Los Bendecidos- El Legado

Los Bendecidos- El Legado

Prólogo

Un pasado solitario

¿Alguna vez haz sentido que algo esta mal y no sabes que es? ¿o te haz hecho preguntas que no tienen explicación? la verdad es que todo tiene explicación, pero no todo se puede decir. Mi vida es un buen ejemplo de eso, mi existencia y la de mi gente es uno de los secretos mejor guardados del mundo, y con una muy buena razón, pues el peligro persigue a todo el que lo sepa. Pero si tu curiosidad es muy grande y estas dispuesto a ser parte de este loco mundo, te contaré mi historia.

Empecemos con una introducción a mi vida, mi nombre es Nathan Black y vivo en Portland, Maine. Mis padres se conocieron y se casaron en Bogotá, Colombia, ciudad donde nacimos Isa, mi hermana mayor, y yo. Mi madre era colombiana, a diferencia de mi padre que venía de los Estados Unidos y vivía en la ciudad por su trabajo.

Los primeros tres años de mi vida fui muy feliz y tuve una buena vida, todo esto según mi padre, ya que no recordaba nada, pero a esa edad mi madre murió en un accidente de tránsito. Siempre que le pregunto a mi papá del tema responde el conductor estaba borracho y evade la pregunta, se le puede notar fácilmente por su expresión que fue algo más doloroso y trágico.

Quedé solo con mi papá y mi hermana, y nos mudamos a donde vivimos actualmente. Luego de esta tragedia llegaron cada vez más y más problemas a mi vida. A muchos de mis compañeros no les caía muy bien por mi forma de actuar, me consideraban como alguien raro, aunque tampoco es que llegaba a ser el chico más triste y molestado del colegio, pero tenía una vida muy solitaria, y mis días libres los pasaba en mi casa ayudando a mi papá con las cosas de la casa, jugando vídeo juegos, leyendo libros, y muy de vez en cuando salíamos de excursión con mi hermana mayor o cosas así.

De pequeño era muy flaco y penoso, hoy en día, a mis catorce años, me siento más confiado de mí mismo, soy bastante alto, tengo el pelo castaño claro siempre despeinado, y no porque yo quiera, ojos marrones y piel blanca. Me volví mucho más fuerte y rápido de lo que antes era sin hacer casi ejercicio, aunque sigo siendo flaco y sin músculos, lo cual me pareció raro.

Yo no podría definir a nadie que conozco como un “amigo”, a los más cercanos que tengo serían compañeros de vídeo juegos, ya que al vernos cara a cara prácticamente ni me hablan. La verdadera razón por la que mucha gente no quiere estar conmigo es que les parece que estoy un poco loco, ya que de vez en cuando empiezo a oír cosas que los demás no, como susurros de otras personas y cosas suaves y distantes. Además de que podía identificar olores con facilidad, lo cual fue demostrado públicamente cuando un zorrillo se apareció en la clase de gimnasia, mi nariz explotó por la peste y no pude contener el mal olor ni las náuseas. Estas cosas eran cada vez más frecuentes y cada vez me sentía más excluido por mis compañeros de clases.

Pero de vez en cuando le veía las cosas buenas a la vida. Podía ver que en verdad mi vida no era tan mala y asquerosa como a veces creía, tenía una buena familia, una buena casa, buenas calificaciones, lo que era una de las únicas razones por la que las personas querían estar conmigo en los trabajos. En fin, podía haber entrado a una universidad donde nadie me conociera, mejorar mi reputación y haber seguido con una vida normal.

Pero eso no fue lo que me ocurrió, solo en los primeros días de vacaciones conocí lugares y personas únicas, aprendí de los misterios mejor guardados de este mundo, experimenté lo que es la felicidad, el miedo, y la furia, y tuve una grandiosa y emocionante aventura que concluyó con mi muerte.

I

Visitantes inesperados

Es increíble lo rápido que puede cambiar tu vida, en mi caso una tarde fue suficiente…

Sonó mi despertador. Eran las 6:00 am, hora de ir a clases, pero desperté más o menos media hora antes porque tenía ese sentimiento de cuando crees que alguien te está vigilando de algún lado, y cuando ves no hay nada, además de que me daba fastidio pararme de mi cómoda cama.

