Me había sentado en el suelo porque quería estar lejos de Dios. En aquella acera sucia, con hojas secas y envoltorios de chocolatinas sacudiéndose a mi alrededor, sintiendo frío por todo el cuerpo y un calor horrible en la cabeza, en aquel lugar, expuesto a la vista de cualquiera, con las piernas encogidas y los puños del jersey manchados de mi vómito, no había nada mejor que hacer que observar lo que la ciudad me ponía enfrente. Una construcción completamente acristalada reflejaba el edificio delante del cual yo estaba sentado y ofrecía una imagen temblorosa -como yo- de algo que era firme y sólido. Tenía frío de verdad y se me pasó por la cabeza que quizás podría ir algún bar, sentarme en un taburete en la barra y ver lo que pasaba alrededor o charlar con el camarero hasta que el calor fuera parte de mí otra vez. Pero los bares que estaban abiertos allí eran sitios para gente que merecía su premio después de trabajar. Era ese tipo de gente que necesitaba hacer una pausa antes de seguir con su vida llena de cosas. En mi anterior vida, en esa en la que yo tenía a Nora conmigo todavía, yo también había estado ahí donde estaban ellos, pero para mí ahora era demasiado difícil lidiar con lo compacto de las cosas. Todo estaba demasiado entero, demasiado claro y dolía. Todo permanecía en su sitio y, aunque fuera de una manera engañosa, solía funcionar. Eso ya no era para mí. Yo me había sentado en el suelo porque quería descansar y quería hacerlo lo más lejos posible de Dios.

De ahí era de donde venía, yo venía de Dios. O al menos de su representante en la tierra para mí. Él se llamaba Danny Jones y hasta hacía poco menos de cuarenta y ocho horas, había sido mi padrino en Narcóticos Anónimos. Me gustaba bromear con sus iniciales y llamarle DJ, DJDios. Aunque mis padres eran católicos, no eran practicantes y en mi familia se tenían noticias de Dios solo en bodas y funerales. No sabíamos nada sobre su posible utilidad en nuestras vidas. Hasta que conocí a Danny y él me habló de un Dios que iba a andar conmigo algunos pasos.

Llegué tarde a mi primera reunión. No iba por voluntad propia, desde luego, iba porque la poli me había pillado conduciendo puesto hasta las cejas de crack. Me cayó una buena multa, retirada de carné, tres meses de servicios sociales y la “sugerencia” de visitar Narcóticos Anónimos.

Y allí me veo. Es mi primer día y para llegar a la sala parroquial donde se hacen las reuniones, hay que bajar unas escaleras. A falta de tres escalones, veo a un buen puñado de gente sentada en círculo y a un tipo grande y fuerte, situado de espaldas a la entrada, que es quien dirige el cotarro. Me quedo allí parado porque un tío, que se presenta como Bob, está balbuceando frente a todas aquellas personas. Tiene la cara congestionada, saturada de su propio sudor. Bob gimotea como un niño porque ha perdido a su familia por culpa de las drogas. Luego dice algo que me avergüenza, dice que nosotros somos ahora su familia, su gente, las únicas personas a través de las cuales puede notar el verdadero amor, el amor compasivo y desinteresado de Dios. Yo miro las caras que observan a ese llorón y no puedo creer que no haya nadie que se mofe de él. La gente solo está seria o emocionada con aquella declaración. Cuando Bob termina, todo son palabras de ánimo, apretones de mano o abrazos y yo simplemente no puedo creer lo estúpido que parece un grupo de personas que cree fervientemente en lo mismo. Si pudiesen verse como yo los estoy viendo, dejarían sus asientos e irían corriendo a meterse la mierda más potente que encontraran. Se romperían las piernas por no seguir avanzando en los doce pasos. Entonces alguien le hace una seña a DJDios y él se da la vuelta y me ve. Me invita a sentarme y me pide que me presente. Yo acabo de bajar los escalones y voy a sentarme en la única silla libre que hay. Digo que me llamo Jimmy y que quiero salir de las drogas porque me están causando problemas graves en mi vida. No cuento nada de lo de Nora, no digo los motivos por los que me enganché al crack. Yo no quiero ser uno de esos cabrones que caga su mierda en público. DJDios me da la bienvenida y el resto la corea. Bob, todavía con la cara mojada por no se sabe qué, asiente con energía y tiende sus manos a los que están a su lado. Y así es como me veo estrechando manos que en realidad me gustaría romper. Necesito salir de allí. Y le pido a Dios, al de verdad no al DJ, que se acabe aquella tortura cuanto antes.

Y entonces ella se levanta. Es alta y lleva unos pantalones negros con una camisa vaquera. Tiene el pelo largo y es difícil diferenciar qué cabellos son rubios y cuáles canosos, pero cuando ves el conjunto, sabes seguro que hay de los dos tipos. Aun así, es una bonita melena y está bien cuidada.

-Para aquellos que habéis venido hoy por primera vez, mi nombre es Amy. Y quiero anunciaros que hoy hace exactamente 200 días que estoy limpia.

La sala rompe a aplaudir y a lanzar vítores. Ella se toca la frente y se pone el pelo detrás de las orejas. Después, ya no sabe qué hacer con las manos, pero sonríe con toda la cara y da las gracias. Dice que está feliz y que le encantará invitarnos a una ronda de batidos en la cafetería donde trabaja. La gente ríe, aplaude la idea y DJDios dice que no cree que nadie vaya a decir que no a un batido gratis. Yo pienso que me gustaría ver a Amy detrás de la barra con su uniforme, secándose las manos en el delantal.

Después de esto, otras personas hacen uso de su turno para hablar. Se culpan, lloran, blasfeman y piden perdón por ello, cuentan cosas demasiado íntimas y yo empiezo a no ser capaz de soportar todo eso. Cuando hacen una pausa para tomar un café, decido salir de ese salón, decido dejar aquel calor excesivo y buscar algo que me diga que agosto se va a quedar con todos aquellos mamones y que yo me voy a ir a encontrarme con las primeras noches frescas de septiembre. Pero Danny no quiere que me vaya tan rápido. Me está esperando en la puerta como si fuera el guardián del verano, como si fuera Dios.

-¡Eh, Jimmy! ¿No te quedas hasta el final? Vamos, quédate, luego iremos todos a la cafetería de Amy a por ese batido. Podría ser un buen momento para conocernos mejor.

-Joder, lo siento, tío, pero es que…hoy no es un buen día. Eso es todo, no es buen día. Creo que, de verdad, necesito un poco de aire ahora.

-Escucha, Jimmy, antes de que te vayas, déjame hacerte una pregunta. ¿Cuánto tiempo llevas limpio?

La idea de que yo pueda estar limpio me golpea. Miro mi reloj y hago cálculos aproximados.

-No más de cinco horas -contesto. Y bajo la cabeza porque hay alguna clase de autoridad en los ojos de Danny que me cuesta tolerar.

-¡Enhorabuena, tío! Enhorabuena, de verdad, por esas cinco horas. Son muchas horas limpio, ¿no te parece?

El exceso de optimismo de DJDios me hace reír. Para él no hay ninguna diferencia entre mis cinco horas y los doscientos días de Amy.

-Bueno, tío, aquí hay gente que lleva años -digo como si fuera un niño que, falsamente, se quita méritos para que se los devuelvan doblados.

-Solo hay una cosa que tienes que pensar, Jimmy, y si eres capaz de hacerlo, podrás salir de esto. Solo tienes que tener un pensamiento y es: hoy voy a estar limpio. Una hora más limpio. Nada más, tío, solo hoy, solo esta hora. La hora en la que estás.

Le digo que sí, que lo voy a intentar. Él me dice que intentar no vale, solo vale hacer. Asiento y sé que de algún modo imagina que, en cuanto salga de allí, voy a ir a meterme la primera mierda que encuentre. Me ruboriza ese pensamiento, esa pillada en falta. Farfullo una despedida y, cuando por fin alcanzo la calle, me como el aire como si hubiera sacado mi cabeza del agua después de tenerla sumergida durante mucho tiempo.

