Madrid, Noviembre 2017.
Hermana:
El otoño es una estación seductora en Madrid. Aun me resuenan las canciones del verano que pasé en la costa pero la impronta de la gran ciudad, la baja de temperatura y la fiesta de colores marrones, anaranjados y ocres se imponen ante todo. Empezaron las clases. Llegué a Madrid por el master en Escritura y feminismo, y muy de a poco me acostumbro a la ciudad y a la rutina de lectura y estudio.Aun no tengo hogar: me hospedo en Lavapiés, un barrio antiguo y céntrico en donde paso los días buscando trabajo, buscando casa y estudiando. Todo ello ocurre en bares. Elegidos con un criterio exigente y absolutamente subjetivo. Me invento una vida es España. Diseño y produzco cada mojón de mi existencia en un bar diferente del barrio. Es una rutina autoimpuesta, que por la mañana sabe a café con leche y croissant, por la tarde a té y jamón serrano y por la noche a cerveza Cruzcampo. Buco trabajo y casa en La Libre, un bar pequeño en el que no caben más de seis mesas y que además es librería de libros usados. Está enfrente de una fuente preciosa en el extremo de la calle Argumosa. Todos los días llego a las nueve cuando abren, y mientras se calienta la máquina de café, prendo el ordenador y abro las páginas de web de consulta diaria: busco habitación en piso para compartir, si fuese en Lavapiés sería fantástico, si la habitación fuese luminosa, sería fantástico. Busco trabajo, de lo que sea. Sólo conseguir trabajo sería fantástico. Sin pretensiones. Miro la fuente desde la ventana al lado de la cual está mi mesa. El agua que fluye me hace pensar que el trabajo también fluye, que la vida toda fluye y se acomoda a las circunstancias, como esos chorros disparados a la altura que encuentran su cauce cuando caen.
Por la tarde estudio en Ciudadano Grant, un bar que también es sala de exposiciones, como mesas grandes y cómodas, pensadas para clientas como yo, que llegan y despliegan una oficina con ordenador, cuaderno, libros y biromes. A veces estudio sola y a veces con Luisa. Luisa es mi amiga, mi cómplice y mi compañera. Una sinécdoque de Madrid. Acogedora, amable, inteligente. Nos hicimos amigas en clase, supongo que la complicidad nació al advertir la enorme afinidad en las autoras predilectas. Ella prefiere las norteamericanas y yo las italianas, pero las discusiones sobre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia terminan siempre empujándonos a pensar que la otra tiene razón. Cuando termina la tarde de estudio, sola o con Luisa, el destino es Caminito. Un bar argentino en el que preparan las mejores empanadas que hayan probado. Es de una familia de cordobeses, padre, madre e hijos se encargan de sacar adelante la empresa a la que bauticé La Embajada, la embajada de Córdoba en Lavapiés. Dos o tres empanadas con una Cruzcampo son mi cena y el cierre del día. Así transcurre mi rutina. Supongo que cuando tenga mi habitación, frecuentaré menos bares. Por ahora esta es la única opción. Y me gusta.
Te extraño, M.
***
Noviembre 2017
Amigas:
Después de meses de silencio, mi prometido reporte sobre las vacaciones familiares en la costa.
Denia fue originalmente un santuario: el santuario Dianium, que fue erigido por los romanos en honor a Diana, diosa de la caza, la naturaleza y la luna, quien era alabada por su fuerza y su belleza. Hoy es una ciudad turística, que recibe a jubilados, familias y jóvenes europeos en busca de sol y playa durante el verano. Denia se extiende por la costa norte de Alicante, entre el mar Mediterráneo y el Montgó, un macizo de 700 metros de altura, declarado Parque Natural que se eleva como un paredón y que se impone a la vista desde cualquier rincón de la ciudad. A Denia llegué para encontrarme con mi tía Ali.
No veía a Ali desde hacía unos años cuando fui a visitarla a Salvador de Bahía, donde vivía en esa época. La agudización de la crisis brasilerapost destitución de Dilma hizo que regresaran -ella y su esposo Santiago- a España, de donde se habían marchado durante la crisis española que empezó en el 2008, en la que se quedaron ambos sin trabajo. Ahora viven en Denia y tienen un bar de comida argentina.