Obligué a mi cuerpo a levantarse, apagar el despertador e ir al baño para cepillarme los dientes, peinarme, lo cual era una pérdida de tiempo porque se me despeinaría solo en unos minutos, y alistarme para ir al colegio.

Bajé las escaleras y fui directo a la cocina donde mi papá, el periodista George Black, siempre con su sonrisa en la cara, estaba vestido para ir a su trabajo en el periódico local. Se le notaba la calva a lo alto de su cabeza y el poco pelo que tenía era negro, ojos marrones, piel blanca, tiene cuarenta y cinco años de edad, y aparenta ser bastante atlético. Estaba apurado para llegar a su trabajo, comiendo a gran velocidad unas panquecas que se veían muy buenas, y en el puesto de enfrente había otro plato que me estaba para ser devorado con mucho gusto. Mi hermana no bajo a comer porque “estaba enferma” lo cual era una excusa para no ir a clases, pero no le dije a papá.

“Buenos días Nat” dijo papá, “mejor te apuras para que te pueda llevar al colegio”

“No te preocupes” le respondí, “Iré caminando, un poco de ejercicio no hace daño”

“¿Seguro?” insistió mi padre.

“Si papá, estaré bien”

“Está bien” me respondió, “Pero luego será tarde para arrepentirse”

En ese momento se paró, lavó el plato y se me acercó para despedirse de mí con una palmada en la espalda “Hasta luego hijo”

“Chao” le respondí.

“Nos vemos esta tarde”

En ese momento se dio la vuelta, salió de la cocina y se fue de la casa, él es de esos papás que aparentan ser serios, pero en verdad es amistoso con todos los que lo conocen bien. Vi su carro partir desde la ventana de la cocina. Con el sólo hecho de que mi papá no estuviera la casa ya se sentía vacía, es muy alegre y cuando se va es como si toda la alegría de la casa se fuera con él. Lavé mi plato, busqué mi morral para el colegio y me fui.

El colegio quedaba como a doce cuadras de mi casa, y tenía tiempo para llegar, pero quise correr por pura diversión. Iba por la acera de la calle con bastante velocidad y regresó ese sentimiento de que alguien me miraba, pero no sólo eso, sentía que alguien me seguía, verifiqué si había algún carro sospechoso siguiéndome, otra persona trotando o algo así, pero nada. En ese momento fue cuando me empecé a asustar, seguí corriendo, dando vuelta en las esquinas a toda velocidad, daba cruces o rodeaba cuadras innecesariamente para perder lo que sea que me seguía. En una de esas hasta entré al patio de una casa por un hueco que había en la cerca y lo cruce, pero el sentimiento no se iba, mi corazón se aceleraba con el tiempo y no sé porque, pero sentía que todo esto era real, no solo un presentimiento, y que si seguía igual algo malo me ocurriría.

En poco tiempo vi el cartel del colegio, “Escuela Saint Marcus”, y debo admitirlo, jamás estuve tan aliviado de llegar al colegio. Entré y ese sentimiento de que me vigilaban desapareció. Al ver el reloj me impresioné, había llegado en cinco minutos, cuando normalmente corriendo debían ser quince minutos. Me fui directo al salón de historia universal, una de mis clases favoritas, y me senté. Todavía faltaban algunos minutos para que empezara la clase, pero aun así me quedé quieto en mi puesto.

La profesora llegó y comenzó la clase, creo que estaba hablando sobre las distintas estructuras, como iglesias renacentistas o góticas y eso, aunque la verdad no estaba seguro porque no le estaba prestando atención a la clase. Lo único que hice fue pensar en ese sentimiento que tuve, se sentía muy real, empecé a sacar conclusiones de lo que podía ser, cada una más absurda que la otra, y así estuve toda la hora. Durante el recreo estaba sentado solo en mi lugar favorito, un banco alejado del patio, detrás de la cafetería donde nadie venia, donde podía relajarme, me sentía cómodo en ese lugar, ahí podía dejar de pensar en mis problemas. Pero este caso fue una excepción.

