Mery entró sigilosamente a la habitación sin hacer ruido para no despertar a sus hijos. Dirigiéndose hacia Andrea, todavía acostada, le dijo bajito
—Buenos días Dreíta, Levántate! debes llevar café y tabaco a los peones de Ballesteros.
—Buenos días mama, ya estoy despierta.— Dijo Andrea susurrando.
—Hijita me preocupé porque no fuiste a la cocina como siempre. Todo está preparado café, pan, tabaco y los cacharros. No acomodé el carretón pues los termos pesan y el codo me duele mucho. —
— Despreocúpese mamá me arreglaré rápido. Démele leche a Roque y me encargaré de todo. Cuando regrese le sobaré el codo con el linimento que le regaló doña Goyita. —
— Claro hija mía dame mi muchachito para alimentarlo. Tengo su tetero listo. Que Dios y la Virgen te acompañen en el camino de ida y vuelta. —
Dijo Mery sintiendo compasión por su hija mayor. Pensando en lo joven que era y todas las vicisitudes que había vivido. Tenían por costumbre saborear un pocillo de café cada madrugada mientras hablaban de los acontecimientos cotidianos y como Andrea no fue a la cocina a Mery le preocupó que estuviera enferma o peor aún que los malos recuerdos la estuviesen atormentando. Tristemente levantó al pequeño en brazos cubriéndolo con la frisa para que no sintiera frío y salió de la habitación.
Andrea se sentó en la cama tratando de ordenar sus pensamientos. Encendió una vela para buscar sin ningún tropiezo las prendas de vestir que dejó colgadas en el tabique cerca de su cama. No tenían electricidad y no quería despertar a sus hermanos que dormían muy plácidamente. La tenue luz de la vela reflejaba la pobreza que imperaba en aquella habitación. Las paredes de madera de palma curtidas y desquebrajadas eran testigos mudos del paso de muchos años sin ninguna mejoría. La habitación era pequeña con tres catres donde dormían Andrea y su crío en uno, su hermano Benji en otro y sus hermanas Virgen y Goyi en el tercero. La más pequeña de sus hermanas Juani, dormía con su madre en la habitación contigua. Su padre Tasio y el hermano mayor Teo dormían en hamacas en la sala de estar. Aquel hogar era humilde y pobre sin embargo albergaba una familia rica en bendiciones. La finca les brindaba sustento con los sembradíos de todo tipo de vegetales, viandas y frutas que usaban para consumo diario. La generosidad los distinguia. Tasio y Mery siempre repartían de su cosecha a todo necesitado. Debido a la enfermedad de Tasio, amigos, vecinos y conocidos venían en sus ratos libres a ayudarles en la finca para que pudiera seguir produciendo pues Mery, Andrea y Teo eran los únicos que la trabajaban. Los hijos menores estaban en la escuela pero en sus ratos de ocio tenían sus responsabilidades en la casa y en la finca. El café y el tabaco que con mucho orgullo sembraban eran primordiales en el negocio familiar. Los granos de café maduro, rojos y dulces, que tanto gustaban a los múcaros del campo, parecían besados por el sol. Después del recogido había que descascararlo, lavarlo, secarlo al sol, tostarlo y luego molerlo en un pilón para convertirlo en la maravillosa y olorosa harina pura de café. Lo vendían en la hacienda Ballesteros, lo regalaban a sus ayudantes y lo consumían con gran placer. Con el tabaco era igual, lo sembraban, cosechaban, procesaban y por último hacían los rollos que Andrea llevaba a vender a los peones de Ballesteros. Tenían cabras, aves de corral, vacas y un caballo. No hablaban de pobreza ni tristezas solo de bendiciones y agradecimiento a Dios Todopoderoso y a la Virgen del Carmen por suplirles tanto. Aún después de lo ocurrido a Andrea, encomendados al cielo continuaron viviendo lo más normal posible.
Luego de arreglarse Andrea fue a la cocina donde saboreó un pocillo del rico y espumoso café Era una mujer hermosa. Dotada de belleza natural. Su abundante y rizada melena junto a sus grandes y brillantes ojos negros como azabache, eran el marco perfecto de aquel rostro angelical e inocente de piel blanca como porcelana fina. Delgada, bien formada, de bonitas y torneadas piernas que cubría con su larga falda para no llamar la atención. Su corazon grande, compasivo y su carácter férreo, provocaban miradas de admiración. Muchos la querían y todos la respetaban.