Los primeros días de mi estadía estuvieron empapados de esa rareza que genera lo ajeno. Oír la gente hablar en otro idioma, en otros idiomas, o en el mismo idioma pero con acentos tan distintos; el calor estridente contrastaba mucho con el invierno bajo cero que despedí en Santiago de Chile; y ella era la misma tía Ali de toda mi vida, la misma con quien me deseaba buenos días a diario por chat y con quien mantenía interminables sesiones de wasap en una dinámica constante de coaching emocional recíproco, mi madrina, mi amiga, mi cómplice, mi aliada. Sin embargo, tenía que reconocerla, escucharla, mirarla, abrazarla para corroborar que sí, que era ella.
Con el paso de los días me incorporé a su rutina. Habitualmente a la mañana yo me despertaba antes que ella y la esperaba en el living con el mate y con la bikini puesta, como quien marca un rumbo en la agenda de la jornada. Después, las compras en el mercado, o en el mercadillo, o en Mercadona. Chorizos, paltas de las grandes y que estén blandas, pan,queso, jamón, aceitunas negras y verdes, carne molida, huevos. Después de almorzar, hacer la masa para las pizzas, la masa para las empanadas, el relleno de las empanadas, las empanadas. A la tarde abrir el bar. Atender el bar. A la noche, tarde, bien tarde, cerrar el bar. Volver a casa. Y así.
Pero las charlas, las charlas en las que los temas se sostienen sin interrupciones, en donde pueden desplegarse todas las aristas y complejidades que presente el caso, sea hablando de política, o de proyectos, o de amigas, o de otras amigas, o de hombres, ocurrían en la cocina.
-¿Te ayudo con las empanadas?
-Sí, vas a ser mi Juanita.
Juanita es la asistente de Doña Petrona: ambas son un clásico de la televisión argentina y una institución en mi familia. Doña Petrona cocinaba en el programa “Buenas tardes, mucho gusto” que tuvo origen en los años ’60 y estuvo al aire por más de veinte años. Mi abuela Piru miraba religiosamente el programa y copiaba y aprendía las recetas que Doña Petrona cocinaba ante las cámaras con la ayuda de Juanita. ¿Ven, señoras?, decía Doña Petrona, esto se hace así y asá, ¿Ven, señoras? Colocamos aquí la manteca y la mezclamos con esto otro. Juanita, pasame por favor los tomates. Juanita, retirá la olla del fuego, Juanita, picá cebolla, Juanita, Juanita, ¿Ven, señoras? Así se prepara el estofado.
Todo indica que mi mamá y mi tía pasaron cantidades de horas de su infancia, adolescencia y juventud frente al programa de televisión predilecto de mi abuela, porque desde que las conozco repiten la pregunta como un mantra seguido de cualquier tópico que se esté desarrollando. Miran fijamente a una cámara de televisión imaginaria, abrazan con una mano un bowl imaginario, toman una batidora imaginaria con la mano que les quedó libre, al mismo tiempo que dicen: ¿ven, señoras? Así se prepara una torta. ¿Ven, señoras? Así una se pone guapa. ¿Ven, señoras? Así se cruza la Cordillera de los Andes. ¿Ven, señoras? Así se manda todo a la mierda. Mi hermana y yo no tuvimos más opción que heredar el gesto, y mostrarle nosotras también a esos televidentes fantasmales nuestros propios avatares.
Así pasaron los días estivales junto a mi tía, como el balanceo suave de una hamaca que oscila entre el una cosa y la otra. Entre una vida doméstica difícil y un encuentro excepcional, entre la preparación de la comida y el bar, entre el Mediterráneo y el Montgó, el Montgó y el Mediterráneo. Cuando una familia de ingleses dejaba buena propina mirábamos fijo a la cámara, ¿ven, señoras?, esto es ser buena camarera; extasiadas en el mercadillo porque conseguimos un vestido a rayas a un euro, ¿ven señoras?, esto es una ganga; cuando los efectos de la marihuana se convertían en incontenibles carcajadas, ¿ven señoras? estas son flores y non pavadas.
