El desfile.
Serían como las cuatro y media de la tarde, después de que llegara a casa en el autobús que les traía del Instituto de Salinas como a sardinas en lata, después de comer las patatas fritas con revuelto de huevos con tomate, y después de su serie favorita: “Falcon Crest”; cuando Carol salió al patio con su vieja chaqueta de lana, y el escobón de mijo para barrer las primeras hojarascas del otoño. Y fue entonces cuando vió aquella gran pintada en el muro gris, hecha con tiza blanca: “Zorras”.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas sin permiso, y fue justo ahí, en ése momento, cuando estaba borrando las letras, primero con los pies, luego con las manos, y por último restregando la escoba sobre ellas, cuando se dió cuenta de que algo había cambiado en su vida para siempre. Y al volver la vista atrás, no recordaba en qué momento había empezado a torcerse todo, cuando había pasado de ser una chica corriente, para ser una chica criticada, sospechosa de algo turbio y de dudosa fama.
Oyó unos pasos y alzó la vista. Carly, con la cabeza muy tiesa y la mirada en el horizonte, pasó a su lado con una bolsa de deporte al hombro y entró en el gimnasio. La tarde se tornaba gris y el aire olía a lluvia. Carol recogió todo para la basura: los cascos de pipas, el envoltorio de Kit Kat, las colillas y un calcetín rojo. Al regresar a casa, se encuentra a Rafa, sentado en mitad de la cocina con una lechera en las manos moviéndola hacia los lados.
—Estoy batiendo natas para mantequilla. Tu madre nos hará un bizcocho para la merienda.
—Ya—.Ella lo observa: Es tan perfecto, tan príncipe que duele mirarlo. Entra en la terraza para dejar la escoba y el recogedor y Rafa la sujeta por el brazo:
—¿Vas a venir esta tarde a majorette?
Las clases de majorette lo son todo ahora en la vida de Carol. Van juntos a desfilar con la banda de música municipal. Ella sabe ya marcar el paso sin perderse y él toca la trompeta, y cómo es alto y espigado va de los primeros en la fila.
Por la tarde, de camino a la nave donde entrenan, Rafa va charlando con el hermano mayor de Carol,—su mejor amigo— y ella va con Loli, su hermana. Delante de ellos va Inés, con el plumífero a medio vestir, riéndose de forma escandalosa con Carly y Marcial, que han convencido a Jaime para que entrene con ellos en la banda. Éste se acerca a Loli y a Carol, se presenta y las acompaña.
Rafa tira del plumífero de Inés, que lo deja caer al suelo, y luego la empuja hacia el callejón oscuro y desaparecen un rato del grupo.
Durante el entrenamiento, Carol se siente renacer con cada paso, con cada giro del bastón y con la música de las trompetas y los tambores. Jaime le guiña un ojo mientras tamborilea con fuerza y ella pierde el paso. Es moreno y fuerte, de ojos rasgados y mirada viva, como si desnudara el alma. De camino a casa, Rafa se le acerca y susurra:
—Carol, todo el mundo sabe lo que hacéis tu amiguita y tú en el edificio en obras, no deberías ir allí con Inés, te traerá mala fama.
—No todas somos iguales, no te confundas.
—Joder, si hasta yo la he magreado. ¡Qué fáciles sois!
Y ella siente un volcán por dentro quemándola y lo fulmina con la mirada: le gustaría despreciarle y odiarlo, porque tiene a todas las chicas en el bote, porque hace lo que le da la gana con ellas y porque le duelen sus palabras. En cambio, no contesta, y echa a correr por la calle de los álamos, y Jaime la sigue con la mirada hasta que su figura se diluye bajo la luz dorada de las farolas.
Al día siguiente, Carol sube al autobús en la parada de la librería Koala, y echa un vistazo dentro. Distingue una mano que se alza y se abre paso entre mochilas, carpetas y algún pisotón, y llega hasta Rafa y Loli que se aferran a la barra junto a la puerta del medio. No queda ni un milímetro libre de barra, así que no le queda más remedio que agarrarse al bolsillo del anorak de Rafa que tiene un aliento dulce como el regaliz. Y entonces comienzan a oírse en el autocar unos gritos que provienen del fondo:
—¡Aquí huele a zorras y a putas! —Gritó Carly riéndose.
