Desde la enrejada ventana de la alcoba del Hospital Mental, observo en la lejanía naves extrañas que se depositan ruidosamente sobre las empinadas colinas. Ni los enfermeros ni los médicos creen mis historias, pero insisto en contar que he visto esas naves usurpadoras. Parece que el personal del Hospital Mental sólo ven en mí un ser delirante, desquiciado. A veces les atemorizo, intento revertir sus pronósticos clínicos, les digo que soy la medusa y los voy a dejar ciegos si me miran.

Por ahora esos verdes visitantes llegan y se camuflan en las paredes de mi habitación, me miran atontados, no creo conocerlos de antes, pero concluyo que en algo se parecen a mí.

Al paso de las horas emergen cada vez más naves sobre las distantes colinas que observo desde la enrejada ventana de mi habitación, y ocasionan unas súbitas detonaciones que hacen estallar el cielo. Observarlos me causa pánico.

Grito, me desespero, pero nadie acude en mi auxilio.

Pasan las horas, incluso los días, y luego se van difuminando las presencias extrañas que ocasionan esas detonaciones. Y todo a mi alrededor se vuelve silencioso. Entonces me embriaga una soledad atrofiante, sin mis gemidos ni mis asustados latidos. Creo que esos seres se han ido sorpresivamente de igual forma como llegaron.

Tiemblo, me asaltan confusas emociones, lanzo alaridos, nadie parece percatarse de mi agobio alarmante. Me asomo de nuevo a la férrea ventana de la alcoba del Hospital Mental, descubro atónito que la lejanía con su tibio halo de niebla absorbió toda presencia invasora, no queda rastros de esos seres inexplicables ni hay más estallidos.

Tal vez mi cabeza imagina este terrible espéctaculo.

Siento rabia. Ya no escucho las voces de los visitantes foráneos con sus naves ruidosas ni siquiera las voces del personal médico alarmado por los pasillos, enterados de mi cabeza de medusa. Ahora me rio a carcajadas. Pero si me calmo un poco y estoy atento escucho pisadas afanosas y respiraciones agitadas.

Debo salir de aquí, algo ocurre afuera de la alcoba, a mi alrededor. Por horas esperando que vengan los enfermeros y los doctores, y nadie asoma a suministrarme los medicamentos que siempre estoy necesitando. Quizás ya no necesito medicamentos. Sería un gran progreso en mi tratamiento.

Días han pasado, supongo, y todo sigue igual, ahora todo es más silencioso que nunca. Y ya no veo esos seres que se bajaban de sus grandes naves aterrizadas en las colinas, y que solían visitarme apeados a las paredes de mi alcoba de reclusión, se han esfumado en el aire, ya no los percibo. De pronto es que estoy curado.

Grito que me dejen salir de aquí, no logro romper los barrotes de la ventana. Me lastimo las manos, me golpeo mi cabeza de medusa contra las paredes.

Pero nadie aparece, ni los seres que me asustan ni el personal médico del Hospital Mental. Todo El Hospital Mental está despoblado. Soy el único individuo aquí encerrado, y apenas lo estoy comprendiendo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS