Solamente un vaso

Solamente un vaso

Roxana Roberth

29/05/2022

Otra vez, el abuelo, cansado de las palabras del médico…”Solamente un vaso”, a lo que respondía revoleando los ojitos verdes para mostrar disconformidad. Su hija y su nieta, le hacían cumplir con riguroso control cada recomendación; claro, era por su bien. Lo amaban tanto, que lo cuidaban como si fuera de cristal.

Manuel, llevaba guardados más inviernos que primaveras en su agobiado y pequeño cuerpo. Su exhausto corazón y sus fibrosos pulmones con dificultosa respiración, hacían el mayor esfuerzo junto al bastón dorado para asistirlo en sus fatigados pasos. No era fácil, tener noventa años cargados de sufrimiento. Había soportado muchos golpes que la vida le propinó y él, los enfrentó sobrellevándolos sin reclamar. Desde hacía ya veinte interminables años, su eterna compañera había partido, dejándolo devastado por el dolor.

No le encontraba más sentido a la vida. A pesar de todo seguía adelante en su batalla contra el tiempo. Debía hacerlo para corresponder al amor que recibía de su nieta y su hija que se esmeraban diariamente para llenarlo de atenciones.

Ese pequeño tramposo, de cabello blanco y carita pícara, cumplía todas las órdenes impartidas para mejorar su salud, excepto, una… Esperaba a quedarse solo en su confortable casa de grandes ventanas, cubiertas por unas bellas cortinas celestes y paredes blancas bordeadas por un colorido jardín. Despacito y con dificultad recorría el largo pasillo hasta llegar a la vereda, haciendo un giro a la izquierda entraba en el almacén de al lado donde le aguardaba su felicidad…

-Hola Don Manuel. ¿Ya se fue su familia?

-Sí. Dame “mi tesoro”, que estoy apurado.

Regresaba a su casa lo más rápido que podía, cobijando y resguardando su alegría con el brazo izquierdo. Puki, su fiel compañero peludo de color negro y patitas blancas, aguardaba impaciente hasta verlo llegar. Él se sentaba apacible en un pequeño sillón junto al que tenía una mesita con queso, salame y pan cortados en pequeños trozos y un vaso vacío…

Era el momento más esperado por Manuel. Se sentía un triunfador abriendo “su tesoro”; una botellita de vino tinto que el almacenero secretamente, le reservaba todos los días. No quería solamente un vaso. La quería toda para él. ¡Se sentía feliz! Y así lo hizo hasta el último día de su vida, sin que nadie lo descubriera.

Luego de su partida, sus amorosas guardianas se enteraron del secreto escondido y se dieron cuenta que a veces, la felicidad es la mejor receta. Y para Manuel, no podía estar en “solamente un vaso”, estaba en una botella…

Roxana Roberth

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