a la caravana y lograr otras sonrisas , pero hay desgracias y condenas que no cambian, el viento no paró de soplar y bien temprano levantaron el campamento.

María podía avistar que ya no estaban, es como si hubiese sucedido un eclipse instantáneo y el Sol del desierto hubiese perdido cualquier luz, mientras el pequeño correteaba a su alrededor. María sentada frente al mar vertía una más sus tantas lágrimas. Su pequeño la miró, ella no dijo nada y le abrazó.

En su cabeza retumbaba una voz interior que decía: nos han abandonado amor, todos nos ha dado la espalda, luego se tumbó en la arena y el Sol no le permitía abrir los ojos, la verdad es que hubiese querido no abrirlos nunca más para no saber donde estaba.

A lo lejos el tren seguía inmóvil.

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