Santiago, el esposo de mi tía, cada tanto nos invitaba a hacer un paseo. Un Paseo precipitado, apurado, por Xavea, por Pedreguer, por Jesús Pobre, por La Xara. Yo intentaba desde el asiento trasero del auto hacer una foto bonita del paisaje pero salía movida porque íbamos muy rápido. Intentaba hacer una foto bonita del paisaje… pero salgo yo reflejada en el vidrio de la ventanilla, que Santiago me pedía que no baje porque el aire acondicionado estaba al máximo. Nos detuvimos en Cabo San Antonio, entonces creí que por fin iba a tomar la foto que deseaba, pero el tiempo que demoré en buscar un ángulo desde el que pueda captar el mar, el Montgó y alguna de esas casitas blancas de arquitectura árabe fue suficiente para que Santiago se impaciente, ponga en marcha el auto y diga que vamos, que sigamos. Mi tía sostiene sobre sus hombros el bar, el matrimonioy su propia existencia como Atlas sostiene el globo. Pero no hay indicios de que llegueHércules ni nadie a ayudarla. ¿Ven, señoras? Así es como todo pende de un hilo.
Me pregunto en torno a qué orbitamos, a quién le hablamos cuando miramos fijo a la cámara, qué nos mantiene cerca y lejos, pero juntas. Y no hablo de que mi mamá esté en Córdoba, mi hermana en Valparaíso, mi tía en Denia, y yo vaya a saber dónde. No hablo de que mi abuelo esté vivo pero que las cuatro lo demos por muerto, de que mi abuela esté muerta pero la cuatro la sintamos cerca. No hablo de que en mayor o menor medida las cuatro hayamos sido partícipes del divorcio de una, del divorcio de la otra, del aborto de ésta, del cáncer de aquella, de la muerte de una, del renacimiento de todas. Me pregunto por el eje, por la estrella alrededor de la cual seguimos girando.
Un día fuimos de paseo al Castillo de Denia. Hicimos una visita guiada en el castillo que fue morisco y fue cristiano, fue sitiado y fue salvado. Al final de recorrido, en el punto más alto dentro de las murallas, la guía nos hizo pasar a la galería de las damas, en la que las mujeres de la nobleza realizaban sus tareas mientras contemplaban el mar. Pude imaginarlas en el ancho corredor al aire libre, paseando igual que nosotras, tomadas del brazo y sonriendo encandiladas por tanta luz. ¿Ven señoras? En Alicante el sol es radiante.
La guía de la visita al castillo también nos contó que hoy en Denia no hay vestigios del santuario. Los arqueólogos no pueden responder qué ha pasado con él. Hay vestigios de muchas cosas, pero no del sitio donde se le rendía culto a la diosa de la caza que dio origen a lo que hoy es una ciudad. Yo creo que Diana debe haber huido al Montgó, donde el barullo del verano no llega, cansada del bullicio de tanto yate, tanto velero, tanta excursión a Ibiza. Se debe haber refugiado en el monte, con su flora, con su fauna. Diana, como mi tía, como tantas, va en busca de su lugar, de su hacer, de su destino. Aunque nadie entienda a dónde, por qué.Aunque los arqueólogos no encuentren respuestas en las profundidades de sus motivos. ¿Ven, señoras? No hay receta. Sólo el camino.
Abrazos desde lejos. M.
***
Hermana, conocí a un chico en Tinder. Se llama Javier, es escritor y me gusta mucho. La primera cita fuimos a Misa de Ocho, un bar de luces bajas y música romántica que no me gustó para nada, pero estaba tan atraída por la charla que el escenario era intrascendente. En esa primera cita tuvimos una discusión muy fuerte sobre algunos pareceres. Se dice feminista y hace comentarios que para mí son atroces. Pero está convencido. Es fanático de Javier Marías ¿lo conocés? Si lo conocés vas a entender perfectamente como es eso de decirse feminista pero no serlo bajo ningún aspecto. No quisiera que mi intransigencia ideológica genere una brecha insalvable entre él y yo. Pero hay cosas ante las cuales ya no puede ceder. Me pregunto en qué me metí.
Te amo, tu hermana.
