– ¡Sinceridad!

Olivia se afana en dar a probar su perfume a todo aquél que pasa a un radio matemáticamente estipulado.

– Señora, ¿quiere probar Sinceridad de Calvin Klein?

Ya es Nochebuena en el Corte Inglés. Pero esta vez de verdad. No es ningún simulacro. Redundantes guirnaldas y grotescos copos de nieve cuelgan ahorcados del techo. Las clásicas bolsas de los grandes almacenes lucen motivos aleatorios: regalos envueltos, abetos, estrellitas en un estilo pop, naïf y cuidadosamente laico. Vibran villancicos invisibles en el aire, melodías infantiles y repetitivas que invaden el hipocampo y resuenan en el cerebro durante horas. En la primera planta, regalos para tu padre. En la segunda para tu madre y tu abuela. En la tercera para ti, qué coño, tú también te mereces un regalo. Olivia está impecable con su pelo recogido y sus tacones.

  • – Señora, pruebe Sinceridad, sus notas de jazmín, ámbar y madera de cerezo…

Nadie pasa cerca de Olivia. Nadie la mira a los ojos. Decididamente, nadie está interesado en oler a Sinceridad en estas fechas. El frasco de perfume en sus manos permanece impertérrito, lleno y sin tapón, amenazante, como dispuesto a disparar indiscriminadamente sus notas de jazmín y ámbar pero sin los cojones de hacerlo. Y de madera de cerezo.

 

La bola en el abeto

Una señora esférica pasa a su lado. Sus rodillas cargan de forma inverosímil con el peso que ejerce sobre ellas. Va cargada de bolsas con bonitos motivos naïf en una mano y sostiene su teléfono pegado al globo pletórico de su cara con la otra. Olivia dispara sobre ella sin preguntar.

  • – Pruebe Sinceridad, pruébela, por el amor de Dios. Va a cambiarle la vida.

La esfera continúa levitando sobre sus rodillas probablemente protésicas, ajena a lo que acaba de suceder.

 

El portal de Belén

Una familia pasea por la planta baja del Corte Inglés con su carrito y con un niño de cuatro años. Por el contenido de sus bolsas se preparan para un gran festín familiar esta noche. Olivia los acecha mientras se acercan, sonriente, y vaporiza Sinceridad a su paso.

  • – Sinceridad, familia, el regalo perfecto para estas fechas.

Y el niño detiene su paseo, y la mira fijamente, y muta su sonrisa en una mueca de terror, hiperventila, se agarra a la falda de su madre, y ésta en un gesto innato apoya su mano sobre el diminuto hombro. El niño continúa caminando no sin antes volverse, como quien quiere cerciorarse de que, efectivamente, hay un monstruo bajo su cama.

 

Noche de amor

Una pareja fusionada de la mano camina despreocupada por la sección de perfumes de unos grandes almacenes. Olivia no tiene piedad y los sorprende con el letal difusor.

  • – Sinceridad, chicos. Apuesto a que nunca habéis probado nada parecido.

La chica deshace su unión por un instante, con un gesto de una elegancia sublime, para acercar la muñeca a su nariz y sonríe a Olivia, que se siente reconfortada por una fracción de segundo, como al calor de la chimenea de sus padres, como el sabor del primer mordisco de turrón.

 

La ejecución

Un ejecutivo descamado y taciturno se dirige inequívocamente hacia ella:

  • – Quiero probar su perfume.

Y se acerca más allá de la distancia matemáticamente estipulada. Y Olivia siente su calor rancio, grueso y dulzón. Ella le vacía el cargador sobre los ojos.

  • – Pruebe Sinceridad, caballero. Su mujer no reconocería ese olor ni en cien años.

 

Y así, Olivia ataca a diestro y siniestro a todos los paseantes, pobres inocentes, sin distinción de edad ni sexo. Sin disparos de aviso. A quemarropa. Distribuye Sinceridad como el cura reparte hostias, emborracha el aire de la tarde de Nochebuena con notas de ámbar y jazmín.

Papá Noel entra, en ese momento febril, en su campo visual.

  • – ¡Gordo, cabrón! Ven a probar Sinceridad si te atreves.

Papá Noel huye como alma que lleva el Diablo, dejando tras de sí un reguero de caramelos y catálogos del Corte Inglés.

 

Romper la ortodoxia

Olivia baila en el pasillo de los grandes almacenes entre una nebulosa perfumada como Isadora Duncan entre sedas. Agota el frasco de perfume tras un último ataque masivo e indiscriminado. Nadie ha salido ileso.

  • – Si esto te ha parecido gracioso, verás esta noche.

No debes interpelarme durante la narración, no es ortodoxo.

  • – Deja de usar el presente, maldito hipster. Quiero que lo cuentes. Cuenta lo que vamos a reírnos esta noche. Cuando el Pentotal haga efecto y comience la salvaje diarrea verbal. Nos vamos a partir el culo tú y yo. Cuéntales, a todos, sobre todo a los que decían que mi licenciatura en Químicas no iba a servirme de nada. Que no tenía salidas. ¿Quién está sobrecualificada ahora, eh?

A veces me das miedo, Oli, en serio.

  • – Qué miedo ni qué niño muerto. ¿Tú no eras omnisciente?

Por eso, Olivia, por eso.

 

Mañana, Matías Prats y Mónica Carrillo narrarán en un impecable estilo periodístico:

  • – Horror en Nochebuena. 150 muertos y más de 400 heridos en Madrid durante las cenas familiares.
  • – Expertos atribuyen la ola de violencia a un brote descontrolado de Sinceridad cuya fuente queda aún por esclarecer.
  • – La noche se tiñó de sangre cuando centenares de familias se disponían a cenar y discusiones absurdas y banales llegaron a las manos.
  • – Probablemente se trate del peor episodio de Sinceridad que se recuerda.

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Crítica del jurado

I. Es un cuento de Navidad donde no hay ningún espíritu navideño. Es un cruel ataque de Sinceridad. Hay ironía y cierta reflexión metaliteraria. Tiene mala leche y también cierta dulzura. Pero sobre todo, es un relato cuya originalidad se merecía su premio.

II. Muy original, un anti cuento de Navidad, lleno de fuerza y humor y ese regusto amargo que deja el humor casi siempre. Muy bien.

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