Quino frenó en seco. Por un segundo, no supo hacia dónde ir. Hacia el norte estaba la casa de Eva y, hacia el sur, la casa de Fran. Fuera la que fuera la decisión que tomara, tenía que ser la definitiva, pues el camino para cualquiera de esos lugares era largo e incluso escarpado. Decidió ir a por Fran. A Eva la había visto recientemente y a Fran lo había dejado un poco de lado.

Caminaba por una calle de las afueras de la ciudad, pero, aun así, estaba repleta de tiendas y bares. No faltaba un local sin su comercio. O, bueno, sin que quedasen los restos de un comercio. Aquellas tiendas y bares ya carecían de utilidad, hacía decenios que no se usaba ninguna de ellas. A él, aquella calle le parecía bonita. Las plantas crecían salvajes tras las losetas del suelo, los carteles, que un día debieron brillar con luz propia, hoy la luz brillaba por su ausencia. Algunas tiendas ni siquiera se habían preocupado por recoger algunas de las cosas que, supongo, las habrían considerado sin valor. La mayoría de cosas de las que hablo, tienen en común que eran viejas, pero lo más probable es que ya lo fueran cuando las dejaron ahí. Ahora formaban parte de un cuadro que se extendía hasta donde alcanzaba la vista: la decadencia de una forma de vida obsoleta. Sonrió.

Él nunca había llegado a ver los bares llenos de gente ociosa, ni las tiendas llenas de personas curiosas e, incluso, compradores. Pero le gustaba imaginar que se sentaba en una de aquellas sillas altas del bar, saludaba con un gesto con la cabeza y un “Buenas, Armando, una cerveza” y todo esto con una sonrisa en la boca. Igual que pasaba en las viejas películas que le gustaba ver en su ya renqueante ordenador.

Cuando al fin llegó, se encontró con que no había nadie en casa de Fran. Se sentó en el poyete y se puso a cavilar.

Hubo una sola cosa que sí pudo echar de menos después de hacer ese trayecto en balde. Internet. Eso sí lo había vivido. Hubo una época en la que todo funcionaba gracias a internet, una época en la que el mundo entero estaba conectado y ¡podían decirse las cosas a distancia! Él era joven y apenas recordaba aquellos tiempos. Pero sí recordaba perfectamente el día en que se perdió.

Fue repentino. Una noticia recorrió internet como la pólvora: el precio de internet había subido un trescientos por cien, por culpa de la banca rota de una empresa. Pero eso fue solo el principio. Después desapareció sin dejar rastro.

Fue entonces, cuando nos dimos cuenta de que estábamos solos. Que, en esta zona de la ciudad, tan sólo quedábamos mi familia, la de Fran y la de Eva. Que, kilómetros y kilómetros nos separaban de toda vida en comunidad humana. Fue entonces cuando sentimos algo que nunca antes habíamos sentido: la soledad.

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