Sin embargo no voy a ningún sitio. Voy a la parte trasera de la parroquia y me siento en un banco solo para respirar. Después de media hora los oigo salir. Hacen mucho ruido porque hablan unos por encima de otros, se ríen y llaman a gritos a los que se han quedado detrás. Los persigo hasta la cafetería, pero no entro. Voy al bar de enfrente donde está la gente como yo. Me siento al final de la barra, cerca de la cristalera que da a la calle, y pido una cerveza sin alcohol porque decido acabar aquella hora limpio. Sé que ellos no me ven porque el cristal y el sitio son oscuros, pero yo sí los veo a ellos porque la cafetería tiene unos ventanales transparentes muy grandes y es un sitio bien iluminado. Siguen todos hablando y riendo. Incluso los que antes estaban desesperados, ahora ríen y se tocan unos a otros. Y ella, Amy, los atiende a todos detrás de la barra. Les prepara sus batidos y se los sirve. Entonces me doy cuenta de lo bonita que es. Si no fuera demasiado desconsiderado con Nora, o si pudiera siquiera recordarla como era antes de vegetar en una cama de hospital, diría que Amy es la mujer más bonita que he visto.Y allí, plantada delante de todos, parece que los dominios de la barra coinciden milímetro a milímetro con los del reino sagrado de su amor. Al otro lado de la calle, fantaseo con la idea de que algún día seré algo para ella y que me llenará el plato más que al resto. Y pensaré que es un ángel que está ahí para cuidarme. A la altura de mi tercera cerveza sin, el grupo deja la barra y se sienta en una mesa: en un extremo preside DJDios; en el otro, Amy. Y, con toda honestidad, me alegro porque todavía queden sitios para gente como aquella. Pago lo que he consumido y salgo lo más rápido posible de allí.

Pero a la tarde siguiente y a la otra y todas las tardes de aquella semana, voy a ver a Amy desde el bar de enfrente. Ella es la mejor sirviendo, llena los platos y los vasos como si nada valiera dinero, como si fuera solo una manifestación de su amor, de su compasión o de su simpatía. Para cuando llega la siguiente reunión, sigo inesperadamente limpio. Cuando la ronda de dolientes termina, me acerco a hablar con Amy. Hablamos de esto y de aquello, de nada en concreto. Le miento: le digo que me metí en las drogas porque había perdido muchísimo dinero en el juego y había arruinado a mi familia. Mi mujer me había abandonado y se había llevado a mi hijo. Le digo, y entonces no le miento, que tenía un buen trabajo y unos padres y hermanos que, aunque vivían lejos, me apoyaban. Pero la droga me alejó de todo. Ella me cuenta su historia y no creo que me mienta. Amy ama a los animales, vive con dos perros y un gato. Nunca ha estado casada. Me dice que lo suyo con las drogas fue un tema de desesperación, de incapacidad para gestionar todo lo que le pasaba por dentro. Me dan ganas de abrazarla para que se sienta segura, pero sé que eso no va a pasar. Nadie va a sentirse seguro conmigo nunca más. Cuando el viento frío y demasiado fino que hace fuera de la parroquia empieza a molestarnos, Amy me invita a seguir charlando en la cafetería. El calor del local y el olor a café me hacen sentir algo mejor. La miro mientras prepara mi comida. Cuando me la sirve, sé que le sorprende que ni siquiera intente detener la lagrima que baja por mi cara.

Aquel fue el primer día de muchos. Un montón de días yendo a la cafetería, a las reuniones, muchos días sin mierda en mi cuerpo. Pasé momentos muy malos, momentos en los que habría vendido a mi padre por poder fumarme otra pipa de crack. Echaba de menos la droga y lloraba por esa pérdida. Como si el crack me hubiera dejado a mí y me hubiera roto el corazón. Cuando esto me pasaba, llamaba a DJDios o iba a ver a Amy a la cafetería. Danny ya no era aquella figura imponente del primer día. Ya empezaba a ser Dios para mí. Era un buen dios para todos nosotros. Con el tiempo, Amy y yo empezamos una relación sentimental. No fue fácil al principio porque algunas veces, más de las que me gustaría reconocer, fui mezquino con ella, pero no era yo de verdad, era ese yo que no se soportaba sin sustancias tóxicas dentro. Esa persona que necesitaba equilibrar la basura que tenía en sí con la que se metía de fuera. Pero ella era mi ángel y me entendía, ella también venía de ese lugar. Y por eso me acompañaba y estábamos juntos en muchas cosas importantes de nuestras vidas. Y esas cosas eran las mismas para los dos. Amy me cuidaba y yo me sentía bendecido.

