Viajes y permanencias

Viajes y permanencias

Carla Elena

31/03/2018

Título: Viajes y permanencias

Capitulo I

Teresa

Madrid amanece despacio como una caricia. La Puerta de Alcalá se ilumina por partes como un escenario teatral. Lo que más fascina a Teresa son los capiteles de estilo griego; Tadeo siempre le explica que la mesura y las proporciones equilibradas, pocas veces se ven tan claras como en tiempos de Pericles. Pero Teresa solo finge escucharlo, en realidad solo aprovecha para mirarlo con el desparpajo de quien analiza los colores de un cuadro.

A un profesor de la Sorbona le gusta que lo escuchen. Y ella le da el gusto. ¿Qué más da?

Ahora recorre las sábanas con sus uñas rojas y largas como las de una bruja de cuento, y se aferra a esos pliegues blancos que pronto no le pertenecerán más, serán de los dos.

La enagua negra de Teresa perfora sus contornos, marcando dos huecos en la espalda. Entre los huesos de su cara y los mechones cobrizos que la enmarcan, se cuelan sus cuarenta años. Sin embargo, sus ojos negros mantienen el brillo de los veinte y sus pómulos triangulados dan cuenta de una juventud que se resistirá a escapar de su cuerpo varios años más.

Teresa bate su café instantáneo. El tintineo escandaloso de la cuchara se mezcla con la voz de Tadeo en el contestador: “Mañana viajo a Madrid”, palabras vacías de significado para ella que solo escudriña la modulación de cada letra, el susurro grave, las pausas casi imperceptibles, la respiración apenas sugerida.

Teresa escucha la cinta del viejo contestador una y otra vez porque quiere descifrar la esencia última de él: lo intangible.

La espera por Tadeo tiene casi tanto encanto como su compañía. O tal vez más, porque con la mente cada uno hace lo que quiere. La pava para el café ya está hirviendo. Teresa apaga el fuego y vierte el agua burbujeante sonriendo, como si se tratara de una poción mágica.

Va a encender un cigarrillo pero detiene su movimiento automático cuando advierte el nombre tallado en el encendedor cobrizo: cuatro o cinco trazo, grabados con saña, seguramente mediante un destornillador o un cuchillo, algo casero.

Aun entre esas marcas cuasi animales puede leerse una palabra: Miriam.

Teresa siente un malestar difuso parecido a una nausea pero enseguida sale al balcón, respira hondo y se le pasa. El momento que está por vivir con Tadeo será luminoso y único. No quiere arruinarlo igual que las otras veces…

Miriam

Miriam calcula cuántos minutos faltan para el timbre del recreo. Sus alumnos de la escuela hebrea de Buenos Aires están pensando lo mismo: es la hora del mediodía y el pastrón kasher[1][1] de la cocina despide oleadas de humo que se cuelan por los pisos del edificio.

Más tarde, en la cafetería, los profesores se reúnen con el rabino.

La cafetera vieja echa chispazos desde un estante alto. Nadie parece advertirlo; mientras no salten los interruptores, no habrá que donar un artefacto nuevo.

Los docentes alrededor de una mesa redonda de fórmica descolorida, planean una kermés para recaudar fondos; este mes tampoco alcanza el dinero para pagar a los maestros. La comisión directiva se reunió la semana pasada y no llegaron a ningún acuerdo.

-Miriam, tu esposo Elías es el tesorero, ¿no podría hacer algo? –pregunta el director Abraham alisando su barba blanda y entrecana.

Miriam mira al vacío y sorbe su agua descolorida quitando a un lado los mechones de su peluca negra como quien espanta moscas.

Traga la infusión de a sorbos, sino, sería intolerable. No mira a nadie ni responde preguntas. Ya todos lo saben: Miriam cada tanto entra en breves lapsus de ausencia y cuando regresa a la realidad solo puede pronunciar un nombre: Teresa… Teresa…

Ahora suena el timbre y los profesores regresan a sus aulas, Miriam no se levanta. Solo Abraham queda acompañándola y murmura:

-¿Quién es Teresa? Hace varias semanas que estás balbuceando ese nombre…

-¿Me hablabas? ¿D… dónde están todos?

-Ya sonó el timbre, Miriam, y ni te percataste, vas a tener que ver un psiquiatra. Sos una buena docente pero en este estado no podés estar con chicos…

-Pero si yo…

-Miriam, soy el único que trata de ayudarte, los demás solo comentan y se ríen a tus espaldas, los padres no tardarán en enterarse y ya perdimos demasiados alumnos; con la inflación y los aumentos de los servicios de luz y gas no podemos darnos ese lujo.

