Baila conmigo hasta que uno de los dos muera

Baila conmigo hasta que uno de los dos muera

Vicente Soriano

31/03/2018

CAPÍTULO 1

No me sentía nada bien esa noche de viernes. Quería empinarme la botella de tequila que había en la minicantina de mi sala, mientras escuchaba vez tras vez Dance me to the end of love, de Leonard Cohen, cuando el zumbido característico del Messenger, me sacó de golpe de mi mal de amores y me trajo a mi triste realidad: las tareas del Master.

¡Carajo! ¡Tenías que haberte desconectado o puesto en modo invisible!, dije en voz alta. Y me eché de un jalón un trago. Por supuesto que podía hacerme de la vista gorda y excusar cualquier otro día que me dormí frente a la computadora. Yo quería atiborrar mi mente con las imágenes del video de la mentada canción, no el producido en 1994 en blanco y negro[1], y donde una chica bailotea por los pasillos de un hospital, en tanto un hombre venido del más allá la sigue con la mirada canto melancólico, un hombre que quizás murió en algún campo de concentración nazi; sino ese otro video, producido a inicios en el 2008[2], el cual se divide en cuatro partes: la primera, Leonard Cohen y su grupo musical se presentan ante un auditorio antes de cantar y tocar con gallardía; la segunda, la historia de una pareja que se enamora, se casa y pasa momentos de rotunda intimidad en su hogar; la tercera, un homenaje a aquellos hombres y mujeres de distintas razas, ya envejecidos o muertos, que afrontaron la vida de casados como un gran baile; la cuarta parte, la presencia de un violín ardiente y que remite sin querer a los campos de concentración nazi y en donde los músicos eran obligados a tocar sus instrumentos en tanto sus amigos y compatriotas eran llevados al fuego. Al ser tan persistente la invitación para la charla, corrí hacia mi laptop, donde vi una ventana sobrepuesta al videoclip. Clikee. Entonces leí: <<¡Tlachi! ¿Estás ahí, Tlachi?>>

Tlachi: Aquí ando, vivito y coleando.

Cecy: ¿Por qué te escondes?

Tlachi: ¡Cómo crees! Si casi todo el día me la he pasado frente a la lap. Si me distraje un momentito, nomás lo hice para estirar los pies y echarme un trago para calmar los ánimos.

Cecy: No hagas eso Tlachito, el alcohol es malo.

Tlachi: Es para quitarle dos rayitas al coraje.

Cecy: No entiendo. Explícate.

Tlachi: Resulta que mis compañeros de Hermenéutica no dan muestras de vida para redactar el ensayo colaborativo. Estamos a dos días de la entrega y ellos están como si nada. ¡Me saca de quicio su dejadez!

Cecy: Me pasa lo mismo en Metodología. ¡Qué quieres que haga! ¡Dar de baja de la materia, esperar a que tú e Iliana sean mis compañeros de equipo! Imposible, querido Tlachi. Me urge terminar la maestría para no perder mi trabajo y ganar unos cuantos pesos más. Por desgracia, te va a pasar a cada rato durante toda la maestría, algunos serán tan buenos como tú. Otros, mera pantomima.

Tlachi: No nos queda de otra que aguantar.

Cecy: Así es. Tampoco dejes que se aprovechen de tu nobleza, repórtalos con la tutora. Tus compañeros deben apretar el paso.

Tlachi: ¡Lo haré!

Cecilia Carolina puso el emoticón de la carita sonriente y que alza el pulgar con una pequeña mano.

Tlachi: Confieso que ya estaba a punto de cerrar el Messenger, y dejar que siguiera abierto el canal de YouTube, mientras me echaba la botella de Tequila.

Cecy: Y ¿eso?

Tlachi: Porque yo creo que nunca viviré la vida de pareja que se pinta en el video de Dance me to end of love de Leonard Cohen. ¿Seguramente has visto ese video?

Y acto seguido le envié el link. Un minuto después la curiosidad de mi amiga se evidenció al poner un emoticón con aspecto de detective. Yo no quería compartir con ella mi pesar, aunque muy en el fondo deseaba ser escuchado, o en su caso, ser leído. Mientras pensaba cada una de mis palabras, corrí a la cantina de la sala a echarme otro trago. Por supuesto, tardé un par de minutos en ponerme frente a la laptop.

Cecy: ¡No te vayas Tlachi!, dime, ¿qué te pasa?

Tlachi: Tranquila, aquí sigo, sólo fui por otro tequila.

Cecy: No te emborraches. Vas a dañar tu hígado.

Tlachi: Ya sé… Pero como decía Fernando Soler a su hermano Andrés en esa gran película de la Época de Oro del Cine Mexicano, La oveja negra: <<Para todo mal, el mezcal; y si es para remedio, que sea litro y medio>>.