Un día, unos cinco meses después de mi primera reunión en Narcóticos Anónimos, me desperté con Harvey en la cabeza. Había tenido otro de aquellos sueños terribles y me levanté desesperado. Harvey era mi colega, mi compañero de pipas. Nos gustaba pillar colocones juntos y, por la desinhibición que dan las drogas o el alcohol, me había acostumbrado a contarle mis cosas, a desahogarme con él. Harvey trabajaba en un matadero en las afueras de la ciudad. El último frío del invierno seguía pegando duro y en aquella zona despoblada el viento daba la vuelta en cada calle. A medida que me iba acercando, me daba la sensación de que podía oler la carne muerta. Aquella era una parte ruinosa, un polígono industrial lleno de naves que en su mayoría ya no eran nada, solo viejos edificios caídos. Iba sudando y tenía náuseas. Muchas. No había nadie por la calle, ningún coche pasaba por allí y lo único que se podía oír eran los mugidos de los animales. Harvey estaba sentado en la puerta, fumando un cigarro. Cuando la gente le preguntaba, él decía que era aturdidor y lo decía con orgullo. Luego explicaba que le pagaban por evitar sufrimientos a los pobres bichos. Antes de sacarles la sangre, les disparaba en el cráneo con una pistola de bala cautiva. Después los colgaba y los degollaba. Esta ultima era la parte que no contaba. Harvey sabía que no era bueno con la gente y para compensar hablaba de sí mismo como un benefactor para los animales.

-¡Pero miren todos, damas y caballeros, quién está aquí! -dijo Harvey levantándose del poyete donde estaba sentado.

-¿Qué pasa, Harvey, colega? -dije yo, fingiendo alegría por verlo, pero lo único que sentí en aquel momento fue una fuerte contracción en el estómago.

Porque la había cagado, me di cuenta en aquel momento de que la había cagado al ir a verlo.

-¡Por aquí ando, tío! Currando un poco los días que puedo levantarme -Y se rio a carcajadas.

El cabrón de Harvey se ríe a carcajadas. De todo.

-Eso está bien -le dije yo- he tenido suerte de que hoy hayas podido levantarte entonces.

-¿Qué tal tú, tío? -me dijo mientras me palmeaba el hombro-. Tronco, me viene de puta madre que te hayas acercado. El mamón de mi compañero se ha levantado hoy con fiebre y voy a necesitar tu ayuda con un choto de ahí dentro.

-Joder, no sé yo si tengo el cuerpo hoy para ferias…

-Venga, tío, ayúdame. De verdad te digo que no puedo controlar a ese animal yo solo.

Me rodeó los hombros y me llevó dentro de la nave. El olor allí era repugnante. Hacía mucho frío y el suelo tenía manchas indeterminadas que nadie querría pisar. Pero Harvey me llevaba cogido y yo pisaba por donde él. Mientras cruzábamos la nave, le iba contando que por primera vez desde hacía mucho me iba bien, que llevaba más de cinco meses sin fumarme una pipa, que iba a las reuniones en Narcóticos Anónimos y que mi padrino era un tío excepcional. También le dije que tenía una relación con una dama-ángel que se llamaba Amy. Harvey carece de cualquier filtro y me soltó que me preparase a sufrir, que incluso los ángeles podían caer al infierno. Y te arrastraban con ellos. Lo mandé a la mierda y él me pidió disculpas, pero no lo hizo sinceramente. Después sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta de un establo donde había un ternero. Harvey me dijo que ya le había disuelto tranquilizantes en la comida, pero que aun así, todavía seguía moviéndose. No era un animal demasiado grande y no daba miedo, pero yo lo miraba a los ojos y no me gustaban las cosas que sentía en el estómago. Harvey me dijo que él iba a sujetar la cabeza del animal y que yo le iba a disparar la bala. Le dije que si estaba de broma, que yo no iba a saber hacer eso y que no quería hacerle daño al animal. Él me dijo que precisamente por eso iba a dispararle, para que el animal no sintiera dolor ni sufriera. Me dijo que que solo tenía que apoyar el cañón en la parte de la cabeza que él me señalase y disparar. Y lo hice. Disparé al animal. No sé lo que pasó después, porque salí corriendo y fui al baño a vomitar. Para cuando volví, el ternero ya estaba balanceándose sobre un enorme charco de sangre. Me despedí de Harvey y salí corriendo de allí. La idea de una bala cautiva alojada en mi cerebro se vino conmigo.