Abraham se aleja con pasos sonoros y Miriam se tapa los oídos con fuerza.

—————————————————————————————–

El café de Teresa queda abandonado sobre la mesa del comedor, ya está frío. Desde que encendió ese cigarrillo no pudo disfrutar de su café ni de su balcón. Lo intentó, pero, como las últimas veces, repite entre llantos:

-No puedo. Pensé que esta vez sí…

Descalza, sobre el piso de madera, se acerca nuevamente al balcón y aprieta el encendedor hasta romperse una uña.

Mira el reloj y calcula que falta una hora hasta la llegada de Tadeo, tiempo suficiente para meter unas pocas cosas en un bolso de mano y escapar a París. Se viste rápidamente, saca un bolso del armario, y arroja desordenadamente dos mudas de ropa más un par de zapatos en su interior. Recoge sus papeles siempre listos. Calcula si los euros son suficientes, toma las llaves y sale rumbo a Barajas sin pensarlo dos veces. París es un buen destino para el que se busca a sí mismo sin querer encontrarse.

Laura

Laura se despierta en Montevideo, como todos los días. Las aguas del río de la Plata se aquietan y ceden finalmente a la paz de la mañana. Los viejos edificios del siglo XIX se agolpan sobre la avenida 18 de julio.

Como todos los sábados a la madrugada, ella empieza a escribir una novela pero enseguida suprime las tres primeras líneas. Se consuela pensando que el “delete” de la computadora equivale a la quema de los textos de Kafka.

-La única diferencia es que por lo menos él escribía bien -ríe con tristeza.

¿Cómo es que uno se puede reír cuando está triste? Suele compartir esta duda con Diego, un bibliotecario de Barcelona con quien se escribe desde hace unos meses.

-El humor es la forma amable de la desesperación, Groucho Marx –escribe Laura en uno de los chat que surca el océano en segundos.

-¡Ya deja de hacer referencias solo a humoristas judíos! –le contesta Diego–, también hay cristianos con muy buen sentido del humor.

-¿Como quién?

-Como yo. Y mas me vale, porque sino no podría tolerar los lloriqueos de Tadeo.

Ya otras veces, Diego le había mencionado a su amigo madrileño, pero esta vez lo tildó de tonto enamoradizo e hizo algunos comentarios sobre una tal Teresa:

-A mi amigo lo tiene tomado de los cojones, no sé qué tiene esa tía que le hace perder la razón, a mí nunca podría pasarme algo así.

-Que lástima -escribe Laura, pero antes de cliquear “enviar” duda, “deletea” la respuesta. Y escribe.

-Toda mujer tiene algo que vale la pena.

-Ja,ja, la típica argentina, eh? ¿Sabes lo que dicen de los argentinos? Que es buen negocio comprarlos por lo que valen y venderlos por lo que creen que valen.

-¡No soy argentina! Ya te dije que soy uruguaya. Y yo tampoco tengo un buen concepto de los hombres argentinos.

-Veo que has conocido muchos…

-Sólo uno, pero no quiero hablar de eso.

-Ah, bueno, Laura. Pues debe haber una historia oscura ahí.

-Es un poco tarde. Mañana seguimos, ¿dale?

Laura habría querido continuar la conversación pero prefiere irse a dormir y no pensar más en ese nombre porteño que le suena a tango y que prefiere olvidar: Elías… sin embargo su vientre no olvida y lo aprieta con ambas manos, pero su cuerpo está vacío como las noches montevideanas.

————————————————————–

Miriam da un manotazo seco sobre el despertador, que zumba como una mosca desde hace varios segundos. Luego se queda un rato más a oscuras, con los ojos abiertos, como un ciego. Escucha los últimos ronquidos de Elías, que parecen ahogarlo. Pero no, eso nunca sucede. “Es fuerte como un toro” le había dicho una vez su madre. En cambio Miriam, ante cualquier ventana abierta se enferma. A veces piensa que es una injusticia y se pregunta por qué Dios reparte la salud con tanta inequidad.

De pronto Elías deja de roncar. Miriam lo observa con detenimiento.

¿Está despierto o muerto? ¿Y acaso hay alguna diferencia?

Ella tantea el interruptor del velador y lo enciende. Sus esperanzas de despertarse en Barcelona quedaron inmersas en sueños. Pero por suerte ya no falta mucho. Pronto viajará por unos días, como todos los meses, para enseñar historia judeo-española en la universidad de Barcelona.

