Mis horas felices

Mis horas felices

Catalina Brum

08/10/2018

Hoy he despertado con la obsesión de volver al pueblo. Me he tomado el trabajo de hacerlo a pesar de saber que ya no existe, a pesar de mi edad y de mis rodillas doloridas.

Durante años, he conservado en mi memoria un último recuerdo: la mirada que di a mi casa desde la ventanilla del camión de la mudanza.

Hoy, después de muchos años, vuelvo a poner los pies en la que antaño fue su calle principal. Desde el aire, me acompaña una bandada de pájaros que, luego de satisfacer su curiosidad por mí, vuela en dirección al río, responsable de las inundaciones que terminaron por devastar al pueblo.

Mis pasos utilizan su memoria para llegar hasta mi antiguo hogar.

La casa, está a punto de caerse, no me sorprendería si de pronto extendiera un par de brazos hacia mí. Parece un anciana corroída por el paso de los años, aguardando a un ser querido para poder morirse de una vez, para con un suspiro de cemento, soltar definitivamente los marcos de las ventanas y las puertas.

No logro controlar las lágrimas. Obtengo una visión borrosa de los pisos cubiertos de maleza, de las baldosas y de los azulejos rotos.

Algo de nosotros tiene que haber quedado aquí, algo que yo pueda llevarme.

¿Un puñado de tierra, un pedazo de cemento? ¿Qué?

Los recuerdos. Solo podré llevarme los recuerdos.

Las horas felices no se marchan de los lugares en los que acontecieron, y las mías, siempre se quedarán aquí.

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