***
Mami, te escribo desde el metro. Linea 3 hacia Alameda de Osuna. Esta mañana salí temprano en busca de hogar. No quiero ser reiterativa en el tema, pero es muy difícil encontrar casa, departamento o habitación, un lugar donde vivir en Madrid. Después de semanas en donde todos los departamentos que vi me resultaron muy caros, o muy lejos, o muy sucios o muy sobrepoblados hoy tenía cita en uno que todo indicaba sería mi nuevo sitio en la ciudad. San Millás 7. Esa era la dirección. Allá fui. Pero no di con el lugar. No existe. Al lado de San Millás 5 hay un bar. Nadie sabía nada. Misión frustrada. Cabizbaja busqué el metro más cercano para volver al hostel. Metro La Latina. Mami, siempre lo supiste y nunca me lo dijiste. Ahí la vi. La Latina. La reconocí, es ella. Quedé paralizada frente al cartel del metro. Había una vez en un en un país muy lejano una Reina que tenía una amiga con quien adoraba juntarse a leer y a conversar… Leían en latín, conversaban sobre los asuntos del reino, la amiga de la reina educaba a las princesas, les enseñaba a leer y escribir… ¿Cuántas veces me habrás contado ese cuento antes de dormir? Yo creía que el cuento de la reina que tenía una amiga con quien adoraba juntarse a leer y conversar era un cuento más, de castillos rodeados de bosques inexistentes, con ogros y hadas, de esos que todos llevamos dentro, como Blancanieves, o Cenicienta. Pero hoy me di cuenta de que no. Hoy me di cuenta de que era un cuento tuyo, tuyo y mío, claro.Bajé las escaleras para introducirme bajo tierra, pasé el molinete y ahí la vi, quedé expuesta a la más remota infancia en ese cartel ploteado brillante con el texto breve que lo decía todo: Se llamaba Beatriz Galindo, la apodaban La Latina porque era una filosofa y poeta con quien Isabel la Catolica mantenía largas charlas en latín. Fueron amigas toda la vida. La Latina acompañó y apoyó a la Soberana, tal como ella le decía,en sus pretenciones de acceder al trono de Castilla y luego durante el gobierno… ¿Cuántas noches tiene la niñez, mamá? Durante años me pesó que en casa no hubiera posibilidad de creer en nada, en nada que no sea totalmente cierto. En Dios o en los Reyes Magos, por ejemplo.“Vamos a poner pasto y agua para los camellos, y mañana vas a encontrar un regalo hermoso, pero los Reyes no existen, esto es un ritual.” ¿Había necesidad de decirlo cada vez? Yo quería creer en los Reyes como todos los niños de mi edad, no saber de rituales. Quería vivir como todos en una hermosa farsa, y vos con tu extremo sentido de realidad lo echabas por tierra. Y sin embargo, con el beso de las buenas noches yo te pedía un cuento y vos me contabas, Había una vez en un en un país muy lejano una Reina que tenía una amiga con quien adoraba juntarse a leer y a conversar. Supongo que quienes creyeron en algún momento en los Reyes Magos, en algún momento también dejaron de creer, pero dudo que eso les haya pasado en el extranjero, con frío, con treinta y pico de años en una estación de Metro. Como a mí, que en vez de dejar de creer, me entero de que mi más tierno relato maravilloso es verdad. ¿Cuántos cuentos caben en el pasado, mami? No tengo hogar ni certeza de dónde voy a vivir. Tampoco sé muy bien a dónde voy ni cuando vuelvo. Pero tengo esa historia, tuya y mía, en donde refugiarme cada vez que lo necesite. Había una vez en un en un país muy lejano una Reina que tenía una amiga con quien adoraba juntarse a leer y a conversar.
SINOPSIS:
Buenos días Lavapiés es una novela epistolar que narra las vivencias cotidianas de una argentina en Madrid. La protagonista viaja a estudiar a la capital española pero la vida no resulta tan fácil como imaginaba. A través de la correspondencia que mantiene con sus amigos y familia conocemos sus experiencias amorosas, laborales e intelectuales. Motivada por el activismo feminista y por su pasión por la literatura escrita por mujeres llega a Madrid a estudiar en la Universidad un master en Feminismo y Escritura. Este nuevo espacio de formación transformará su perspectiva sobre todos los aspectos: a través de las cartas que envía a sus personas más queridas los lectores acompañamos ese viaje interior y geográfico en el que las reflexiones intelectuales tienen su correlato en la toma de decisiones más inmediata y práctica. Buenos días Lavapiés es la historia de una mujer atravesada por un fenómeno de época, de activismo y de formación, en donde la reivindicación de derechos y la lucha por la visibilidad entran en contradicción con las formas clásicas de amar, de trabajar y de entender la vida. Leemos los reportes de su vida privada, sus recorridos por la ciudad, las aventuras y desventuras de los bares, pero también las inquietudes que movilizan las autoras que estudia. Es la historia de un viaje, es una historia de amor y es también una historia de la literatura hecha por mujeres a través de los ojos una mujer que quiere ser escritora.
OPINIONES Y COMENTARIOS