Acomodó los cinco grandes termos, los cacharros donde bebían café los empleados, el tabaco y el pan en el carretón manual que halaría hasta la hacienda Ballesteros. Le preocupaba mucho el dolor que Mery sentía en el codo derecho. Aunque el trabajo era arduo y pesado trataría de que su madre se mantuviera lo más tranquila posible. Su padre estaba padeciendo del mal de Parkinson, enfermedad que las personas del campo le llamaban el mal del temblequeo y ya no podía mantenerse erguido si no tenía un bastón. Arrastró el carretón hacia la salida de la vieja cocina, se abrigó con una raída y descolorida manta, abrió muy despacio la vieja puerta para evitar el fuerte chirrido de los mohosos goznes y salió de la pequeña vivienda rumbo a la hacienda Ballesteros.
La luz de la pálida luna, cansada de la jornada nocturna lista para ir a dormir era muy suave. Aquel campo agréste y temido cubierto de sombras estaba oscuro como el ébano. Pasaban las cinco de la madrugada y aún así la oscuridad era total. Andrea estaba acostumbrada a todo aquel panorama pero no fue así al principio cuando recorría aquella media hora aterrorizada no solo por los espectros horripilantes del monte, también la aterraba encontrarse con el demonio, sobrenombre dado por ella al desgraciado que como un genuino demonio marco su vida para siempre. Al enterarse que el demonio estaba preso se sintió aliviada. Comprendiendo que el miedo que le producían los espectros del bosque no era nada comparado con el terror que sentía al saber que el demonio podía regresar a hacerle daño nuevamente. Lo triste y agobiante era que no había sido sentenciado.
Esa madrugada sus pensamientos los ocupaba su hijo Roque y sus hermanos y hermanas. Eran tiempos de necesidad, de escasez extrema y dolía la incertidumbre de no saber cómo sobrevivir a la indómita pobreza que arropaba las esperanzas de toda la pobre comarca. Además Andrea se sentía como un estorbo en la casa de sus padres. Recordaba el día que se fue de su hogar con la esperanza de salir adelante y poder ayudar a su querida familia. Luego la asaltaba el temor que le provocaba recordar aquella vorágine de tormentos que vivió los cuales desgraciarían el resto de su existencia.
Entre lágrimas de amargura y tristes pensamientos llegó a la hacienda Ballesteros divisando al capatáz a varios pies de distancia. El al verla gritó fuertemente hacia el cañaveral.
—Hey muchachos llegó Andreíta vengan todos! — Andrea llegó hasta el capatáz y este sonriendo le dijo
— Buenos días Andreíta! —
—Buenos días don Severo! como sigue de la reuma? — Preguntó al capatáz al verlo cojeando más de lo normal. —Ay mijita la maldita reuma me tiene loco. — Y tristemente añadió —pero hay que trabajar para poder llevar el pan a nuestras mesas. Pero que va no es momento de tristezas quiubo con doña Mery y don Tasio?
—Mal don Severo, mamá con sus achaques, pero el pobre de papá ya casi ni caminar puede, ese mal del temblequeo lo ha acabado.— Contestó ella al capatáz mientras abría uno de los termos y le servía un cacharro del espumoso y caliente café con un mendrugo de pan y un pedazo de tabaco… Mientras tanto del oscuro cañaveral iban saliendo los empleados quienes a toda prisa se dirigían hacia Andrea ansiosos por saborear el rico café con su cuota de pan con mantequilla y el aromático tabaco que mascarían a lo largo del traginoso día haciéndoles más llevadera la pesada faena del corte de la bendecida caña de azúcar. Como decían ellos «la mascaura e tabaco nos mantiene ispiertos y atentos al espaín» Para ellos el ratito del café era divino. Introducían el pan al cacharro de café, lo sacaban empapado y lo saboreaban como a un delicioso manjar del cielo. Mientras tanto hablaban sobre sus familias y de la maltrecha situación económica que ahogaba al país. Agradecían a Dios Todopoderoso porque ellos, los jíbaros campesinos, tenían que comer gracias a las bendiciones que les ofrecía el campo, decían que la gente de la ciudad la pasaban peor que ellos. Eran personas humildes y sin educación muy supersticiosos, bondadosos y todos se conocían por años. Andrea era un poco más instruida porque su tío Teodoro había pertenecido al ejército de EUA por varios años participando en la Primera Guerra Mundial donde aparte de pelear se instruyó lo más que pudo y a su regreso enseñó a su querida hermana Mery y a Andrea a escribir y a pronunciar las palábras mejor que los demás. Los duros golpes vividos enseñaron a la joven mujer a no confiar en nadie. Pero los empleados siempre la respetaban y la estimaban. La mayoría de ellos eran vecinos de muchos años y sentían un gran respeto por sus padres además de la gran amistad que los unía. Uno de ellos, joven y guapo, se había enamorado perdidamente de ella pero en silencio. Cuando ella le servía café temblaba y sus compañeros reían. Esa mañana la miró fijamente y el cacharro se le cayó de las manos mientras nervioso, trataba de levantarlo pero volvía a caer. Andrea tranquila llenó otro cacharro dándoselo con pan y Antonio avergonzado fue a sentarse mientras don Severo le decía —hijo temblando no se resuelven esos asuntos es hablando— todos rieron por lo nervioso que estaba el pobre muchacho.
