Llegamos a Santa Rosa de Tastil bastante entrada la tarde,luego de recorrer un camino ascendente sinuoso y con precipicios. El avesado conductor del micro no dejó de escuchar música durante el trayecto, pensando que así tal vez pudiese aminorar el pánico que nos asaltaba en cada curva. La altura, a la que llegamos( 3200 mts de altitud,) no ocultó sus cualidades y nos recibió con un frío filoso que atravesaba la ropa.

No eramos turistas, no éramos los tradicionales, habíamos decidido quedarnos unos días y descubrir las huellas de los pueblos originarios del lugar que lo habían habitado entre los siglos XIV y XV.

Pero Tastil no esperaba a nadie, mostraba su escuela vacía y una iglesia cerrada con candado al final de la única calle que tiene ese pueblo.

El micro paraba frente a un almacén desprovisto de comestibles, donde nos informaron que podrían darnos de comer de lo que ellos preparasen pero no esa noche, ya que la encargada había viajado a la capital.

Oscurecía y la baja temperatura nos apuraba a encontrar un albergue donde dormir, debimos esperar a que una pastora entrara sus cabras en el corral, para pedirle casi implorando que nos alquilara una pieza de adobe con una débil lámpara que gracias a un panel solar iluminaba esa pieza en aquella noche maravillosamente estrellada. Cerramos el tema comprando unas galletas y un pedazo de queso, muy mezquinado por sus dueños, para acompañar una buena mateada que como irremediables argentinos coronaron nuestra primera noche en Tastil.

El dia siguiente nos saludó con un sol increíblemente hermoso y alli comenzó lo mejor. Recorrimos esos caminos misteriosos buscando muestras de una civilización ausente que dejó su arte grabado en piedras, custodiado por los orgullosos cardones de la precordillera.

Caminando sus senderos vimos muchas casas de adobe con sus techos y paredes caídas que daban cuenta de la intención de los pobladores de quedarse pero, que rendidos ante la falta de agua abandonaron el lugar al no poder cultivar ni criar animales.

El censo del año 2010 indica 11 habitantes, pero hoy son solo 5 los pobladores permanentes.

Conversando con algunos de ellos supimos que tenían un equipo de fútbol, que completaban con otros jugadores de parajes cercanos, estas decisiones demuestran claramente la pertenencia a ese lugar de belleza extraordinaria que atesora entre sus cerros la cultura de un pueblo que llegó a tener dos mil habitantes y que alguna vez fue pujante y activo.

Una vez al mes la iglesia recibe a sus fieles en la misa del domingo y en los días de clases el patio de la escuela vibra de alegría con las rondas y juegos infantiles.

Los pobladores de este pueblo están ahora de pie como los cardones, contando historias, jugando al fútbol, viviendo, creciendo, criando a sus hijos, haciendo la comida, refugiándose del frío de la noche, elaborando artesanías, desafiando el siglo XXI.

Así es hoy Tastil con cinco aguerridos compatriotas cuidando y protagonizando un retazo de nuestra historia.

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