Miriam saca una valija del placard. El olor a cuero viejo le arranca un suspiro, significa que pronto va a pisar España, la tierra de sus ancestros expulsados en 1492 bajo la amenaza de la inquisición. Un pasado triste. Y sin embargo ella quiere volver a la sinagoga de Toledo, de Córdoba, de Girona, una y otra vez. Su madre siempre le decía: “España es el mejor lugar de donde nos echaron”…

Llega el día ansiado y Miriam sube al auto. Elías maneja en silencio. Ella trata de ocultar su cara de felicidad mirando por el vidrio, pero el asedio de su marido borra también esa sonrisa interior:

-¿Pagaste la carnicería? ¿Preparaste mi ropa? ¿Le avisaste a tu madre que no llame?

Al fin, después de 11 horas de vuelo, las ruedas rozan el bendito suelo de Barajas y su vestido largo corre con ella hacia la fila especial para ciudadanos no pertenecientes a la Unión Europea. No se altera cuando un guardia elige al azar dos latinoamericanos para ser deportados. Sólo espera, cantando bajito en ladino o español antiguo.

Elías

Elías sigue con sus ojos la pirueta del avión de Iberia a través de los vidrios de Ezeiza en Buenos Aires. Sus hijos corren a su alrededor como insectos que merodean a la víctima sin atreverse a picarla.

Él está inmóvil.

-Papá, tenemos hambre. ¿Nos sentamos en un bar?

-No, aquí no hay nada kasher –les contesta; en realidad esa no es la verdadera razón. Muchas veces habían comido sándwiches de queso sin jamón en algunos bares. Pero si alguien de la comunidad los vieseen un restaurante de gentiles sobrevendrían los sutiles desprecios: una celebración a la que no los invitan, o el repentino silencio de los otros padres al verlos entrar en la sinagoga.

A veces Elías olvida que antes de su boda tuvo otra vida, de chico, en la comunidad musulmana de Chechenia, antes de escapar con su familia de la ex Union Sovietica. Luego la mudanza a Buenos Aires y la conversión al judaísmo para integrarse mejor en la comunidad judía de Once.

En los tiempos del Seminario Rabínico, durante su adolescencia, solía cuestionarse todos los peirushim[2][16] , se quedaba hasta tarde analizando los textos sagrados.

Cuando se fundió la fábrica textil de su familia, la comunidad judía ortodoxa de Buenos Aires, que contaba con una financiera propia, le ofreció un crédito a cambio de que formara parte de su congregación ultra religiosa.

La ayuda no sirvió de mucho, Argentina había entrado en sus infames 90´ y las importaciones destruyeron las industrias locales. Quedaron millones de trabajadores en la calle hasta culminar con el “corralito”: la confiscacion bancaria a la clase media trabajadora.

Desde ese momento Elías no tuvo un trabajo fijo nunca más, pero se contactó, a través de un rabino, con algunos comerciantes de Montevideo que compraban las telas sobrantes, y entonces la conoció a Laura…

-¡Vamos pa! –le gritan ahora sus hijos en el aeropuerto.

-Si, vamos –repite Elías como un autómata, pero al sacar su billetera del bolsillo se le cae algo, una tarjeta. Sus hijos corren a levantarla. El mayor llega primero.

-¡Dame eso! –grita Elías. Se la arranca y luego se detiene a leer una vez más de tantas: “Laura Minski Avenida 18 de Julio 738, Montevideo.

Elías no puede evitar que se le dibuje una media sonrisa difusa que lo asemeja a una caricatura.

También se cayó otra tarjeta, es de un banco.

-Papá, ¿qué quiere decir bank of Islas…?

Elías se la quita con brusquedad. Si Miriam se enterara, sería el fin…

————————————————————————–

Diego

Hoy es viernes y Diego ya chateó con Laura demasiado rato, casi lo pesca su supervisora, pero minimizó la ventanita de su pantalla rápidamente.

Ahora apaga los ordenadores de la biblioteca de la “universitat” de a poco, como estrellas que mueren. Suele quejarse de que ya nadie le consulta por libros y escuchó decir que lo consideran un bibliotecario cascarrabias. Su única compañía es la de unos “sudacas” que comen manzanas en la biblioteca “cuando saben perfectamente que no se puede”, según le contó a Laura una vez.

El mensaje grabado de Tadeo que acaba de escuchar, parece provenir de la autopista. ; se opacaba entre la música fuerte y los vidrios bajos, mala señal. Tadeo le rogaba por unas copas en el bar del club de ajedrez.

Después de unos minutos en el metro, Diego encuentra a su amigo, sentado junto a una mesa del bar, encorvado sobre su vaso de ron con hielo, que mezcla lentamente con un dedo y lo hace tintinear contra el vidrio redondo.