Cecy: ¡No seas bárbaro! ¿Quién te puso así?

Tlachi: ¡Perla!, quién más.

Cecy: Respira profundo y cuéntame qué pasó…

No hice lo solicitado por mi compañera, simplemente cogí la botella al estilo Pedro Infante, y me apuré con el trago. Segundos después, le conté mi pesar.

Tlachi: La última vez te conté que deseaba pedir la mano de Perla Peregrina.

Cecy: Por supuesto, hasta me gustaría organizar la fiesta.

Tlachi: Siento decepcionarte. A la linda hora, la paloma se echó volar.

Cecy: ¡No friegues!

Tlachi: Según parece, lo que vivimos en el congreso de París, allá debía quedarse. Si teníamos cosas que hacer en el trabajo, nuestra conversación tendría que versar sobre cuestiones técnicas,nada de te-quieros. Y si eso quería hacer, por mí, encantado. Con la maestría, no tengo tiempo ni para mí. Bueno, para no hacerte el cuento más largo, hace algunas horas me llevé una tremenda decepción. Como viene un largo fin de semana, con puente vacacional por añadidura con motivo del Natalicio de Don Benito Juárez, pues quería llevármela tranqui-tranquis con las tareas. Y aunque te parezca curioso, a esas horas escuchaba en mi Ipod Stayin´alive de Beegees. Iba contento, así como John Travolta camino a la discoteque, sólo que yo iba al estacionamiento a recoger mi vocho. Apenas dejé atrás La Plaza comercial “La Victoria” y atravesé la calle 3 Norte, detuve mi andanza frente a una florería. Ese negocio, junto con un par de papelerías, había sobrevivido al cierre abrupto del mercado municipal allá por el año 1986, como alguna vez te conté en alguno de nuestros chats. Me acerqué a ver el precio de unas orquídeas. Sin más me vislumbré de pie frente a la puerta de la casa de Perla Peregrino. Tardaría un minuto o dos en abrir la puerta. Mostraría cara de sorpresa ante mi presencia y mi obsequio. Se colgaría de mi cuello. Me daría un beso. Tomados de las manos, entraría a casa, eufórico por el reencuentro. El plan sonaba perfecto, la tarde era fresca, auguraba un cielo sin nubes. Entonces, como si la hubiera convocado con mis pensamientos, la miré a lontananza. Ella caminaba de Norte a Sur y yo, de Sur a Norte. Vestía un jeans ajustado a su cadera y una blusa de encaje blanco que hacía resaltar sus formas. El cabello lo traía suelto, le caía sobre los hombros; algunos caminantes se la comían con la mirada. Yo quise abrirme paso entre la gente. Hacer el drama del reencuentro. Susurrar en voz baja unas cuantas palabras de afecto. Por desgracia, esas ganas mutaron hacia la indiferencia al observar cómo un hombre vestido de vaquero, se acercó a su lado y le abarcó la cintura en un fuerte apretón. Aguanté el coraje, también las lágrimas que inundaron de súbito a mis ojos, le subí el volumen al Ipod para olvidarme de semejante escena. Pasé a su lado con paso altivo y vigoroso.

Cecy: Al menos no hiciste una escena de celos.

Tlachi: Podía haberlo hecho. Con mi silencio tuvo todo el látigo de mi desprecio.

Cecy: ¡No puedo creer que expreses semejantes pensamientos! Yo he sido feliz con mi marido porque no es celoso. Los recelos son como la pimienta, una cosa de nada. Mejoran el sabor de las comidas. Si te pasas de la cantidad necesaria, al igual que la pimienta, pican, asquean, ofenden al paladar. Hay que dar con la cantidad exacta. Y la verdad, se requiere de buen tino.

Tlachi: Entiendo lo que dices… Siento que hice bien no decirle nada.

(Para colmo de males, en ese preciso momento Perla Peregrino entró al Messenger. Su presencia virtual destelló en la parte derecha de mi laptop. Como me mataba la curiosidad saber algo de ella, abrí la ventana de mis contactos. Me di cuenta que ella había cambiado su Nick por un nuevo: No quisiera que alguien más estuviera en tu vida, tan sólo yo. ¡Carajo!, me dije, ¡a quién se lo dedica! Desaparecí unos cuantos segundos del Messenger para aplacar mis ganas de saber a quién demonios le consagraba a esas palabras. Cambié mi estado en el chat, me puse en modo invisible, así nadie, ni siquiera aquella traicionera, interrumpiría la charla con mi amiga).

Cecy: Entonces, ¿todavía andas con cara de fuchi?

