PRÓLOGO

15 de Enero de 2009

La joven del vestido color verde botella pidió otro espresso y lo removió nerviosa, sin dejar de observar las grandes letras de cristal esmerilado que parecían flotar sobre el amplio ventanal de la cafetería. Una vez más, puede que la vigésima desde que había entrado en el local, volvió a consultar su reloj y observó disgustada que ya habían pasado las siete de la tarde. Aquello no le gustó; ya hacía media hora que earthwings075 debería haberse reunido con ella en la primera planta del café Marina’s, junto a la vieja máquina tragaperras y aquel retraso era inexplicable. Ella había llegado puntual a la cita, y las únicas personas que habían entrado desde entonces eran una pareja de ancianos y varios peregrinos que se habían desviado para intentar visitar el relicario del Real Monasterio de la Encarnación y ahora querían saber qué camino debían seguir para retomar la Ruta Jacobea… Por unos momentos pensó que tal vez earthwings075 había llegado antes que ella, se había sentado en un lugar diferente y no lo había visto, pero tras mirar atentamente a su alrededor comprobó con una mezcla de alivio y decepción que ninguno de los presentes se ajustaba a la descripción que él le había dado la noche anterior, cuando habían acordado aquel encuentro.

La joven dejó el la mesa el sobre de azúcar vacío con el que sus dedos habían estado jugando, se removió incómoda en la pequeña butaca forrada de skay granate y levantó el teléfono móvil fingiendo que leía un SMS o consultaba quién era el autor de una llamada perdida, pero en lugar de eso miró por encima del borde del aparato hacia el otro extremo de la calle, hacia el hombre del traje negro y el abrigo gris marengo que, pese a que la nevada era cada vez más intensa, continuaba observándola desde la parada de autobús situada frente a la cafetería. Con toda la calma que logró reunir volvió a dejar el aparato sobre la mesa mientras, de forma mecánica, levantaba la muñeca derecha para volver a consultar el reloj y se decía que no tenía sentido continuar esperando: ya habían transcurrido setenta minutos desde la hora que le había sido indicada y, aunque en algunos momentos trataba de mantener la esperanza, en su fuero interno sabía que nadie iba a acudir. De hecho, si era sincera consigo misma, sabía que había tenido la completa certeza de que aquel encuentro sería una pérdida de tiempo desde el momento en que la puerta del ascensor se había abierto y había gastado quince de sus últimos cincuenta euros en el taxi que la había conducido al que, supuestamente, iba a ser el lugar del encuentro.

Rodeó la taza de café con ambas manos para intentar calentarlas, después se la llevó a los labios y bebió un sorbo mientras, a varios metros de allí, el hombre de la parada bajaba el cuello del abrigo y entraba en el autobús, aunque no sin antes dirigir una última mirada al escaparate de la cafetería. Cuando desapareció en el interior del vehículo, ella se inclinó hacia un lado para poder ver el número, borroso a causa de los copos de nieve arrastrados por las ráfagas de viento. “Es uno de los que se detienen a pocos pasos de la calle Argentona” –pensó dejando la taza en el plato con la mano temblorosa.

El café estaba casi frío y su sabor era repugnante, pero tras unos breves instantes de duda lo vació de un trago. Hacía más de siete largos meses que no conseguía encontrar trabajo y cada gasto, por pequeño e insignificante que pudiera parecer suponía un sacrificio para compensarlo. Los dos cafés que había pedido y el dinero invertido en el taxi significaban que durante los próximos cinco días no podría cenar algo caliente y tendría que conformarse con un bocadillo de pan con jamón de York y mantequilla, por no hablar de que tampoco podría permitirse comprar aquella revista de moda tan interesante que había visto en un kiosko cercano. Con un gesto pidió al camarero que le llevara la cuenta y, tras ponerse el abrigo y comprobar que la calle parecía despejada, aprovechó que el viento había amainado para salir del local y empezar a caminar lentamente hacia su casa, sin dejar de preguntarse si earthwings075 estaría bien.

