−¿Debemos desperdiciarlo todo, amor mio?
−¡No construimos nada!
−¿No?
−Nos destruimos.
Madeline llevaba puesto el jersey de hilo rojo, aquel de cuello alto. Bajó la cremallera y con sus pechos pequeños y puntiagudos, hizo ver que la vida se había trasformado en ficción. A lo largo de su sexo tenía puesto un esparadrapo y cuando se abrió de piernas enseñó lo imposible.
−Yo solo quiero que te vayas, solo quiero que se acabe, solo quiero que me dejes sola.
Enajenado Theo cogió la puerta y se largó. La llave en el contacto. Chillido de los neumáticos y la locura en la oquedad de la noche. Trabajaba en un aparcamiento del ayuntamiento, de turno de noche y aquel día estaba de reposo. Cuando entró en el bar y se sentó todavía temblaba de rabia. El bar era un espectáculo único: el salón bien iluminado y mucha gente, mucha gente conectando entre ellos. Se perdió juntos a su mente en el ruido: «…estábamos sentados en la escalera del cole, tú y yo hablando, ¡los dos sin ninguna duda! ¡eso es lo que creíamos! naufragábamos más allá de la imaginación…». Aquí en el Zurich de plaza Cataluña, debajo de los ventiladores de techo que giran perezosos, entre los empleados y sus quehaceres, con la maquina del café bufando, se acumularon las soledades. Aparecieron en el fondo de su tacita vacía de café y en el historial de su móvil. WhatsApp: ehi! WhatsApp: va todo bien? WA: hay montones d cosas q hecho d menos WA: por ejemplo? WA: la oscuridad el sonido de los días aburridos WA: la sensación d paz WA: encogida a tú lado en el coche WA: la sombra del pliegue d tu falda WA: la raja en mi corazón WA: tu cuerpo desvestido WA: y también ya sabes cosas WA: el olor a café WA: el sonido d un camión pasando por la noche WA: el asfalto mojado por la lluvia WA: cosas q tengo presente siempre WA: siempre WA: es que estamos lejos, muy muy muy lejos WA: probablemente. Le gustaba quedar con ella en el Zurich, dentro, odiaba las mesita redondas de yerro del exterior. Dentro se sentía anónimo y envuelto en la vocería de la gente. Afuera le parecía estar en un escaparate. El camarero le preguntó si querría algo y él pensó: «¿Cuándo empecé a escribir mensajes que luego nunca envié?».
−Un café, gracias.− y ella volvió a asomarse en su mente, sentada sobre el inodoro, mirándole, meando apaciblemente, con su rostro vacío de todo pensamiento, pero marcado por la melancolía tras el coito, tapándose las rodillas con las manos y con sus ciegas braguitas, un saquito vergonzoso, cobijo arcano, recóndito, espejo de las ansias, los enigmas y la fatalidad del sexo. Fue en casa de los padres de Madeline, un domingo por la tarde, todavía no estaba claro si estaban juntos. Un solitario televisor, encendido. El follaje del jardín coloreando los ventanales.
−En seguida, señor.−«¡donde estas metida!» pensó, «…estábamos sentados en la escalera del cole…», «…cuando lo hacemos, se traga mi afligida melancolía y entre pensamiento y realidad, deja que se corra mi alma…».
Madeline había llamado Theo para comentarle su decisión. Querría irse. No podía hacerlo en persona: temía no aguantar su dolor.
−¿Qué dices? ¡Me perdonas!, sí ya veo y te vas, no? Es inútil.