Tlachi: ¡Qué te puedo decir! Ella no mostró el más mínimo interés con mi propuesta matrimonial, me salió con la excusa de que le diera tiempo para pensar muy bien las cosas. ¡Vaya forma de hacerlo! En los brazos de un huevón. Sabes que, mi querida Cecy… Si mi vida sigue así, de fracaso en fracaso con el amor, más seguro es que me vuelva cura o me convierta en testigo de Jehová.

Cecy: Jajaja. ¡No exageres!

Tlachi: ¡Te lo juro! Sería capaz de dedicar mi vida, mi cuerpo y alma a Dios en un lugar donde de verdad se necesite una ayuda espiritual.

Cecy: Entiendo. Si decides tomar ese camino, te recomiendo que lo hagas bajo la formación jesuita, si un día gustas te puedo contactar con algunos de ellos; en cuanto a los testigos de Jehová, la verdad, ellos no son una buena opción para ti.

Tlachi: ¿Por qué dices eso?

Cecy: Te van a echar carrilla apenas inicies la conversión. Te dirán que dejes de leer novelas y ver películas donde hay sexo, violencia o tengan referencias con el espiritismo; poco tiempo después te dirán que renuncies a tu trabajo porque no puedes estar del lado del César y que debes poner en primer lugar el Reino de Dios y chalalá-chalalá.

Tlachi: No lo había pensado de esa forma. Gracias por prevenirme.

Cecy: Sabes, querido Tlachi. Siento que quieres huirle al placer de la espera. ¡Créeme!, una mujer inteligente se ofende, se aleja del típico macho, pero el más resentido será el hombre mismo. Quizá el tipo con el que caminaba Martha era un primo o un viejo conocido que se pasó de listo, haciéndole una pequeña broma.

Tlachi: Pudiera ser. ¡No lo sé! Aunque ese hombre se miraba feliz a su lado. Parece ser cierto eso que aquello que le costó a uno sus años, el otro lo consigue en segundos. A esos infelices ventajosos deberían ser castrados.

Cecy: ¡Tranquilo, hombre! –apareció enseguida un emoticón con cara de lama tibetano–. Te voy a decir algo, tal vez un poco vulgar para tus oídos, algo que siempre te tranquilizará en estos casos: “La vieja es de quien la trabaja”. Si refinas tus cualidades amatorias, no sólo la gimnasia de alcoba, sino todo lo que vuelve loca a una mujer, la vas a tener contigo hasta la muerte.

Tlachi: ¿De qué manera me refino? ¿Leyendo el Kamasutra; El arte de amar, de Fromm; o el Libro de la mujer de Osho? Si hasta he pensado en tomar clases de yoga para tener un mejor control sobre mis emociones.

Cecy: ¡Hombre! ¡No exageres! Si en tu interior estás seguro de proveer felicidad de todas las maneras con que un reptil, un mamífero o un homo sapiens la dan, serás una fuente de pasión hasta la muerte (y lo digo por la dimensión innata, social e intelectiva de cada persona). Por si fuera poco, yo me sé otro zen…

Tlachi: ¡Ah!, sí…

En la pantalla coloqué el rostro de un emoticón que movía los ojos de derecha a izquierda, y terminaba cruzando los brazos, rodeado de muchos signos de interrogación.

Cecy: Contenten-zen, relajen-zen, amen-zen.

Puse sobre la pantalla un emoticón que ríe a más no poder, al grado de revolcarse en el suelo donde patalea como un poseso. Por si fuera poco, Chabela Chavarri entró al Messenger. En el lado derecho de mi pantalla destelló su presencia. Casi de inmediato apareció una nueva ventana de charla. No respondí al saludo. Mi compañera de equipo volvería a la carga, justificando su tardanza en el foro. No quise ser apresurado con mi respuesta. Ella comenzó a lamentar mi ausencia. No me considero un hombre ingrato. Tampoco tiendo a darme mi importancia. Sólo quería hacerle entender que yo también tengo un trabajo que ocupa buena parte de mi tiempo al grado de no socializar con los compañeros de oficina, que padecía mil y un desvelos para leer los textos de las dos materias que cursaba en esos momentos, escribía los comentarios en los foros cuando tenía algunos minutos disponibles, y que mis fines de semana los tenía consagrados a hacer los ensayos, ya fuera individuales o colaborativos. No quise escribirle a Chabela, podía descargar mi rabia y perder la oportunidad de trabajar con ella otro semestre más porque dicho sea de paso, ella era muy buena ensayista, sólo que pecaba de modesta. Por otra parte, una sensación extraña a mis sentimientos me inducía a seguir charlando con Cecilia Carolina.

Tlachi: Por cierto, agradezco que compartieras en “El café de Agamenón” mi relato, Demasiado atractivo. Los comentarios de los compañeros son estupendos.