La densa nevada hacía que la calle estuviera prácticamente desierta pese a que aún quedaban varios minutos de luz. Apartó un montón de nieve de una patada y comenzó a avanzar esquivando a los escasos peatones con los que se cruzaba: se sentía a la vez preocupada y enfadada. Por una parte la preocupaba que a su contacto, por llamarlo de algún modo, pudiera haberle ocurrido algo malo, pero por otra temía que tal vez hubiera encontrado algo mejor hacer y hubiera decidido no acudir a la cita… como (pese a sus disculpas) ella estaba segura de que siempre ocurría. También se preguntó si todo aquello podría ser un juego macabro, pero no tardó en descartar aquella idea de su pensamiento: earthwings075 era en realidad su único amigo, la única persona que la escuchaba de verdad y no la ignoraba diciéndole que no se preocupara, que antes o después encontraría otro trabajo y, aunque dolorosos, los cambios forman parte de la vida y siempre suelen traer consigo algo mejor.

El sonido de unas ruedas al patinar sobre la fina capa de hielo que cubría la calzada hizo que levantara la vista; a varios metros de ella, detenido detrás de un semáforo en rojo, vio un taxi, un monovolumen con las lunas traseras tintadas y apretó el paso. No creía que sus ocupantes lograran reconocerla, pero de todas formas prefería no arriesgarse. Por fin, tras avanzar varios pasos, se internó en un estrecho callejón apenas transitado y prohibido a los vehículos, se apoyó contra una destartalada pared para recuperar el aliento y por primera vez desde que había salido del local comenzó a sentirse a salvo.

Había comenzado a nevar con más intensidad, pequeñas volutas de humo escapaban de su boca al ritmo de su respiración entrecortada y los pies le dolían a causa de los altos tacones de las botas. Por unos momentos abrió el bolso buscando su teléfono móvil para pedir un taxi, pero no tardó demasiado en desechar la idea: el hombre vestido de oscuro y el coche que había visto le indicaban que era demasiado peligroso. Con un suspiro de resignación comenzó a recorrer a pie los quinientos metros que la separaban de la calle transitada más próxima. Se dijo que una vez allí allí podría confundirse entre la multitud y regresar a su casa… tan solo esperaba no encontrarse con alguna sorpresa desagradable al entrar en el portal o cuando cruzara la puerta de su vivienda.

Estaba oscureciendo y las farolas parecían comenzar a encenderse a su paso mientras los copos de nieve se arremolinaban a su alrededor haciendo que la ciudad pareciera surgida de otro mundo, de un mundo hostil e irreal. La cabeza le dolía, los ojos le ardían a causa de las incómodas lentillas marrones que se había puesto antes de aventurarse a salir a la calle y, pese a que notaba el pelo sucio a causa del sudor, sabía que aún no podría lavarlo hasta el día siguiente para no arruinar la permanente. Una sonrisa triste acudió a su rostro; a ella siempre le habían gustado sus ojos gris oscuro que parecían cambiar de color dependiendo de la intensidad de la luz, y también su pelo lacio, pero earthwings075 le había explicado que el tono inusual de sus ojos y su pelo, rojo y liso, eran demasiado llamativos y podían ponerla en peligro, por eso había decidido cambiar su aspecto, aunque en algunas ocasiones, cuando se enfrentaba a su imagen reflejada en un espejo, se sintiera como si estuviera ante una extraña y echara de menos volver a verse tal y como era.

El viento del norte cada vez era más frío, con un esfuerzo la joven comenzó a mover sus dedos entumecidos para subir el cuello del abrigo y trató de calentar sus manos introduciéndolas en los bolsillos. Tan solo faltaban algunos pasos para llegar a su vivienda y allí podría descansar… descansar, beber una taza de tila y, si earthwings075 no respondía a sus mensajes, quedarse viendo la televisión hasta la madrugada, aquello era lo único bueno del desempleo, que al día siguiente no tenía que ir a ninguna parte. Estaba cansada de pasar horas revisando las páginas de empleo sin resultados, y ya hacía mucho tiempo que había dejado de recibir llamadas para acudir a alguna entrevista de trabajo. Algunas veces se preguntaba si, realmente, el problema era la recesión económica que no dejaban de citar los medios de comunicación o, simplemente, era ella la que no servía para nada. Después de todo, ¿por qué iba a contratar alguien a una persona que ni siquiera había sido capaz de conservar su anterior empleo?