Estando sentado en el banco escuché unos sonidos de atrás mío, donde habían unos árboles justo detrás de la reja que marcaba el límite del colegio. Cualquier persona pensaría que es una ardilla o algo así, pero no, mi mente no podía evitar pensar que era lo mismo que me estaba vigilando, el olor que sentía en ese momento se me hacía conocido. Quise ver de cerca que era lo que había ahí, me acerqué lentamente, con temor, no sabía qué o quién podía aparecer ahí, tal vez si era una pequeña e inofensiva ardilla, me agarré de la cerca, la moví para hacer ruido, y no pasó nada, me pegué completamente a ella para ver si veía algo y pregunté en voz alta.

“¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Eres una pequeña y molesta ardilla, verdad?” todo con un tono de miedo, esperando que no hubiera respuesta. Pero en ese momento algo cayó sobre la cerca, lo cual la hizo mover mucho, me hizo caer al suelo y casi morir de un infarto. Rápidamente miré hacia la cerca y vi que había una criatura extraña allá arriba, alas y cuernos demoniacos, ojos rojos, cuerpo humanoide muy encorvado, cara amargada y cola, todo de piedra. Ahí recordé lo que era, justamente lo que dieron hoy en historia, una gárgola (esas que están en la cima de antiguas iglesias), no sé cómo podía pensar en todo esto con el miedo que tenía en estos momentos, y la peor parte de todo esto es que respondió a mis preguntas con una voz muy grave.

“No te preocupes por la ardilla, ya me encargue de ella,” dijo pasando su mano sobre su estómago, no puedo creer que se la haya comido cruda “pero en estos momentos quiero el plato fuerte, algo un poco más… humano,” dijo haciendo énfasis en esa última palabra.

No pude moverme ni hablar por unos segundos, el miedo me controlaba. Intenté gritar y levantarme, pero nada resulto. Cuando sentí que al fin me podía controlar hice lo más inteligente y tomé la decisión más lógica de todas, me levanté, lo miré fijamente a esos ojos rojos, me di la vuelta y salí corriendo a toda velocidad gritando: “¡AYUDA, AYUDA! ¡MONSTRUO!”

Tal vez les parezca patético, y tienen razón, pero no me iba a enfrentar con un amargado demonio de piedra que come ardillas y humanos sin tener como mínimo una bazooka. Seguí corriendo, tenía que llegar al otro lado de la cafetería rodeándola antes que me alcanzara la gárgola, y eso no era un corto trayecto. No la vi después del primer cruce, creí que la había dejado atrás por mi velocidad, pero cuando ya me faltaba poco para llegar al patio la gárgola cayó frente a mí, a unos 5 metros de distancia, bloqueando mi único escape, no tenía forma de salir, estaba condenado a una muerte triste y dolorosa, ser comido por un monstruo que ni si quiera tenía la decencia de cocinarme para saborearme mejor.

Pero en ese momento, apareció un señor de más o menos cincuenta y cinco años en el techo de la cafetería, que se lanzó y cayó entre la gárgola y yo, justo como lo haría todo súper héroe, solo que este no tenía mallas, ni capa, ni la edad, ni dijo nada heroico antes de caer del techo, así que creo que sólo será un postre para ella. Pero en ese momento me habló mientras me daba la espalda, mirando a la gárgola.

“Cuando te diga que corras, sales corriendo de acá, te vas a tu salón y no le digas a nadie lo que acaba de pasar” todo esto con una voz seria e intimidante. No supe que responderle, aunque no tuve la oportunidad de hacerlo. El señor se fue corriendo directo hacia la gárgola, lo cual me pareció suicida, pero cuando ella le fue a lanzar un golpe el señor, éste lo esquivó fácilmente, con mucha agilidad le pasó por un lado, se puso atrás, la tomó de la pierna, la hizo caer hacia un lado, y entonces me dio la señal.

“¡Corre!” gritó el viejo, pero no podía moverme, estaba impresionado por lo que acababa de pasar, no todos los días un anciano lanza al suelo a un monstruo, y si lo hacen entonces paso mucho tiempo encerrado en mi casa.“¿Qué haces ahí parado? ¡Corre!”

Ahí fue cuando reaccioné y salí corriendo al salón, pasandole por un lado al señor que mantenía la gárgola en el suelo con todo lo que podía, pero ya se notaba que no podía mucho más. Al irme de ahí hice todo lo que me pidió, salir corriendo, ir al salón, pero no cumplí la última, después de todo lo que vi, ¿Cómo iba a evitar decírselo a todo el mundo?