Creían en brujería y consideraban a Pello, un viejo pero hábil cortador de caña, el mejor desencantador de conjuros de la región. Pello logró escuchar las últimas palabras entre Andrea y don Severo y dándose por aludido en la conversación ripotó en aquel español mal pronunciado por los jíbaros del campo de aquel entonces…
—Yo le alveltí a Tasio que je cuidara del mal di ojo de la vieja gruñona Moncha. Sabía que la dejgraciá la calgaba contra el polqe se casó con Mery y la dejprejió a ella— y creyéndose el mejor erudito recomendó —si Tasio qijiera le aría una limpia con guebo, sal y manteca e corojo que je pondrá novisitito y janjiacabó con la brujería de la vieja malisiosa. — El resto de los empleados afirmaban haciendo gestos con la cabeza y murmurando con sus bocas llenas de pan que lo dicho por Pello era cierto. La cafetería rodante de Andrea se convirtió como todos los días, en el lugar de conversación, consejos y recetas contra el mal de ojo de aquellos humildes obreros.
Aquel lugar olía a caña de azúcar. A esa hora el cielo comenzaba a recibir los rayos del sol y el cañaveral listo para la zafra ofrecía una amalgama de brillantes colores a los que se les sumaba el olor a melao que mezclado con el café de Mery, formaban la perfecta ambrosía de aquel olimpo sin dioses. Continuaron conversado hasta que no quedaba ni una gota de café en los cacharros. Se los entregaron a Andrea volviendo a internarse en las entrañas de aquel cañaveral cantando, mascando tabaco hilado y escupiendo saliva negra y así continuar con la pesada faena del corte de caña hasta el mediodía cuando Andrea regresaría a traerles un buen almuerzo. La joven echó todos los cacharros usados al carretón observando cómo aquellos hombres se internaban en el verde y amarillo cañaveral.
Era viernes de cobro. Mery la acompañaría a traer los almuerzos. Temía que algún delincuente le hiciera daño a su hija por robarle el dinero. Desde que regresó al hogar su madre la protegía de todo temiendo alguna desgracia. Andrea aprovechaba el viaje para pasear a Roque a quien acomodaban a gusto en el carretón y disfrutaba de aquel placentero viaje por la campiña. Madre e hija siempre fueron muy unidas. Andrea respetaba a su madre y creía y confiaba en ella plenamente. Mery con amor decía que su hija era su gran tesoro. Que su Dreita siempre estaba lista para ayudarla en todo. Agradecía a Dios por haberle dado una hija tan maravillosa aunque amaba y protegía a todos sus hijos por igual.
Lentamente se dispuso a regresar a la casa. Se detuvo en en un lugar que creía mágico. Esos lugares en el bosque que encantan a las personas. Todo aquel monte era precioso. Al despertar el sol todos los espectros nocturnos desaparecían dando paso a una flora virgen donde los árboles cargados de frutos se mecían arrullados por el viento. Las abejas en su inequívoco ritual iban y venían besando las flores extrayendo el néctar que luego convertirían en dulce miel. Andrea se sentó sobre las hojas secas que cubrían el suelo para observar aquel panorama idílico que la naturaleza le brindaba. El sonido relajante del riachuelo y el canto contagioso de las aves inundaban los sentidos de aquella joven y bella mujer haciéndola olvidar por un rato las desgracias vividas. Se sentía adormecida por la suave brisa y los dulces olores del campo donde el tiempo parecía detenerse haciendo eternos los minutos. Era en ese preciso lugar donde se sentía contenta, tranquila, relajada y feliz. Se levantó despacio, sacudió su falda y prosiguió su camino.