Theo se presentó sin avisar. Una vez en su coche, una vez arrancado, se preguntó cual podría ser el próximo paso. Después de dejar la ronda de Dalt y coger la salida de la Valle d’Hebron, para ir hacia el centro, le quedaba muy claro el proceso imparable. Un sufrido recorrido estaba floreciendo en el borde de la ventanilla de su coche. ¡Otra vez un nuevo trayecto, otro camino y siempre los mismos paralelismos! Pasado el desvío de Horta, nada más abandonar la penumbra de su alma, furiosamente, bajó Avenida Hospital Militar. Luego vino Plaza Lesseps. Príncipe de Asturias. Via Augusta. Plaza Galla Placidia. Diagonal. Paseo de Gracia. Plaza Cataluña. Conocía cada metro de este trayecto. Conocía cada recoveco del cuerpo de Madeline. ¡Hace tiempo que empezó a ser peligroso asomarse! WhatsApp: hay playa esta tarde? WA: hombre!!! WA: jeje WA: no hace mucho sol WA: bueno pero yo iré WA: sì? WA: siiiiiiii WA: ok voy yo también WA: bajamos al sur o vamos a Badalona? WA: ahora t digo WA: vale. Theo se emocionó pensando que hubiera podido volver a querer. WA: ah recuerda q esta noche trabajo WA: a q hora entras? WA: entro a las 22 WA: a las 4 taquillas del Clot para Badalona WA: 4 Clot taquillas Badalona. Theo se creyó que, al ignorar el motivo de esto reencuentro, alcanzaría una mínima señal de justicia, una mínima cantidad de esperanza para poder dar una nueva luz a su vida desorientada. ¡Encontró locamente sexy la cuerdecita del Tampax, que apareció, picara, cuando ella se desnudó. Pensó que todo era posible. Pensó que había conseguido dejarse atrás un mar de accidentes mientras se colaba entra sus blandos labios, esfumándose en una combinación de caramelo y barro, pulverizándose en su aparecer y desaparecer. De vuelta, pocas cosas que contar. ¡Peligroso fue asomarse! Esta vida es inestable, todo y nada tiene significado. A veces, sin saber de donde venga, se levanta un gran viento y uno viene arrastrado como si fuera una hoja, quedando indefenso. Madeline lo había siempre dado todo: cuerpo, alma, orgasmo y virginidad. Nunca jugó a mujercita complaciente o a muñeca de porcelana que no se deja inspeccionar. Cuando Theo, por primera vez, se giró sobre ella, supo que era amor.
Por mucho que intentamos vivir juntos, por cuanto en cualquier instante del día o de la noche sondeamos los pensamientos más profundos o escondidos del otro, nunca jamás conseguiremos entenderlos. Cada uno de nosotros está solo.
−¿Debemos desperdiciarlo todo, amor mio?
−¡No construimos nada!
−¿No?
−Solo nos destruimos.
A Theo, de pie a un paso de la cama, le brotó una lagrima. Pensó que no había aprendido nada. Se encogió de hombros y se metió las manos en el bolsillos de los pantalones. Madeline, tendida en la cama, llevaba puesto solo el jersey de hilo rojo, aquel de cuello alto. Bajó la cremallera hasta aligerarse completamente. Con pulcritud y soltura, en una extraña noche, con el tiempo que se hacía pesado, se quitó el amor de encima, así como se quita un guante. Cuando se dio cuenta que Theo daba muestras visibles de excitación, en su manejo, se abrió de piernas y enseño lo imposible. Se había puesto un esparadrapo a lo largo de su sexo. No querría jamás sentirlo dentro de ella. Querría solamente estar despierta y correrse en sueños.
−Yo solo quiero que te vayas, solo quiero que se acabe, solo quiero que me dejes sola.
Madeline había rematado la faena. Acababa de evitar, por última vez, el vaciado del cerebro de Theo entre sus piernas. Se lo había sacado de encima. Recordó que de chiquilla, con el espejo de mano de la madre, curiosa, se miraba allí abajo. Ahora su sexo, al final de un pálido triangulo de piel y parecido a los de las estrellas porno, rasurado, virginal, casi infantil, se había callado. Llegó a tocarse el ombligo húmedo de sudor y renunció a bajar más. Theo se había marchado furioso. Madeline se dio media vuelta. Abandonado sobre la mesita de noche, estaba el paquete de cigarrillos. Se acurrucó en posición fetal, se encendió un pitillo y, en la primera pequeña nube de humo, buscó el porque de la presencia de Theo en su vida. Madeline había aprendido a vivir sola. Cajera y re-ponedora en un Día en el barrio del Clot, nada más meterse en una hipoteca, sólita sólita, alquiló una habitación, había tres en su piso, para poder redondear las estrechas economías. La alquiló a Theo, por ser su amigo de siempre. Acabaron follado. Ella sabía que era mejor evitar infiltrados que te complican la vida. No solía buscarse líos. Y sabía dosificarse con las terminaciones masculinas que, muy pocas veces, saben descargar