—Si una persona lo hace yo también lo puedo hacer; con conocimiento y dedicación todo se puede.— se repetía una y otra vez.
—Debería haber prestado más atención cuando mi abuelo nos hablaba del cuidado de su huerta. ─pensaba Mónica con tristeza.
—Pero… ya pasó una semana debería haber un indicio o ¡atisbo de vida! Hice todo lo que decía el folleto: delimitar canteros, cavar 30 cm de profundidad, moler terrones, sacar piedras, palos, raíces, abonar bien la tierra y sembrar. ¿Habré puesto bien las semillas? eran tan chiquitas.
—Enterrar dos veces su tamaño, decía, ¿a ver? Mejor le sacó un poco de tierra. No mejor no, se la pueden comer los pájaros. ¿Se las habrán comido? ayer vi un pájaro negro pico anaranjado revoloteando.
—Uh, esta posición me hace doler la cintura; hacerme la campesina me está destruyendo la columna. ¿A ver? Acá hay un brote ¡Por fin! Pero ¿porqué es blanco y finito y no va para arriba, hace una comba y se entierra otra vez? ¿Sera así el nacer de la acelga? Parece un gusano. ¿Lo toco? No mejor no, a ver si es un brote y lo rompo. ¿Y si es un gusano y me comió los brotes? No, no creo.
—Ya está oscureciendo, riego y listo. ¿Y si las regué mucho y las ahogué? No, no creo; hace frío pero la tierra está seca, mejor la riego y me voy a dormir.
Entrada la madrugada el ojo derecho se le abrió como una persiana: — ¿Será un gusanito o un brote? mejor voy a ver.
Al salir de la cama el frío le caló los huesos. Se puso el gorro de lana y el tapado con tanta fuerza que terminó de arrancar el forro de la manga.
—Mejor me pongo el poncho, ─dijo Mónica, y salió afuera.
Un viento gélido le entraba por todos los costados.
—Me tendría que haber puesto el tapado─ se lamentaba mientras cruzaba los brazos y se daba cuenta de que no había llevado la linterna.
—Por suerte hay luna llena; ¿Dónde estaba el brote? ¡No veo nada! ¡Sí! Acá está; tapado con una hoja. ¿Se la saco para que no lo aplaste? No, mejor la dejo para que lo proteja de la helada. No, mejor la saco.
No puedo ver nada, ¿Y la luna? Ah, la tapó una nube.
— ¡Qué frío! Mejor vuelvo cuando salga el sol.
Otra vez en la cama, tapada hasta la nariz, y otra vez automáticamente se le abre el ojo; ahora el izquierdo:
—No recuerdo si cerré la puerta de la huerta; ¡pueden entrar los perros y pisar el brote!
—Pensá Mónica, pensá. ─se decía enérgicamente.
—Veamos… Estaba oscuro, me agaché, me dolía la cintura, me levanté, pise un charco con la pantufla que me salpicó el pantalón del pijama; mientras sacudía el pie para sacar el agua helada enganché el poncho en el alambrado, y luego de tirar con fuerza arranqué los flecos… y ¡Si cerré la puerta!
—Bueno, ahora a dormir.
Una hora después, ¡los dos ojos se abrieron! La mirada fija en el techo y entre estornudo y estornudo pensaba: ¿Será un gusanito o un brote? Mejor voy a ver…
Mónica comprobó que no era un gusanito, y unos días después, que tampoco era un brote de acelga; decepcionada pensó arrancarlo pero había puesto tanto empeño en su cuidado que intuitivamente prefirió darle la oportunidad de crecer y desarrollarse.
Entonces, como por arte de magia, a su alrededor comenzaron a aparecer brotes y brotes de acelga que manifestaron enormes hojas.
“Si trabajas la tierra con conocimiento y amor ésta devuelve lo recibido en gracia y abundancia”. — Recordó lo que siempre decía su abuelo.
Si bien no tenía idea de que especie de planta era sentía que la amaba. Sus hojas totalmente diferentes a las de la acelga; gruesas, redondeadas y de un color verde claro con bordes rojizos que le fascinaban; ella lo llamaba: “Mi cactus mágico sin espinas”.
Un día, ya entrada la tarde, tocaron la campana de llamada que hacía poco había colocado junto a la tranquera; desde la puerta de su casa vio un señor mayor acompañado por un niño.
— Buenas. Disculpe doñita, ¿puedo hacerle una pregunta?
Mónica salió presurosa, no tenía muchas visitas en “su monte”
—Buenas tarde señor, ¿qué necesita?
El anciano sacó una foto arrugada del bolsillo del pantalón; y mientras extendía la mano para entregársela dijo:
—Estoy buscando desde tempranito y por todo el pueblo esta planta, a ver si alguien la tiene; por favor, si sabe de alguien; mi nieto tiene cáncer y el doctor me dijo que debía consumir esta planta, que lo podría ayudar muchísimo; disculpe usted, pero no recuerdo el nombre.
Mónica no lo podía creer, era la foto de su “cactus sin espinas”; de su planta mágica.
— ¡Sí, la tengo! —Dijo emocionada.
—Es más… ¿Cómo se llama su nieto?
El señor secándose disimuladamente las lágrimas dijo:
—Se llama Emanuel.
— ¿Sabe? ─dijo ella convencida. — ésta planta nació, la crié y cuidé para Emanuel. Es suya; ya se la pongo en una maceta y la lleva…
“Pídele a Dios un árbol y te lo dará en forma de semilla”
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