El transporte va serpenteando por las curvas de Arnao y bordea La Asturiana de Zinc, que está a pleno rendimiento y lanza columnas de humo azulado por sus chimeneas. El conductor da las luces para entrar en el túnel y alguien empuja a Carol, que hunde su cara en el pecho de Rafa, buscando un refugio. Siente sus labios carnosos rozando los suyos y casi sin darse cuenta, su lengua dibujando círculos en la boca. Su corazón late bom – bom – bom en silencio.
El autocar acelera al salir del túnel y ahora la luz del sol ciega a Carol, que gira la cabeza y se encuentra con los ojos de Inés clavados en ella como dardos. Al bajar del transporte siente que sus piernas flaquean y no le responden. Entra en el edificio y según sube las escaleras oye cómo Marcial grita a unos chicos con el pelo de punta: ¡”Judíos, judíos”! Marcial es amigo de Carly, que es el hijo del encargado de la obra del edificio que están construyendo detrás de la casa de Carol.
El instituto es una revolución de chicos riéndose y charlando, esperando entrar en las aulas, y Jaime sale a su encuentro.
—Buenos días, princesa —le sonríe y extiende una mano en la que lleva un Donuts.— ¿ Quieres? Vamos a la cafetería, te invito a un café.
Y Carol toma un cortado, y Jaime la escucha como si lo que ella dijera fuera importante, cualquier cosa, y huele muy bien a Hugo Boss, y ella se olvida de todo por un momento: de las pintadas, de los insultos, y del edificio en construcción dónde juegan al escondite cuando se hace de noche y donde se fraguan todos los secretos y traiciones. Secretos a voces, a voces de injurias que salpican a Carol, que no se dejó tocar ni una vez, porque corre cuando ve a los chicos lanzarse sobre Inés, que se deja hacer en el suelo, la oye reírse y gemir, y aguarda escondida detrás de los bloques de ladrillos, para huir después por las escaleras de la obra, saltando de dos en dos los escalones, desesperada y a ciegas. Y después, en la soledad de la noche en la cama, ahoga un grito en la almohada empapada de lágrimas, porque siente que todo se le ha escapado de las manos, y que ya no tiene control sobre nada, ni siquiera sobre lo que siente por Rafa. Así que la cafetería del instituto, con su olor a tortilla de patatas recién hecha y a cafés humeantes, llena de chicos y chicas con apuntes, con mochilas, con abrigos y con sueños, se convierte en parada obligatoria para ella, que aunque desayuna todos los días en casa un Colacao y sale a toda prisa mordisqueando una manzana, es en la cafetería, con la alegría de Jaime, que es contagiosa y con su sonrisa que inunda toda la estancia, donde saborea de verdad el desayuno: un cortado cremoso que le llena el alma y un donut a medias. Y no quedan a ninguna hora en concreto, porque los dos saben que su mesa favorita es la del fondo, así que él la espera a primera hora de la mañana, repasando notas, o leyendo algo.
Pasan los días y el viento de la Cuaresma levanta polvo en el patio, y los envoltorios de los chicles y las colillas forman remolinos y se balancean en el aire hasta que Carol los barre. Está ahorrando para un vestido estilo Marilyn en la película de la rejilla y el aire, para estrenar el día de Ramos.
Ahora los ensayos duran dos horas, porque todo tiene que salir a la perfección en el desfile del Lunes de Pascua en Avilés. Ese día amanece soleado y frío, y Carol se ducha y estrena su traje flamante de majorette. A última hora su hermano decide no ir y ella va a buscar a Loli a su casa. Le abre la puerta Rafa, que la repasa de arriba a abajo con la mirada: Camisa blanca enmarcada con la capa de terciopelo roja, ribeteada con hilos plateados que centellean con sus movimientos, y una falda plisada que hace un vaivén de tablas sobre las piernas torneadas de Carol al cruzar el hall con sus botas de charol lechoso. El sombrero de copa y los guantes, los lleva en las manos, ahora sudorosas.