Movió la cabeza a los lados, tratando de apartar aquellos pensamientos de su mente y de convencerse a sí misma de que no eran ciertos. Por fin, tras unos últimos metros que le parecieron eternos, la joven llegó a la gastada puerta de un bloque de ocho pisos. Sonrió al recordar que cuando había alquilado aquel pequeño apartamento, su primera casa, la fachada del edificio le había recordado a un joyero de madera con piedras falsas de cristal, pero desde hacía unos meses, cada vez que lo miraba no podía evitar que a su mente acudiera la imagen de una ratonera. Abrió la puerta, sacudió los copos de nieve que cubrían su abrigo y, tras comprobar que no había nadie oculto en las escaleras o en el pequeño cuarto de los buzones, entró en el ascensor y pulsó la tecla de de su piso.

Cuando por fin salió del ascensor y pudo abrir la puerta de su vivienda la recibió un agradable calor que hizo que sus pálidas mejillas comenzaran a teñirse de rojo. Cerró con cuatro vueltas de llave y colocó el seguro. Después, tras descalzarse para no hacer ruido y sin soltar el bolso para poder arrojarlo contra alguien si era necesario, avanzó con pasos furtivos, comenzó a revisar una a una las cuatro habitaciones de la vivienda y comprobó con un suspiro de alivio que no solo se encontraban vacías, sino que todo continuaba tal y como ella lo había dejado antes de partir. Dejó caer el bolso y el abrigo sobre una silla, se acercó a la ventana y, a través de una de las rendijas de la persiana observó que la luz de la claraboya del ático del bloque que estaba junto al suyo se encontraba apagada.

Al principio aquellas comprobaciones la cansaban pero en los últimos meses se habían transformado en una rutina, casi un ritual que la ayudaba a comprobar que estaba a salvo… al menos durante un día más. Sin cambiarse, se puso una bata de franela sobre el vestido, rebuscó en su bolso hasta encontrar su teléfono móvil, se sentó en el sofá y comenzó a pasar los iconos del menú hasta llegar a la carpeta de las llamadas, hasta encontrar aquella llamada que había recibido varios meses atrás (unas semanas después de que la despidieran) y que jamás había logrado devolver porque siempre que lo intentaba aparecía una voz grabada diciendo que el teléfono marcado estaba apagado o fuera de cobertura. Había sido una conversación sumamente breve, un monólogo de menos de 30 segundos, que había cambiado su vida de un modo que ella ni siquiera habría sido capaz de imaginar:

“Tú no sabes quien soy, pero yo te conozco. Hace varios días que te estoy observando y estás en peligro. No tenemos mucho tiempo para hablar. Instala ICQ, te llegará una solicitud de un nuevo contacto. Agrégame, soy earthwings075”

SINOPSIS DE En la telaraña

Mireia es una joven desempleada de 27 años, el tiempo pasa y pese a sus esfuerzos no consigue encontrar un nuevo empleo. Un día recibe una llamada de un número desconocido advirtiéndole que está en peligro y pidiéndole que instale un programa de mensajería instantanea. Pese a que trata de devolver la llamada sin conseguirlo y al principio piensa que puede tratarse de una broma de mal gusto, la curiosidad la lleva a seguir las instrucciones del desconocido.

Esa misma noche, en su primera conversación, el extraño le advierte que está siendo observada y debe ser cuidadosa. Aunque todo le parece extraño, la soledad y la desesperación al no encontrar un nuevo empleo hacen que Mireia comience a acudir cada noche a su cita en el sistema de mensajería interna hasta que, sin darse cuenta, todo su mundo e incluso la realidad que la rodea comienza a resquebrajarse y a girar en torno a las opiniones de alguien de quien tan solo conoce su nombre de usuario: earthwings075.

Jaime es un vendedor de calzado arruinado a causa de un incendio. Pese a que la tienda estaba asegurada su póliza no cubre los daños causados por el fuego, por lo que se ve obligado a vender el local. En su última llamada ha logrado conseguir el nombre y el primer apellido de la persona que le ha informado de que su siniestro no está cubierto por la póliza, por lo que decide vengarse. Lo que al principio iba a ser una broma de mal gusto acaba tomando tintes más macabros de lo que él esperaba hasta escapar totalmente a su control. Un hecho inesperado hace que los los acontecimientos empiecen a precipitarse hasta llegar a un desenlace que jamás hubiera conseguido prever.

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