LA ESCUELITA DE “SOLEDAD”.
Hace unos treinta años, en la escuelita rural de la quinta sección del departamento de Cerro Largo, en el noreste de Uruguay, ubicada en un paraje bastante alejado de todo centro poblado, llamado curiosamente, en forma algo romántica y nostálgica, “soledad” ; asistían unos veinte niños.
Niños de todas las edades, iban llegando en sus caballos viejos o en petizos .Era lindo ver a veces más de un niño encima de un caballo. Algunos llegaban caminando; unos pocos en auto. Todos eran esperados en forma cálida, por el beso y abrazo afectuoso de la maestra.
Más de una vez me los crucé en el camino. Recuerdo en particular un caballo tordillo, alto, de lomo largo, que cargaba a dos pequeños, con sus mochilas. Ellos debían recorrer ocho kilómetros de ida y luego retornar, todos los días, para asistir a la escuela.
¿Quiénes eran sus padres?
Eran trabajadores rurales de la zona. Algunos, eran propietarios de pequeños predios. Los hombres, trabajaban domando caballos, otros eran peones en estancias de la zona, algunos eran troperos, y muchos eran “zafreros”, en cosechas, esquilas, u otras tantas tareas del campo.
Las madres, por lo general realizaban las tareas de la casa. Criaban a sus hijos , y mantenían aquellos hogares con mucho amor y dedicación.
Hace unos días pasé por la zona. Con mucha nostalgia. Con ansias de recorrer aquel camino solitario, de tierra, pozos y piedras.
Con la cosquilla interior de volver a ver aquellas pequeñas casas rodeadas de jardines floridos.
De gauchos con caballos bien ensillados, vestidos en forma prolija, con bombachas anchas y botas lustradas. De sombreros aludos; tanto, que si uno los veía de lejos, no sabía si iban o venían.
Pero todo cambió.
Algunas de las casas estaban vacías, con sus jardines tapados de pasto y los techos rotos.
La escuelita, ….
Estaba cerrada, con los vidrios rotos, despintada, invadida por la maleza….
Le pregunté a un vecino, muy viejito. Que en sus años de juventud, fue un gran alambrador.
¿Qué pasó?
“Los niños crecieron y se fueron para la ciudad”
Y así quedó esa hermosa zona, rodeada de tierras fértiles, con una fuerte cañada, abrigada por una orgullosa sierra que la protege de los vientos por el sur.
Las tierras fueron compradas por grandes capitales brasileños, que traían sus empleados en ómnibus desde las ciudades.
Los pequeños productores, los changadores, los zafreros, los domadores, envejecieron, y tuvieron que vender.
Sus hijos no encontraron trabajo, ni espacio para vivir en ese lugar.
Las tierras siguen hermosas, soleadas, pero vacías.
“Soledad”, quedó sola.
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