Entré al salón muy asustado y cansado, no todos mis compañeros estaban, pocos me notaron, sólo el profesor de matemáticas se me acerco a ver lo que pasaba.

“Nathan Black” dijo adivinando mi nombre “¿Qué ocurre, porque el alboroto?”

Hablé con grandes respiros entre palabras por el cansancio y el trauma que tenía, “Profesor…. Ayuda…. Monstruo…. Síganme…. ¡YA!”

El profesor se veía confundido, parecía no entender lo que decía, obviamente no me iba a creer, pero me acerqué a él, lo tomé del brazo con fuerza y lo llevé a donde estaban el señor y la gárgola. El profesor intentaba soltarse pero no podía, me mandó a que lo soltara, y aunque se estaba empezando a molestar, no lo hice. Cruzamos todo el patio, algunos compañeros de mi salón iban atrás nuestro y entre más caminábamos, más gente venía.

Al fin llegamos a donde todo había ocurrido, estábamos frente a la cafetería, pero cuando estábamos llegando a la esquina para rodearla y llegar a la zona donde estaba ocurriendo la pelea me frené. No podía meter a un montón de alumnos y un profesor en medio de una pelea, así que me pegué a la pared, no había ningún sonido, ni un golpe, ni un grito de dolor, nada. Asomé lentamente la cabeza hacia el otro lado, y lo que vi del otro lado me impacto más que cualquier cosa, no había nada, absolutamente nada, ni monstruo, ni el señor, ni si quiera algo destruido por la pelea, todo estaba normal, ahí fue cuando me desesperé.

“¡¿Qué?!” grité en voz alta y corriendo al lugar donde vi al viejo por última vez, me di cuenta que había arrastrado al profesor por el piso cuando corrí, y lo solté “pe… pe… pero acá había un monstruo de piedra ¡estaba justo acá!”

Todos me miraron extrañados y luego se comenzaron a reír de mí, el profesor se levantó del piso pero ni me importó.

“¡No se rían!” exigí, “Todo lo que digo es cierto, un hombre vino del techo, golpeó a la gárgola y me dijo que escapara”. En ese momento me lancé al piso, me agaché y las lágrimas empezaron a salir por la frustración, cerré mis puños con fuerza, los cuales se sentían muy fríos, y golpeé el cemento con fuerza. No sentí dolor ni me hice daño, o por lo menos, menos daño de lo que sufrió el cemento. Se le abrieron unas grietas al piso y cuando me secaba las lágrimas con las manos, éstas se endurecían y quedaban en mis manos transformadas en…. ¿era eso hielo? No tuve tiempo para explicarme lo que pasaba, porque el profesor, que aparentemente me estaba gritando y diciendo que me parara, me tomó de la camisa, me levantó y me llevó al salón, no protesté y fui con él.

El profesor habló a solas con el director por un rato y luego volvió al salón, todos se sentaron y tuvimos nuestra clase común y corriente. El resto del día en el colegio fue tranquilo en comparación a lo que había ocurrido antes. En los siguientes recreos no quise volver a donde había ocurrido todo, solo iba caminando sin sentido alguno, esperando a que ya todo terminara y pudiera volver a casa, de vez en cuando se me aparecía algún idiota pensando que daba risa diciendo cosas como: “¡Cuidado Nat, hay un monstruo atrás tuyo!” o “¡Corre Nat, una gárgola!”.

Así paso todo el día, entre burlas e intentos de consuelo de los profesores, hasta que llegó la ultima hora de clase, todos estábamos impacientes por irnos, pero sobre todo yo.

Cuando sonó el timbre de la salida, todo el salón se fue en lo que parecía una avalancha humana. Yo me fui caminando tranquilamente detrás de todo el desorden que había, pero después del día que tuve no tenía ganas de ir a mi casa, necesitaba relajarme. Por lo que decidí ir al café que había a dos cuadras del colegio a beber algo y estar sólo.

Al llegar ordené un café con leche y me dirigí a la pequeña mesa de la esquina donde siempre me siento, pero esta vez estaba ocupada por un señor mayor que me miraba y parecía estar esperándome. Tenía una pequeña maquina en la mano, era flaco, de un tamaño promedio, canoso y con el pelo corto, llevaba puesta una camisa negra con un dibujo de una serpiente blanca y unos pantalones de camuflaje. Era el viejo que peleó con la gárgola.

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