Se han ido las cucarachas. Y empezamos a pensar que no van a volver. Llevamos dos semanas esperando encontrárnoslas cruzando el pasillo excitadas, esquivando nuestros pies desnudos mientras buscan las migas de pan de molde que les colocaba Alicia en las esquinas. Pero ya hace quince días que no vemos a ninguna. Las bolitas se habían resecado y por eso hoy mi madre las ha tirado a la basura, a pesar de los llantos de mi hermana.

La casa está igual, nosotros somos los mismos. No sabemos qué ha pasado. Mi madre dice que puede tener que ver con el frío y yo creo que tiene razón, porque llegaron con el verano. La primera la encontré yo un día de mucho calor en la cocina. Me había quedado en calzoncillos y me refrescaba la tripa respirando contra los azulejos, mientras resolvía el cuadernillo de divisiones. Creo que salió entre el hueco de la nevera y el armario donde guarda mi madre las ollas, pero solo lo creo y no puedo estar seguro, porque venía muy rápido, enfilada hacia mí. Me asusté, pegué un grito, me subí a la silla. Nunca había visto una cucaracha en mi casa. La tonta de Alicia seguía sentada en el suelo, chupándole la cabeza a su osito de peluche, así que la llevé colgada de los codos al salón y aproveché para coger un zapato. Quise mirarla de cerca antes de desfigurarla. El brillo del caparazón negro reflejaba el trapo que colgaba de la pared y de las patas salían espinas. No sabía nada de esos animales, ni si eran insectos aunque no tuviesen alas. Qué comían. Dónde vivían cuando no estaban en las casas. Cómo adivinar si eran machos o hembras. Si me estaba mirando, si además me veía, si podían pensar. En ese momento sonó la puerta de la casa, mi madre había vuelto de la tienda, así que zas, la mano encogida dentro del zapato, luego el talón aplastado contra el suelo. No quería que se disgustase.

Se nos hace raro ver la casa tan vacía, sobre todo después de lo rápido que se multiplicaron. En pocos días se amontonaban detrás del lavabo y rebosaban entre los cojines del sofá al sentarnos. El piso se llenó de los inquilinos inquietos. Caían del techo mientras estábamos cenando. Al principio parábamos, mi madre se agarraba el delantal a la altura del pecho, Alicia soltaba el tenedor. La pequeña cucaracha tendida sobre su curva encima de la mesa, como en una cuna, nadando en el aire con sus patitas. Y así en cada cuarto, en cada armario, en cada rincón, pero sin esconderse. Siempre su compañía ineludible. Hasta que Alicia fue la primera que se acostumbró a ellas, hasta que cambió la cadencia suave de su gatear para convertirlo en un traqueteo. Las tomaba con los dedos todavía a medio hacer, se le caían. Cuando conseguía retenerlas se acariciaba la nariz con su vientre de anillos y reía. Mi madre no, ella se resistió, al principio se quejaba de ellas. Y una mañana decidió subir la escalera para preguntar a nuestra vecina si allí también habían llegado las cucarachas. Habíamos estado un rato tratando de desatascar el fregadero, atrayéndolas con terrones de azúcar lejos del desagüe. Paró y se sujetó la frente. Esto suelen ser plagas. Y subió. Hablaron poco. Qué raro, solo nosotros, será la humedad. O el polvo, he oído que les gusta el polvo. Tú abre las ventanas a medio día. Llamó a un par de puertas más pero las respuestas fueron similares: solo nos afectaba a nosotros. Las vecinas le recordaron lo importante que era fregar con amoniaco una vez a la semana. Aunque no parezca sucio, ya sabes, Carmen, no hay que esperar a que pasen estas cosas. Y envolver los alimentos. A pesar de los botes verdes de veneno que se acumulaban en los cubones la del quinto nodejó terminar a mi madre. Somos pobres pero no guarros.

Lo que nos extraña es que se han ido cuando habíamos dejado de matarlas. Entenderíamos que hubiesen huido al principio cuando las perseguía para pisotearlas, acabando con ellas como con las nueces entre los hierros del cascanueces. Pero ya no. Las últimas semanas campaban a sus anchas, correteando por las orillas de los cuartos en fila, como si quisiesen colarse entre el suelo y la pared. Y si alguna pequeña se perdía zigzagueando entre los muebles yo la devolvía a empujoncitos con los dedos de los pies. Por eso dejamos de usar zapatos, para evitar las masacres que producían las carreras al baño. Porque todos dábamos por hecho que si habían venido, era para quedarse. Para entretenernos formado caminos infinitos para ellas con las manos. Para que les limpiásemos las antenas con algodoncillos de los oídos. Para ayudarme con las divisiones del colegio, que a mi madre nunca le han enseñado a calcular. Ella solo sabe liar las hojas del tabaco y siempre se olvida, que me he llevado una, mamá. Su cáscara, además de brillante, era suave. Y las patitas peludas, perfectas para hacer cosquillas a Alicia hasta que chillaba. No hacía falta más que acercárselas al ombligo para que empezase la risa nerviosa, que al poco no le dejaba respirar. Yo sé que se han ido, y aunque me aburro tantas horas solo con mi hermana en casa, sé que ella es la que más las echa de menos. Por las noches no hay manera de que se duerma porque revuelve las sábanas buscándolas, hasta que yo me levanto y le esparzo por la cuna unas cuantas castañas.

Pensamos y pensamos pero no damos con el motivo. Igual que llegaron, se fueron. Pensamosque igual ya no estaban cómodas. Que aunque por algún motivo nos eligieron cuando la primera dejó sus huevos debajo del sofá, o entre el rodapié y la pared o en el agujero que quedó cuando se soltó la lámpara del salón; no sabemos con exactitud dónde, algo ha pasado que ya no piensan que este sea un buen lugar para formar una familia. Para criar sus larvas transparentes y esperar a que oscurezcan. Yo por si acaso, cuando me lavo los dientes por las noches, antes de abrir el grifo todavía me asomo al lavabo. Y chasqueo la lengua llamándolas, para que sepan que las echamos de menos, que nos faltan. Mi madre ha puesto un poco de miel en el hueco entre la nevera y las ollas, dice que hay que esperar. Puede que se diesen cuenta de que el invierno se nos cuela por los cristales.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

Crítica del jurado

I. Uno de los grandes logros de la Literatura como arte es el lograr que los seres humanos nos sintamos atraídos —siquiera por un momento, mientras dura una lectura— por otros seres que en la «vida real» nos pueden resultan repulsivos. Esto es lo que consigue este texto, que por un instante le cojamos algo de cariño a una plaga de cucarachas. Mérito suficiente para aparecer en el Libro de Relatos.

II. Originalísimo. Y no solo por el tema de las cucarachas como seres salvadores, al menos de la rutina. Sino por la carga de necesidad, de falta de afecto que transmiten estos personajes. Muy bien contado.

OPINIONES Y COMENTARIOS