No se la puede quitar de la cabeza desde que la vio en aquel salón tanguero del barrio de Almagro, con un vestido negro escotado, el cabello color miel le caía sobre un costado del rostro, custodiada por un bacán robusto y engreído que vestía elegante y no le quitaba ojo vigilando todo el tiempo junto a otros tres fulanos que le hacían la guardia.
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Busca en el ropero el único traje que tiene, la camisa celeste clarita, los zapatos negros brillosos. Se peina y se pasa un poco de colonia barata por el pelo engominado. Un día de estos va a comprar una de las que vio en la perfumería del barrio. ¡Se dará el gusto, qué tanto! ─Se dice a sí mismo mirándose al espejo.
Sale, la noche está tibia. Camina hasta la esquina. Al abrir su cartera, el boleto de la última carrera lo mira burlón. Piensa en los pesos que se le piantaron junto con las ilusiones y lo perejil que es al creer que algún día ganará una apuesta, tendrá mucha guita y podrá escapar de la «mishiadura».
Hace señas al primer taxi que aparece.
─¡Hasta San Telmo maestro! Vamos por la avenida San Juan y me tira por ahí.
─Tá bien muchacho, el tránsito está un poco pesadito por la noche del viernes vio, la gente sale más.
El taxista, busca conversación, pero él está con la mente en otra parte.
─En la cuadra que viene está bien, aquí me quedo Don.
Camina nervioso hasta la puerta de la milonga. Apenas entrar la música que suena a todo trapo lo pone de buen humor. Algunas parejas ensayan figuras atrevidas lustrando el suelo. La luz tenue y el humo no dejan ver con claridad. Acodado en la barra, enciende un cigarro y hace un paneo por todo el salón, algunas muchachas lo miran insinuantes, pero él busca a otra.
─Juan, poneme un trago, algo fuerte.
─Mirá Gerardo, ¡ahí la tenés a la moza! ─Le apunta Juan .
Toma un sorbo largo como para darse ánimo, se da vuelta y ahí está ella, ¡más linda que nunca! Lleva un vestido color manteca que dibuja su cuerpo, los labios rojos, ese andar sensual y provocador que lo vuelve loco.
La orquesta se descuelga con un tangazo, un tipo alto de traje negro le habla por lo bajo, luego la toma por la cintura y van hacia la pista. Se queda ensimismado mirando como la pareja baila con requiebros estudiados. Pasan unos minutos y no aguanta más.
─Disculpe Don, ¿Me permite?, parece que la señorita quiere cambiar de compañero.
Ella baja la mirada y sonríe tímida.
─Sí, ¡claro amigo faltaría más toda suya!. El hombre sonríe con sorna y se da media vuelta.
La abraza con suavidad, ella se aprieta contra su pecho mimosa. La sensualidad se adueña del momento, solo ella y él, la cadencia del tango los envuelve, los atrapa en una telaraña de pasión.
De pronto… un empujón, ¡Un puñetazo tan fuerte que cae derrumbado!. Los golpes vienen de todas partes, no ve nada. “Deben ser unos cuántos”. Solo quiere que paren. Los gritos de la gente y el murmullo los escucha muy lejos… no sabe qué pasa. Todo se vuelve oscuro, lo arrastran por el suelo, pierde la noción del tiempo. Siente un paño fresco en la frente y un poco de alivio.
─¡La pucha, hay que tené mala pata pa elegí las minas che!
Abre apenas los ojos y muy borroso lo ve a Juan, a duras penas con su ayuda logra incorporarse. El traje desgarrado, la camisa celeste clarita salpicada de sangre, la corbata colgando y arrugada. Los bailarines hacen un círculo como si él fuera el payaso del circo y murmuran por lo bajo.
Enseguida alguien ordena por el altavoz: señores aquí no ha pasao nada, ¡a seguir con la milonga!, los asuntos de polleras se arreglan afuera. Algunos aplauden, la pista se llena poco a poco, el director de la orquesta anuncia un bis del tango más lindo del mundo, la música comienza a sonar de nuevo, inunda el salón y se mete hasta en los huesos.
«Por una cabeza, todas las locuras
Su boca que besa
Borra la tristeza
Calma la amargura..»
Un muchachito llega agitado y le entrega un papel con letra de mujer, lo toma con mano temblorosa y lee:
Para Gerardo
Boedo 235- 2º piso.
Mientras trata de ayudarle a recobrar la compostura, Juan murmura:
¡Vos sos dueño che!, después de todo… cada uno se muere como quiere..
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«Por una cabeza» Tango. Autores: Alfredo Le Pera / Carlos Gardel.
Astor Piazzolla y su orquesta – (Audio Instrumental)
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