chispas y/o percepciones. ¡Quizás no tenía muy claro lo que buscaba! Pero su principal reto era subsistir, evitando retrocesos. WhatsApp: hay playa esta tarde? WA: claro WA: jeje WA: no hace mucho sol WA: bueno pero yo iré WA: sì? WA: siiiiiiii WA: ok voy yo también WA: bajamos al sur o vamos a Badalona? WA: ahora t digo WA: vale. Theo se emocionó pensando que hubiera podido volver a querer. WA: ah recuerda q esta noche trabajo WA: a q hora entras? WA: entro a las 22 WA: a las 4 taquillas del Clot para Badalona WA: 4 Clot taquillas Badalona. Hace tiempo fue peligroso asomarse. Madeline se creyó que podía meter orden en su vida, quizá tener hijos. Le vino la regla aquel día. Se sintió en su derecho enseñando, al desnudarse, la cuerdecita, astuta, del Tampax. Meneó la cadera en la cara de Theo y él la besó por encima de su hendidura. Ella le bajó el traje de baño y lo recompensó ajusticiando-le con una combinación de sobadas y besuqueos que lo dejaron dolorido. De vuelta, pocas cosas que contar. ¡Quizá se asomó peligrosamente! Al quedarse sola se sintió desprevenida. La habitación parecía no tener paredes, pero sí árboles, un sin fin de árboles. Recapacitó: «¿jamás tendré paz?» y decidió que con un par de pastillas de demerol saldría de la pesadilla. La toma de conciencia intraonírica mezclada con hidrocloruro de meperidina sirve para creerse que uno nunca estuve, que nunca quise y que jamás viajó por un horroroso meollo. Y el demerol la ayudó a recordar: «…estábamos sentados en la escalera del cole, él y yo hablando». El reloj digital de la mesita de noche enloqueció. Los dígitos galopaban. Los segundos se sucedían a los minutos y éstos a las horas en un ritmo impresionante, como si quisieran remarcar, con maldad, este tiempo ya transcurso sin él. La luz del portátil vibró. Madeline estiró los brazos. Era él. WhatsApp: ehi! WhatsApp: va todo bien? WA: hay montones d cosas q hecho d menos WA: por ejemplo? WA: la oscuridad el sonido de los días aburridos WA: la sensación d paz WA: encogida a tú lado en el coche WA: la sombra del pliegue d tu falda WA: la raja en mi corazón WA: tu cuerpo desvestido WA: y también ya sabes cosas WA: el olor a café WA: el sonido d un camión pasando por la noche WA: el asfalto mojado por la lluvia WA: cosas q tengo presente siempre WA: siempre. «Seguramente estará en el Zurich» pensó. Le gustaba quedar con él en el Zurich. Los indolentes ventiladores en los altos techos de sus salones. Los frenéticos empleados. Lo vio: «se estará tomando un café». WA: es que estamos lejos, muy muy muy lejos WA: probablemente. La maquina del café bufando. «¿Cuándo se escribieron estos mensajes?», «¡han tardado demasiado tiempo en llegar», recapacitó. Sentada sobre el inodoro, lo estaba mirando. Theo se vestía. Ella meaba apaciblemente, libre de toda fatalidad, «¡qué tontería volver a vestirse después de amarse!», «¿la ilusión ya es un hábito?», se preguntó. Y se quitó las bragas. Estaban en casa de sus padres, aquella vez. Un domingo por la tarde. Los amigos de ambos se preguntaban si eran pareja. Los mismos amigos de la universidad que paz pacem en latín y que usan la cocacola como anticonceptivo.
−Theo me voy. Te perdono.
−¿Qué dices? ¡Me perdonas!, sí ya veo y te vas, no? Es inútil.
Madeline había llamado Theo para comentarle su decisión. Querría irse. No podía hacerlo en persona: temía no aguantar su dolor. Y él se presentó sin avisar. Lo escuchó bajar la escalera como un loco. Los chillidos de los neumáticos arrastrándose sobre el asfalto la hirieron aún más. Y el solo pensar de como podía ir conduciendo por las calles de Barcelona la martirizó a tal punto que le resultó imposible calcular cual sería su siguiente decisión. En esta vida todo fluctúa: el todo y la nada tienen significado. Todo le había parecido justo, sincero y bello. Y joven. La ropa, la música, el cine, los regalos, el café en el Zurich, la tristeza, la sabiduría. Las noches, desnudos en la oscuridad, arropados por la oscuridad. Cuando Madeline, por primera vez, lo sintió sobre de ella, quizá, supo que era amor.
Sinopsis
Madeline y Theo se amaron, por mucho tiempo y con mucha pasión. Después todo terminó y no fue fácil por ella. Y tampoco por él. Tras tantos años su mundo va a la deriva. Él tiene dentro el furor para seguir adelante y regresar a una anterior forma de vida; ella no querría olvidar más. Una historia de amor que no sabe estar en el mundo. Una forma masculina de afrontar un final. Un modo en que las mujeres aceptan un nuevo comienzo.
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