Los socios de la multinacional Sun and Sea resort supieron encontrar el talón de Aquiles del último habitante de la aldea: el juego.

Los demás o se marcharon en busca de un mejor porvenir o cedieron a los acosos de los especuladores. Solo resiste él, al menos de momento, porque ya ha perdido su dinero y la casa. Únicamente resta el bocado más suculento: sus terrenos, que se juega a todo o nada.

La manga de la camisa se agita mostrando la muñeca en la que se adivina la impronta dejada por un reloj. Todo su cuerpo transpira un sudor alcoholado y los latidos de su corazón palpitan en las sienes enfebrecidas.

Con la mano libre alza la enésima copa de Jack Daniel´s y apura su contenido de un solo trago, como si fuera el último. Se disipa algo el humo del tabaco en aquel ambiente aneblado y vuelve a conformarse la figura del contendiente, que tiene las facciones de la luna de Le voyage dans la lune de Méliés.

Saca del bolsillo de su traje rayado un fino pañuelo de seda con sus iniciales bordadas y se enjuga su perlada y oronda cara de Humpty Dumtpy, luciendo, en la acción de enjuague, valiosas sortijas en sus dedos regordetes. La rubia de pelo ondulado y vestido rojo que está tras él, le masajea como una gata mullidora los hombros macizos y congestionados y acaricia levemente la cabeza alopécica con sus balanceantes y turgentes pechos.

Los que asisten a la escena quieren demoler la aldea para construir un lujoso complejo turístico, y babean y se frotan las manos ante la posibilidad, amparada en un cincuenta por ciento, de que al tirar los dados saque una puntuación inferior a la que obtuvo su contrincante, que precisamente es el accionista mayoritario de la multinacional, porque entonces lo perderá todo, y la aldea, ya completamente despoblada, estará en manos de los especuladores.

Va y viene el puño cerrado en aquel proscenio de locura, vicio y desenfreno. Entrechocan, en el angosto hueco de la mano los cubos que llevan escrito en sus paredes la runa que decidirá su destino…

Todas las miradas siguen el vaivén del brazo, que se estira y contrae en una suerte de latigueo hasta que, por fin, la mano deja escapar los dados que se precipitan obligados por la imperativa ley de la inercia y giran imprevisibles en el aire mostrando un sinfín de aleatorias combinaciones

Ruedan las ososas piezas por el corredor de fieltro verde. Colisionan entre ellas, aminoran velocidad, no perseveran en su estado de movimiento sino que obedecen a la primera ley de Newton, porque sin remedio acabarán inmóviles sobre el tapete, mostrando definitivamente sus caras y los puntos que sobre ellas estarán marcados y que sumados los de ambos dados decidirán si el último habitante de la aldea se queda o se marcha.

Alea jacta est que en su más correcta acepción latina significa: los dados se han echado…

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