A partir de aquel día, los sueños horribles me dejaron pocas noches salvas. Sin embargo, nunca soñaba con la secuencia de hechos entera: soñaba que Nora iba a una reunión en Narcóticos Anónimos o que me tiraba a Amy en el callejón donde aquello pasó. Alguna vez llegué a soñar que DJDios estaba de espaldas a la entrada de la sala de reuniones, que llevaba una sudadera con capucha que me aterraba y que, cuando se giraba para mirar quién había entrado, cuando yo podía ver su cara, no era Danny sino uno de aquellos hijos de puta.

Pero una noche que me había quedado a dormir en casa de Amy, lo soñé todo. Soñé todo tal como pasó. Nora y yo caminando por las calles, aquellos dos tíos acercándose y llevándonos a punta de pistola al callejón, los gritos de Nora y cómo ellos se abalanzaron sobre ella y empezaron a darle golpes en todo el cuerpo. Y como yo salí corriendo. Cuando me lo cuento a mí mismo, digo que fue para buscar ayuda. Pero ni lo intenté. Salí corriendo porque quería estar lo más lejos posible de allí. Cuando pude abrir los ojos, salí despacio de la cama para no hacer ruido. Le robé a Amy todo el dinero que encontré en su bolso y en los cajones. Antes de irme, ella se movió en la cama y sacó los brazos por encima de la sábana. Las manos de Amy…Salí corriendo de su casa y lo primero que hice fue comprar polvo del bueno, heroína. Me la metí y después me sentí tan feliz como nunca antes me había sentido.

Pero aquello pasó y después vino el malestar y el dolor en el estómago. Y me senté en el suelo. Me senté para descansar lejos de Dios, para ver cómo aquel edificio reflejaba al de enfrente, como las ventanas de uno eran como un rompecabezas de la realidad del otro. Me senté en aquel lugar para desandar cada uno de mis pasos. Ya no iba a dar ni uno más porque en realidad yo lo que quería era sentirme impotente ante lo que me gobernaba. No quería que nadie me devolviera el juicio ni que nadie se hiciera cargo de mi voluntad o de mi vida. Quería conservar todos mis defectos, valerme de ellos. Hacer daño a otros, repetir las mismas ofensas a las mismas personas. Una y otra vez. Resguardarme de la palabra “perdón”. Equivocarme todos los días de mi vida hasta el final. Dejar de cumplir, en cualquiera de los sentidos que esa palabra pudiera tener. Ser débil y no querer ser otra cosa. Yo solo quería permanecer allí sentado observando cómo todo perdía cualquier posibilidad de encajar. Mirar hacia arriba y no ver otra cosa que aquel rompecabezas en la calima. Hasta que el sueño entrara en mí. Quería que Dios me viera dormir.

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Crítica del jurado

I. Qué original este texto. Qué magnífica frase inicial. Muy bien contada esa peregrinación llena de obstáculos. Magnífica prosa, magníficas imágenes. Un conjunto armonioso y terrible, sobrecogedor. En mi opinión sería mejor no agotar la idea de Dios. Quizá reservara la imagen para el final, principio y final, como respuesta a la pregunta del relato. También yo siento un cambio sutil de tono entre esa primera frase y la final y el resto del relato. Me daba la impresión de que estas frases que se refieren a Dios son algo más naif, de ahí que volver mucho a la imagen me resulta excesivo. Por otro lado, volver a ella, la agota un poco. Y cuando llega la frase final notas que es demasiado. Magnífica la escena del matadero.

En mi opinión es un poco largo, en algunos tramos se entra en un exceso de explicaciones. Un poco más de contención en este sentido, creo que mejoraría el resultado. Muy buen trabajo.

II. Interesante descripción de un personaje que vive todo un vía crucis en busca de una redención final que, desafortunadamente, no le llega. A pesar de sus buenas intenciones hay acontecimientos del pasado que han dejado una huella demasiado profunda en él y la heroína (la droga) es su artificial camino a la expiación.

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