Van en el autobús con música de los Rolling. Cuando llegan a Avilés, las carrozas ya están dispuestas esperando a abrir el desfile y la gente se amontona en las aceras. Bajan por la calle principal, luego siguen por la calle Galiana con sus arcos romanos de piedra, concentrados en los pasos, y en el ritmo de la música. Al llegar a la plaza del Ayuntamiento, las carrozas se detienen formando un círculo, y los chicos de la banda resoplan las últimas notas al aire con las trompetas y el trombón. Estallan voladores, y multitud de serpentinas de colores y confetis atraviesan el cielo azul pastel del mediodía.
Los chicos, con sus trajes azules con cordones dorados rompen las filas y lanzan sus boinas al aire riéndose y abrazándose entre ellos.
De vuelta en el transporte, el encargado del desfile les comunica por el altavoz que tienen fiesta con barra libre y canapés en el Huracán Park. Cae ya la luz del atardecer, cuando Carol y Loli llegan al Huracán con la ropa de fiesta. En la entrada hay mesas dispuestas con fuentes de aceitunas y platos con empanadillas, croquetas, jamón y queso, pero ellas solo prueban un pincho cada una y se apresuran a pedirle al camarero ron Cacique con Coca-Cola. Jaime ve a las chicas desde la barra de enfrente, y sonríe a Carol, que le devuelve el saludo al tiempo que sorbe por la pajita. En la pista se oye “Don’ t leave me this way” de los Communards, y después a los Pet Shop Boys seguido de “Like a Virgin” de Madonna. Carol vuela con los caciques, los decibelios y el vestido de escote halter a juego con los zapatos. Unos brazos la rodean por detrás y ella se gira riéndose, imaginando que es Rafa, por fin rendido a sus pies. Pero las manos son grandes y fuertes, no finas como las de Rafa. Levanta la vista y ve a Marcial, con los ojos desorbitados, estrujando sus pechos contra él.
—¡Vamos nena, no te hagas la estrecha ahora, sé que lo estás deseando! — Vocifera. Su aliento apesta a alcohol. Carol forcejea y se suelta de un empujón y tropieza con Carly que le cierra el paso y le derrama la copa sobre el vestido. Y Loli no está por ninguna parte. Entonces se acerca Rafa:
—¿Qué tal chicos, divirtiéndose? — tartamudea mientras saca un paquete de Marlboro de la cazadora vaquera y les ofrece. Carol siente que le falta el aire, y el pulso martillando en las sienes le avisa de que tiene que salir de allí cuanto antes. Va dando tumbos hasta el borde de la pista, se le nubla la vista y no ve el escalón. Cae de bruces sobre unos cristales rotos y la sangre caliente y brillante empieza a brotar de su frente. Alguien la coge en brazos y la lleva en volandas afuera. No sabe si sueña con una sirena de ambulancia o si el sonido es real. Quiere abrir los ojos, pero los párpados le pesan como persianas.
Pasan los minutos y luego las horas hasta que llega el alba. Carol estira las piernas en la cama y se despierta dolorida. Nota un perfume familiar a colonia de hombre flotando en el aire. Abre los ojos y ve a una enfermera salir con una bandeja de una habitación que no es la suya. Y siente el calor de una mano en su mejilla.
—Buenos días, princesa.
SINOPSIS
Está novela tratará de la vida de Carol, una chica adolescente que sobrevive en un mundo que le parece hostil y cruel y que no acaba de comprender. De familia humilde, sale a barrer todas las tardes el patio de su edificio para sacar algo de dinero para sus gastos, y estudia en el instituto de Salinas. Por no escoger bien a sus amigas se ve envuelta en una trama de abusos y bullying, y el amigo de su hermano, del que está enamorada y que entra en su casa todos los días a merendar —porque tiene la confianza de su madre ganada— sin embargo afuera, cuando ella le necesita, no la defiende.
En medio de tanta soledad y traiciones, donde las amigas lo son a medias, y los príncipes se convierten en ranas, encuentra una vía de escape en la participación en los ensayos como majorette para un desfile en Semana Santa con la banda de música municipal. Allí conoce a Jaime, y poco a poco se hacen amigos, y en la cafetería del instituto , los cafés con Jaime se vuelven imprescindibles para lograr sobrevivir en este universo adolescente, donde nadie es lo que aparenta, y donde Carol llegará a conquistar su lugar en el mundo, descubriendo que puede ser feliz si se empeña en ello y que una mano amiga en el momento oportuno, te puede salvar del abismo.
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