Es un infortunio que la ciudad esté a unos escasos 40 kilómetros de ahí y que Emma siga sentada en la orilla de lo que alguna vez fue una parcela de maíz, exhalando el color dorado de las hojas y su fruto regado por el piso, inerte, seco, sin nadie que lo trabaje ni siquiera como pastura para ganado, solo está una vaca, que le da a Emma poco para su sustento, Emma al mirar la torrecilla de lo que fue la iglesia, despintada, carcomida por el agua, recuerda unos años atrás, cuando en el pueblo era común ver a las personas cargando sus mercancías, los niños en la plaza principal jugaban junto con ella, echaban carreras a la torre y el que llegaba primero podía asumir que era el más veloz aunque en la carrera hubiera metido el pie a otro para ganar, ¡que tardes aquellas! el pasar de la gente, en su mayoría ancianos y mujeres porque desde su infancia la mayoría de los hombres que empezaban a tener fuerza para trabajar se marchaban al «gabacho» en busca de oportunidades, persiguiendo el sueño de todos y la realidad de muy pocos, dejando familia, tierras y añoranzas en este pueblo; luego, cuando llegaron los cárteles los pocos hombres que quedaban fueron los primeros en desaparecer, se los llevaban a los cultivos de la mariguana, después, a los laboratorios clandestinos, una esclavitud, moderna pero esclavitud a fin de cuentas, mezclada con secuestro, sin autoridad que intervenga, ni siquiera hay una lista exacta de los desaparecidos, nadie sabe si viven o son parte de las fosas clandestinas que cubren el territorio de sangre y violencia, Emma, espera, ya sin fuerza a que lleguen otra vez los del cártel, como siempre que bajan de la sierra, a llevársela o, como últimamente ha pasado, a meterla a cualquiera de las casas abandonadas que hay en el pueblo, eso si, solo aquellas que tengan al menos un petate para poderla mancillar, una y otra vez, uno y otro; Emma no tiene a nadie, ningún familiar ha sobrevivido, su padre no está, ¿será que se fue al gabacho? ¿será que se lo llevaron los del cártel? en su mente se amontonan los pensamientos, esos, que salen sin que la parte consciente de su ser los saque, mezcla veloz de recuerdos de la infancia, el dolor de la existencia actual, la decisión de continuar o de irse, pero, ¿a dónde? ¿con quién? Emma no tiene ni perro que le ladre, no se han quedado ni ellos, solo la vaca que le da poco de su sustento…
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