La trama versa sobre un hombre que enseña a una grulla –en peligro de extinción– los movimientos para cortejar el macho. Se dedica con esmero en la misión que se olvida de su esposa. Cuando nacen los polluelos, éstos tienen rizos rubios tan parecidos al entrenador, algo que la mujer del hombre observa justo el día que decide poner un pie en la reserva ecológica. Y mero cuando ellos se están abrazando, la grulla ataca a la esposa y le saca los ojos.

Cecy: ¡Hombre!, si no asumo el papel de tu promotora literaria, después nadie te prestará atención…

Tlachi: Lo sé. Si me detengo es porque quiero sacar un buen producto.

Cecilia Carolina estaba enterada que había ganado un lugar en el taller de Novela Oaxaca 1 para escribir una novela. Una novela sobre el mercado. Era el año 2006 y dicho taller era dirigido por Martín Solares, escritor de dos novelas negras estupendas. Sin embargo, no pude avanzar del capítulo uno. Me bloqueé.

Cecy: Entiendo, sólo apresúrate. Toma en cuenta que entre más se mejora un texto se arruinaría su verosimilitud. Haz lo justo con la trama y los personajes, es lo único que te pido. Y ya que tú eres mi amigo, quisiera decirte algo que viene a colación con tu cuento.

Tlachi: Ya sabes que yo soy una tumba. Tú dale.

Cecy: En mis buenos tiempos tuve un novio rubio y de cabellos lacios. Y te puedo asegurar que él no se hubiera ido con una grulla.

Tlachi: ¡Qué! ¿Por sus patas flacas?

Cecilia colocó un emoticón chimuelo que carcajeaba de contento. Acto seguido respondió: “Por las patas flacas”.

(En esa otra ventana le escribí a Chabela Chavarri: “No te abandonaré hasta el día en demos por terminado el Master, y aun así, contarás conmigo”. Agradecida por mis palabras, indicó que ella redactaría el primer borrador del ensayo sobre los orígenes de la Hermenéutica; Ramón, nuestro compañero originario de Tampico y que trabajaba con ella en la Universidad Virtual, división Preparatoria, lo retomaría, le añadiría detalles para subirlo al blackboard como borrador dos; a mí me tocaría reforzar las ideas que ellos hubieran pasado por alto para dejarlo como borrador tres; y darle el vobo).

Quizá Cecilia Carolina pensó que me irritó su frase: «la vieja es de quien la trabaja!, porque al punto quiso saber por los motivos de mi silencio, lanzando varios signos de interrogación en el chat, signos que crecían hasta abarcar la pantalla.

Cecy: Si quieres nos escribimos después.

Tlachi: ¡No seas mala amiga! Me distraje un momentito chateando con Chabela. Y ya me puse de acuerdo sobre cómo será el desarrollo del ensayo colaborativo.

Cecy: ¡Ey!, mándale saludos de mi parte. Y si gustas, mañana nos leemos.

Tlachi: ¡No te vayas! Y ya se los mandé.

Cecilia Carolina puso el emoticón de agradecimiento, luego representó su silencio con una serie de MMmms que crecían y decrecían. Supongo que vio la oportunidad de contarme un pasaje de su vida, un pasaje relacionado con su frase que emulaba a Emiliano Zapata, «la tierra es de quien la trabaja», y que podía servirme de lección para no ver fracasada mi relación amorosa. En realidad, era la historia íntima que yo quería conocer desde que chateamos la primera vez. Porque una mujer tan hermosa como ella, no puede pasar desapercibida por cualquiera, a menos que ese cualquiera haya sido un auténtico idiota.

Y esto fue lo que me contó mi amiga…

SINOPSIS

En una charla virtual, Tlachi lamenta estar sumido en dos fracasos: no puede escribir una novela de mercado desde hace cinco años, y el hecho de haber visto a su exnovia en brazos de otro hombre. Cecilia Carolina, su compañera de estudios de maestría, le indica que deje de imaginar cosas que no son, que necesita seguir al pie de la letra esa consigna un tanto machista pero efectiva: “La vieja es de quien la trabaja”. Y tras una larga pausa, ella contará la historia de cómo su esposo aguantó un momento de indecisión. Celos y traiciones se dan paso en esta historia que se cuenta durante toda una noche, teniendo como fondo algunas canciones de Leonard Cohen, The Queen, Beegees, además de los emoticones del Messenger, un servicio de mensajería instantánea que era muy usado antes del 2010. Al final de cuentas, Tlachi terminará escribiendo esa Otra historia que le ayudará a salir del bloqueo de escritor, al mismo tiempo que tendrá un reencuentro con su expareja una extraña tarde de junio.


[1]Leonard Cohen, 1994. Columbia/Sony. https://www.youtube.com/watch?v=dx_v5qVv6H4

[2] Leonard Cohen, 2010. Cohen Live. https://www.youtube.com/watch?v=NGorjBVag0I

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