Diego se sienta en la silla de enfrente y le hace una seña al mozo para que le sirva lo mismo. Finalmente Diego rompe el silencio.

– Se te ve como si hubieras llegado de un campo de batalla, Tadeo.

-La batalla es la realidad.

-Siempre lo mismo, ¡nunca me hablas claro! Cuéntame las cosas como si fueras un tío normal. Vamos. Tú puedes -ríe.

Entonces su amigo rememora todo, del principio al fin.

-¡Tan cabrón que eres para relacionarte con la gente, Tadeo, y te me has venido a meter de cabeza con una tía que ni siquiera conoces de nada!

– Sólo estoy tratando de entender qué le pasa: por qué últimamente me invita a su casa y luego desaparece. No sé que pensar.

-Nunca te había visto tan preocupado por una mujer y sobre todo una que ni siquiera te respeta, por lo que veo.

-Es que siento que la conozco de toda la vida… las veces que estuvimos juntos, no fue necesario hablar, un leve movimiento, una mirada, una sola frase, me decían todo lo que quería saber de ella… no entiendes Diego, es algo así como una profunda convicción en algo, no hace falta razón ni entendimiento para justificarla. Lo sientes y punto. ¿Comprendes?

-No. A mí no me sucede…

——————————————————

Elías guarda la tarjeta de Laura Minski en otro bolsillo, no quisiera que se le vuelva a caer cuando Miriam regrese de Barcelona…

Sus hijos ya duermen y él debe concentrarse en algo mas importante.

Va a visitar a alguien y deja su auto estacionado a varias cuadras, como de costumbre. Busca el número de la calle, por suerte una de esas callejuelas típicas, oscuras y solitarias a esa hora. Su intención es sólo asustar, persuadir, convencer al sujeto de que efectúe el pago.

Elías mete la mano bajo su saco y empuña sutilmente la Glock que lleva en la sobaquera, montada y sin el seguro colocado, como hizo en ciertas ocasiones. El otro hombre se baja del auto y sus ojos se acostumbran de a poco a la escasa luz del alumbrado público.

-¡Elías! – grita, antes que la recámara de la Glock escupa a través del silenciador el cartucho calibre 40 de punta hueca. Un tercer ojo se forma en el rostro del hombre, el único que queda abierto… Los otros dos se cierran bajo la oscuridad vacía de Dios.

—————————————

Laura llega a Barcelona una tarde soleada. Al fin le publicaron allí su primer libro; lástima que no puede visitar a Diego porque ni siquiera le contesta sus chat, desde que ella se comprometió en matrimonio con un profesor montevideano. Pero es que, ¿qué iba a hacer ella? ¿Vivir de un amor cibernetico?

Ahora deja su equipaje luego de reportarse en la recepción de un hotel en Las Ramblas, y camina por calles que parecen haberla esperado por siglos: kioscos, flores, pájaros, actores callejeros, estatuas vivientes, cafeterías. El paseo de Las Ramblas termina junto al puerto antiguo, donde la estatua de Cristóbal Colón señala el mar: el mismo que Laura señalaba de chica, aún antes de saber hablar. En la escuela había aprendido que el Río de La Plata era tan vasto, que sus aguas no cabían en una cuenca y estallaban fundiéndose en el mar, que era la salida al mundo, la puerta a la libertad, el universo maravilloso que la estaría esperando si se animaba a cruzarlo. Y en Barcelona, por fin encontró el otro lado, lo que ella siempre soñó. Ahora ya sabe “dónde termina el agua”.

SINTESIS

Teresa es una guía turística madrileña, liberal y nómade. Miriam es una maestra porteña, judía religiosa, abnegada esposa y madre. Laura es una solitaria escritora montevideana, de juventud comunista que solo se relaciona por internet. Tres nombres y un oscuro pasado en común. En el camino azaroso que revelará la verdad, ellas se tomarán cafés en diferentes lugares y circunstancias, junto a cuatro personajes masculinos: un profesor nihilista de la Sorbona, un bibliotecario de la universidad de Barcelona devoto cristiano y conservador, un conductor de bus andaluz sin estudios y un comerciante del barrio de Once de origen chechenio en Buenos Aires, que confluirán en el punto de desenlace, demostrando que los parámetros de espacio y tiempo no son nada en el universo de las relaciones humanas.


[1][1] Tipo de comida aceptada por el rabinato oficial de las comunidades judías del mundo.

[2][16] Interpretaciones escritas por estudiosos de la Biblia

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS