SINOPSIS: Tras el ascenso al trono de la vanidosa reina Eris Dalaras, la diferencia entre clases es cada vez más patente y los militares abusan de su poder con desmesura. Mientras la precariedad y el hambre hacen mella en los habitantes, unos violentos rebeldes llamados Los Traidores se alzaran contra la dinastía milenaria.

Emma es una niña de una pequeña aldea que vive una vida relativamente tranquila, hasta que cierto día se vio despojada de todo lo que tenía, acusada de ser hija de un rebelde. Atrapada en un orfanato y condenada por su estirpe, una excéntrica anciana la acogerá para ser su sirvienta. A partir de allí se verá implicada en una maraña de secretos y entresijos, en un reino a punto de desmoronarse…y dónde la magia ya no será más una leyenda.

CAPÍTULO 1

– ¡Liam! ¡Espérame, espérame por favor!

El joven se detuvo en medio del camino mientras resoplaba como muestra de su hastío. Con mirada tediosa, se giró para encararse al lastre que llevaba a tres metros de distancia.

– Si no tuvieras las piernas tan cortas, ya estaríamos en casa hace rato.

El lastre en cuestión se levantó parte del vestido para contemplarse sus delgadas y cortas piernas y poderlas comparar con las de su hermano mayor. La diferencia era indiscutible. La niña adoptó una mueca de disgusto y le sacó la lengua.

– Algún día seré más alta que tú… ¡Y entonces correré tan rápido que ni tú podrás cogerme!

– No digas tonterías, Emma – se mofó –. Tú nunca serás más alta que yo.

– ¿Y por qué no?

– Porque los chicos siempre son más altos que las chicas.

– ¡Pues entonces comeré un montón de verduras! – Exclamó abriendo los brazos para enfatizar la enorme cantidad de alimentos –. Si comes mucha verdura creces más ¿no?

– No son las verduras, tonta. Debes comer carne y leche para crecer.

– Pues papá siempre dice que debemos comer verduras.

– Papá dice eso porque cultivamos verduras – dijo en una mueca de fastidio.

– ¿Y las verduras para que sirven entonces?

– Es obvio, te hinchan la barriga – contestó esbozando una pícara sonrisa –. Y si comes demasiado, te convertirás en una hortaliza.

– ¡Estas mintiendo!

– Yo nunca miento – dijo con falsa solemnidad para después mirarla con sorpresa – .¿Qué es eso de tu cara? ¡Oh, por Ezra! ¡Se está volviendo verde!

– ¿Qué? – Chilló, tocándose el rostro con pavor – ¡No!

Emma observó contrariada como su hermano estallaba a reír. Volvió a adoptar una mueca de disgusto. Le había tomado el pelo, otra vez. Liam, aún con una sonrisa jocosa en su rostro, se acercó a ella y le revolvió su pelo castaño de forma cariñosa. Liam siempre seguía el mismo patrón y siempre surtía el mismo efecto en Emma: de pronto dejaba de estar enfurruñada y le contestaba con una torpe sonrisa.

– Vamos, piernas cortas, que se nos hace tarde – le dijo riendo entre dientes y emprendiendo el camino hacia casa de nuevo.

Liam y Emma llegaron a su pequeña y modesta casita, rodeada de otras pocas humildes viviendas de campesinos y extensos campos de cultivo y ganadería. Situada a poca distancia de la gigantesca muralla de la ciudad de Tremore, la capital de Arcadia, un camino de tierra circundaba las pequeñas casas y a menudo pasaban hombres del ejército que se dirigían hacia la ciudad. Liam se emocionaba cada vez que pasaba una banda de soldados con sus majestuosos caballos, su pulida armadura y sus espadas afiladas. Si su padre supiese de su admiración, se hubiera enfadado pues los desdeñaba por sus andares y gestos autoritarios y su lenguaje despótico lleno de prepotencia. Pero Liam era joven e impetuoso, y no había nada más apasionante que una pelea entre espadachines o una carrera a galope. Emma entró en la casa correteando hasta llegar hasta la figura de su padre y abrazarlo por la cintura. Liam dejó la bolsa que llevaba colgada en su hombro en el suelo, saludando a su padre y observando de reojo al otro hombre que había sentado en la mesa.

– ¡Ya habéis llegado! – Travis levantó a Emma entre sus brazos –. ¿Cómo fue el paseo, cariño?

– ¡Muy bien, papá! –contestó Emma.

Travis dirigió una mirada llena de severidad a su hijo mayor.

– ¡Por las lágrimas de Galathea! ¿Por qué habéis tardado tanto, Liam? – le reprochó . – Ya ha oscurecido, sabes que no quiero que vaguéis por el bosque de noche.

– No es culpa mía, es culpa de la señorita piernas cortas.

– ¡No tengo las piernas cortas! – Replicó Emma irritada – ¿Verdad que no, papá?

– Claro que no, hija, tienes unas piernas perfectas para tu edad – contestó dejando a Emma en el suelo.

– ¿Ves, Liam?

Liam le sacó la lengua y Emma le respondió con el mismo gesto. Su padre los miró con reprobación, aunque un segundo después soltó una carcajada jovial y les revolvió el pelo a los dos. Travis Baudin era vivaz y entrañable, de risa fácil y sincera, y, aunque era un hombre de cuerpo vigoroso y rudas facciones, su semblante desprendía lozanía y sus ojos verdes tenían siempre una expresión picaresca. De pronto, se acordó del hombre que había sentado en su mesa, el cual los miraba con impaciencia.

– Ah, niños ¿os acordáis de mi amigo, el señor Bháin?

Travis señaló a su invitado con un familiar gesto de cabeza, instando a que los hermanos centraran su vista hacia el hombre de expresión pétrea. Bháin era de complexión grande y fuerte, con una nariz prominente y la tez más oscura que los arcadianos comunes. Siempre llevaba la cabeza cubierta con un gorro de tela redondo, de los que solían usar los canteros para trabajar, y tenía unos claros ojos grises llenos de dureza.

– Buenas noches – dijo Emma tímidamente, mientras que Liam se limitó a saludar con la mano.

Bháin les contestó con un leve asentimiento, acompañado con una sonrisa forzada. A pesar de que su padre siempre hablaba de él como uno de sus mejores amigos, los hermanos apenas lo habían visto en alguna ocasión. Era un hombre extraño y taciturno, de pocas palabras, y siempre que venía lo hacía por la noche y por la puerta trasera. Se quedaba en un rincón, hablado con su padre entre murmullos, para después irse sin hacer el menor ruido a altas horas de la madrugada. A Emma le costaba creer que se dedicara a la agricultura como su padre, pues su apariencia se asemejaba más a una especie de malhechor. Bháin la volvió a mirar, esta vez con un tinte de advertencia, y Emma se estremeció de miedo. Se acordó de ese día, cuando se levantó a medianoche y encontró Bháin en el salón, sin la compañía de su padre y sin su característico gorro de cantero. Con la cabeza descubierta, la luz del candelabro iluminó su pelo, un cabello de vibrantes tonalidades rojizas parecidas al fuego resplandeciente de un candil. Emma lo contempló asustada, pues nunca había visto ese color de pelo tan singular. Y, por la expresión del hombre, de inmediato se dio cuenta que eso era algo que nunca debió ver. Bháin se acercó a ella y con una voz escalofriante le dijo: ‹‹Hola pequeña, no deberías estar despierta a estas horas››. Sus ojos grises resplandecían como dos canicas de cristal mientras le mostraba uno de sus mechones carmesí, ‹‹Me guardarás el secreto ¿verdad?›› le preguntó. Ella asintió con el miedo arraigado en sus huesos y Bháin le reveló su blanca dentadura en la penumbra: ‹‹Buena chica››.Y ella no dijo nada, ni nunca lo haría.

– Bien, Liam ¿Has traído lo que te pedí? – Preguntó Travis.

– Sí, padre. – Señaló la bolsa –. Aquí está. Hoy el mercado estaba abarrotado, me ha costado encontrar al señor Truman.

– Mejor, así pasas más desapercibido. Supongo que Emma no ha venido contigo ¿no?

– No, la he dejado al cuidado de la señora Silas.

– Bien hecho.

Liam echó una mirada llena de suspicacia hacia su padre mientras éste abría la bolsa y recogía un pequeño saco que guardó entre sus ropajes.

– Papá ¿qué está pasando?

A pesar que aún mantenía media sonrisa en su rostro, a Liam le pareció que el semblante de su padre se endureció un poco. Miró hacia Bháin pero este solo le desvió la mirada, impasible.

– Nada que debas saber, hijo –. Su padre lo miró con recelo – ¿Has mirado dentro la bolsa?

– Claro que no. – Liam infló el pecho –. Yo cumplo mi palabra, soy un hombre de honor –. Desconfiado, frunció las cejas y torció la boca –. Pero no entiendo porque no me puedes contar lo que está sucediendo…

– Porque no debes involucrarte.

– ¡Pero ya tengo quince años! – protestó Liam con energía –. Creo que ya soy lo bastante mayor como para que…

– ¡No! – Le interrumpió su padre, en un grito rudo – ¡No es algo para tomarse a la ligera!

Inquieta y confusa, la niña se acercó a su padre y le cogió de su mano, captando su atención.

– Papá ¿pasa algo malo?

Al ver el rostro angustiado de su hija, la mirada de Travis Baudin se suavizó y le revolvió el pelo con dulzura.

– No, pequeña, no – contestó con una sonrisa –. Son solo disputas tontas. No hay nada de qué preocuparse.

Emma se tranquilizó un poco al oír esas palabras, aunque se dio cuenta que la presión en su estómago no desapareció en ningún momento. Quizá era porque la voz de su padre no denotaba la seguridad con la que solía hablar, o porque Liam aún mantenía su mirada llena de sospecha, o porque la presencia taciturna del señor Bháin le ponía los pelos de punta… o quizá porque ése misterioso saco escondido entre los ropajes de su padre se asomaba como riéndose de ella.


A la mañana siguiente, Liam y Emma salieron en busca de leña al profundo bosque, pues el invierno ya estaba cerca y necesitaban de él para pasarlo con mayor comodidad. La región de Arcadia era la más calurosa de todo Gezhur, pero por las noches solía soplar un viento glacial proveniente de otras tierras lejanas de climas más fríos. Liam iba delante, inspeccionando los troncos que podrían usarse para un buen fuego, mientras Emma contemplaba distraída los enormes y altos árboles que formaban el bosque de Galathea, delegando toda la tarea a su hermano.

El Bosque de Galathea se alzaba como un muro entre el reino de Arcadia y el reino del norte. Era un bosque frondoso, rico y tan extraordinariamente extenso que no existía un mapa completo del lugar y todo humano lo consideraba como un territorio peligroso e inexplorado. Tan solo había un camino de tierra que atravesaba el bosque por el extremo menos selvático, donde la floresta era menos basta y el riesgo de ser atacado por un animal salvaje era menor. A menudo los aldeanos hablaban sobre los singulares extranjeros de región lejana de Mirth que llegaban por ese camino, hacía ya muchos años. Los campesinos más ancianos le contaban las aventuras de esos viajeros y Emma sentía genuina curiosidad y simpatía al oírlas, quedando embelesada por las historias de esas tierras desconocidas. Sin embargo, hacía mucho tiempo que la ruta estaba vedada y los extranjeros habían dejado de llegar, así que el camino solo servía como referente para no adentrarse en esa peligrosa arbolada. Travis dejaba ir a sus hijos en busca de leña, flores, hierbas medicinales o algún fruto silvestre siempre y cuando no se alejaran mucho del camino y no fueran más allá del puente de madera para cruzar el caudaloso río Teruh.

Emma miró de reojo como su hermano seguía enfrascado con su tarea de recoger leña, con cuidado de no alejarse mucho del camino principal. Ya estaban a poca distancia del puente que había marcado como límite su padre y, al llegar a este, se volverían a casa a preparar la comida. Pero Emma no tenía deseos de volver a casa y ponerse a cocinar, pues era una niña y, como tal, tenía ganas de correr, jugar y explorar los alrededores para saciar su infantil curiosidad. Sin embargo, Liam siempre le advertía que alejarse demasiado era peligroso y siempre frustraba su espíritu aventurero. Así que, aprovechando su descuido, Emma se alejó del camino de tierra y cruzó entre la maleza, subiendo un árbol con la misma agilidad que un lince. Desde allí podía contemplar el reino Arcadia con todo su esplendor. Delante de ella se extendía un páramo sin fin, unas tierras estériles y secas que contrastaban con el Bosque de Galathea, yuxtapuesta a la llanura, creando un paradójico y extraño paisaje. Era como si a la naturaleza se le hubiera acabado su fuerza exuberante al llegar a Arcadia y le hubiera negado la fertilidad de los cultivos. Y, de entre el hosco yermo, se erigía la gran ciudad de Tremore, tan solemne y árida.

Emma la contempló anonada. Con sus murallas altas e inquebrantables, los colores tierra de las casas se confundían con el paisaje árido que la colindaba y, de entre las pequeñas moradas, se alzaba el espléndido palacio que regentaba toda la ciudad. Bañada por la luz matinal y sucumbida en una permanente niebla blanquecina, era como si un curioso embrujo acechara a la región por alguna expiación divina. Parecía tan exótica e intrigante, tan diferente a su pequeño pueblo agricultor. Eran pocas las veces que había estado la capital, pues aún era pequeña y su padre no la había dejado ir mucho por allí. Emma dirigió su vista el esplendoroso acueducto que se alzaba al oeste de la muralla, el cual proporcionaba agua proveniente del río Teruh. Alargó la mano hacia ella, intentando captar los destellos de luz que se colaban entre sus exuberantes bóvedas y arcos. Nunca le habían dejado aproximarse a esa zona. Ni en las minas ni en la cantera del oeste, en realidad.