Vió a Mery jugando con el niño en una manta sobre el suelo de barro. Ambos reían a carcajadas cuando Mery le cantaba la canción «pon pon pon el dedito en el pilón acetón la macetita ay ay ay ay mi cabecita» Roque con su dedo índice derecho tocaba el centro de su manita izquierda alborotando y riendo. Cuando lo hacía Mery lo abrazaba y besaba demostrando el gran amor que sentía por su nieto. Andrea evitando ser vista, llevo el carretón a la parte trasera de la casa, lavo los termos y cacharros poniéndolos a secar al sol. Agarró un balde y bajo hasta el río recogiendo agua para llenar el bebedero de los animales. Luego llevó el balde lleno de agua a la casa para usarla durante el día. Recogió los termos y cacharros ya secos, los metió al carretón y los llevó hasta la cocina para llenarlos nuevamente de café y llevarlos con el almuerzo a la hacienda. Vio a Mery que se dirigía hacia ella. —Pudiste dormir a Roque? los vi riendo y cantando y me fui a hacer los quehaceres para no atrasarnos. Ahora voy a ayudar a Teo a hilar tabaco. —
— Ese angelito me hace feliz. Después que los niños se van a la escuela me tiro al piso con él y cantamos, reímos, bailamos y queda rendido y se duerme como un lironcito. Le di dos huevitos hervidos y un tetero de jugo de china, hice un moisés con la hamaca, lo acosté cubriéndolo con un mosquitero y duerme feliz a pata suelta. —
Contesto Mery sintiendo orgullo de su rol de abuela.
—Mamá usted es la mejor y más querendona abuela y madre. Por eso Dios la bendice tanto—
y sonriéndole dulcemente le dijo — son las ocho y media me voy al rancho de tabaco y ayudaré a Teo. Después vengo a ayudarla con el almuerzo de los peones, pero antes quiero darle un sobito en el codo no me gusta que le
duela.—
— No te preocupes hijita ve con tu hermano yo cocinaré. Cuando regresemos me das el sobo con el sebo e flande que me trajo Goyita—
—Mamá que es mejor para usted mondar y cocinar toda esa vianda y hacer el almuerzo o ir a ayudar a Teo? —
—Ay Dreita cocinar es pesado porque este codo me tiene mal pero me da pena dejarte tanto trabajo a ti casi ni comes. Por cierto, te dejé un plato de avena en el fogón y quiero que la comas. La hice con leche fresquita de cabra. Teo la ordeño antes de irse al rancho. —
—Despreocúpese mamá vaya con Teo que yo después de comerme la avena cocinaré las viandas y el bacalao. Vera que pronto tendré todo listo para irnos a la hacienda.
Mery salió y Andrea se sentó a desayunar. Estaba cansada pero agradecida, Mery cocinaba una avena riquísima. De pronto frente a ella estaba él, aquel desgraciado demonio que la había hecho sufrir tanto. Machete en mano se lanzó sobre ella con todas las intenciones de matarla. Andrea gritaba despavorida despertando al niño que lloraba sin consuelo. El demonio cortó su mano derecha. Luego la hirió gravemente en el hombro. Ella sin fuerzas y desangrándose trataba de gritar pero no podía. Roque lloraba desesperado y ella temía por él. Escuchó a Mery gritarle al demonio —Suéltala hijo del diablo. Porque te empeñas en hacerle daño? — Lanzándose sobre él para quitarle el machete. Recibió una cortada en un brazo pero logró desarmarlo. Mery, machete en mano lo hirió en la cara pero el desgraciado salió corriendo internándose en el monte.
—Andreita hija! Hija querida no te mueras. Dios mío no me la lleves!— gritaba y lloraba Mery desangrándose también sobre su hija. — No. No puede ser. Ayúdenme…
SINOPSIS
En esta historia los sentimientos afloran desde lo profundo del alma. Amor, dolor, coraje pasión y firmeza se aglomeran en la mente de Andrea y su mundo haciéndole frente a todos los retos e infortunios que comenzaron para ella a mediados del siglo veinte. Superó los horrores sufridos por parte de un desgraciado apodado demonio. Equilibró su vida. Volvió a casarse, tuvo seis hijos y una vida tranquila. Pero en sus últimos años una cruel realidad peor que el mismo demonio, acabaría con sus sueños, sus emociones sus recuerdos y posteriormente con su vida. Esta es la linda y triste historia de una gran mujer contada por su amada hija Olga, quien a través de su madre, supo de todas sus vivencias en un Puerto Rico de caña de azúcar, melao, tabaco y café.
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