‹‹Nunca me dejan hacer nada divertido›› pensó entre pucheros.

Pero tenía la esperanza de que, a medida que se hiciera mayor, sus permisos fueran en aumento y podría explorar la ciudad y sus alrededores a sus anchas, no anclada a los talones de Liam. Sin embargo, había un lugar donde no deseaba ir: el desierto Urdún. Un laberinto de dunas que se extendía por todo el sur y no hallaba final. Se decía que más allá del desierto se encontraba el mar y el lugar de origen de los antiguos arcadianos, cuando era una llanura llena de pastos. Sin embargo, ya nadie podía adentrarse al desierto y regresar con vida.

– ¡Emma! – La voz de su hermano retumbó en sus oídos – ¿Qué haces? ¡Baja de ahí, ya!

– Ay, Liam… ¡No seas aguafiestas! – Se quejó entre pucheros – ¡Con lo bonita que se ve la ciudad desde aquí arriba…! ¿No quieres subir a verla?

La mirada de pocos amigos que le dirigió fue su única respuesta.

– Vale, de acuerdo…– Suspiró derrotada –. Ya bajo.

Con resignación, Emma empezó a bajar del árbol con cuidado. No es que fuera una difícil tarea, ella tenía una gran experiencia trepando árboles y subiendo terraplenes, sino que esa parte del bosque era una de las más húmedas y los árboles solían estar recubiertos de resbaladizo musgo. Más de una vez se había llevado un susto. Cuando ya había descendido dos ramas, oyó el trote de caballos aproximándose con energía. Miró hacia el camino y vio una bruma de tierra alzándose, dejando entrever una extraña luz anaranjada intermitente.

– ¡Liam, Liam! – Exclamó emocionada –¡Creo que viene la caballería!

– ¿Qué? ¿En serio? – El tono de voz cambio a plena excitación – ¿Y vienen hacia aquí?

– ¡Sí, eso parece! – Confirmó ella mientras agudizaba la vista – ¡Parece que vienen bastantes! Creo que llevan las antorchas encendidas.

– ¿Antorchas? ¿No es demasiado pronto? ¡Apenas es mediodía!

De pronto, entre los relinchos de los caballos al galopar, se oyó el grito desgarrador de una mujer. El rostro de Emma emblanqueció de horror al oír ese sonido lastimero y, cuando bajó su vista hacia abajo, se le instaló un nudo en el estómago al ver la cara descompuesta de su hermano.

– Emma, baja… – Susurró él –. Date prisa. Baja….

– S-Sí….

Antes de bajar, Emma volvió su vista hacia la marea de tierra cada vez más próxima a ellos. La luz, antes intermitente, era más intensa y despegaba en forma de estrellas fugaces hacia diferentes direcciones, con los gritos de guerra y los caballos a galope como orquestra. Una estrella fugaz candente se desvió y se dirigió hacia su posición, paralizándola en el sitio. Emma sentía como sus latidos golpeaban en su pequeño pecho y que el nudo en el estómago se hacía más intenso, cortándole la respiración. Sabía que tenía que moverse, lo sabía, su cerebro se lo repetía sin cesar. Pero lo único que pudo hacer fue enterrar sus uñas en la corteza del árbol, con la mirada clavada en la luz anaranjada. A medida que se aproximaba, la imagen se hacía más nítida… ¡Era una flecha de fuego! Afortunadamente, la flecha aterrizó al árbol contiguo, devolviéndole a Emma la capacidad de respirar de nuevo.

– ¡Emma, baja ya! – Repitió su hermano con vehemencia.

La niña descendió tan rápido como pudo y una vez tocó suelo firme, abrazó a su hermano. Él le correspondió el abrazo con las manos temblorosas.

– De prisa, tenemos que volver a la aldea – ordenó cogiéndola de la mano.

– ¡No, están demasiado cerca!

– ¡Tenemos que intentarlo!

– ¡No, no! – Le insistió – ¡Son muchos! ¡Escondámonos!

Liam contempló sus ojos verdes llenos de súplica y suspiró con resignación.

– Vale, nos esconderemos entre el bosque, cerca del río. Esperaremos a que pasen de largo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS