Cuando comencé a escribir esta historia no sabía cómo empezar, no he leído libro americanos de amor, ni de relatos felices, conmovedores ni alucinantes. No he leído más allá que las pocas cosas que logro ver bajo mi traje, no he vivido más allá de cuatro paredes blancas. Esta historia no es como muchas, no es de amor ni felicidad, solo soy yo, intentando contar mi vida bajo una vela, escondida, solo soy yo y mi mundo, yo y mi traje, y espero que me vean a través de estas páginas que me costaron prácticamente la vida. Como les dije, no se la palabra exacta de iniciar mi relato. Así que me llamo Adeeba, nací en la ciudad de Kandahar, en Afganistán, bonita dependiendo en que ángulo la mires. Desde pequeña di honoral significado de mi nombre, intelectual, aprendí a leer rápido y diariamente veía las páginas del Corán, mi madre me motivaba a aprender aunque mi padre le proporcionaba duras palizas por tratar de acercarme al pecado que implicaba una mujer con algún tipo de sabiduría más allá que la religiosa y oficios del hogar. Ahora que lo pienso, nunca vi ni veré mujer más fuerte y dulce al mismo tiempo como mi madre, preparándome silenciosamente a mi vida, a mi futuro, a mi condena impuesta desde mi nacimiento. Cuando cumplí 8 años deje de ver las cosas con claridad, no porque padecía de alguna enfermedad, era simplemente mujer y las mujeres en mi país deben ocultarse y la burka era diseñada para este fin.

No crean que es triste estar con una de ellas, te acostumbras, y gracias a ella te das cuenta de un don que no puede surgir de otra manera. Las burkas tienen un doble significado, uno el que todos saben, la forma tradicional de vestirse las mujeres afganas que cubre todo el cuerpo e incluso la cabeza, impuesta claro está, por la sociedad cuando estamos fuera de casa, el otro significado, el oculto, es el mundo que representa una burka, un mundo dejado a extensa de la imaginación, da igual si abres o cierras los ojos, piensas e imaginas y nada en el exterior te molesta, lo poco que ves ya no existe, lo poco que escuchas carece de sentido. Y en esa inmensa oscuridad te encuentras a ti solo a ti, pura, blanca, limpia, poderosa. Me gustaba estar fuera de casa, amaba usar mi burka diariamente la sentía mi amiga incondicional, teníamos secretos que no pudimos guardar por mucho tiempo.

Siguiendo con mi historia, como les decía anteriormente, gracias a mi madre, aprendí a leer y escribir, primero fue el Corán, luego los pequeños avisos que veía cuando iba al mercado, los billetes, las cajas. Recuerdo una vez que fui a caminar y de repente algo se enredó en mi zapato, cuando me di cuenta era un hoja de algún diario, rápidamente la arrugue lo más que pude y la metí en mi media, llegue a casa fui al baño y empecé a leerla “Zahir Shah exige que la enseñanza primaria masculina sea obligatoria” Ja… pensé, como si hiciera falta, la brutalidad no se aprende en las escuelas. ¿Cuántas mujeres no sabrán leer?; ¿Cuántas no tuvieron una madre como la mía interesada en que aprendiera?; ¿Quién les escribe? Mientras más leía mi cabeza se llenaba de ideas, preocupaciones, luchas. ¡Qué maravilla se debe encontrar en libros que están fuera de mi alcance!

Entre páginas de periódicos pasaron los años y un día mi padre dio por sentado que debía casarme. El 12 de marzo bajo un sol radiante, me case con Hamid, un comerciante. Pensé por un momento que debía dejarle a la suerte tener una vida diferente a la de mi madre, a veces la frase soñar no cuesta nada es dura para algunos, sobre todo en un mundo donde lo sueños valen tanto que duelen. Vivía como una prisionera, deje de salir, ya no tenía papeles de periódicos viejos, sucios y arrugados en mis medías. Salí embarazada rápido una y otra y otra vez. No se me permitía nada que fuera limpiar, cocinar, lavar y atender a mis hijos y mi marido. CuandoAshraf empezó la escuela, una noche fui a gatas y con miedo a su bolso, le arranque una hoja de su cuaderno y agarre su lápiz. Fue emocionante al principio cuando empecé a escribir mis primeras letras, sin embargo, todo cambio cuando Hamid le pego al niño por haber olvidado el lápiz supuestamente en la escuela. Me recordó a mi madre que ahora veo muy poco. Escribí mucho y borraba la misma hoja cada vez que podía para volver a empezar, la guardaba en mi burka por dentro en un bolsillito que le logre hacer. Cuando llego el domingo Hamid decidió llevarnos a la playa. Los niños sonreían y corrían por la arena. Yo sentía un calor terrible, el sol y la burka puesta era mala combinación, Hamid me arrastro a la playa sin importar mis suplicas de no querer bañarme, fue un día diferente en cierto modo y luego nos fuimos a la casa.

Como vieja costumbre mi esposo quería hacerme suya de forma cruda, egoísta y rústica, me quito mi burka mojada y de repente algo blanco se pegó a su mano. Un sonido crudo y estruendoso por lo menos para mis oídos se escuchó en el piso. Era mi lápiz, el lápiz por el cual Ashraf recibió golpes, el lápiz que me había liberado de mi prisión mental, el lápiz supuestamente perdido en la escuela, y la cosa blanca eran los restos de papel deshechos por el agua. Se dio cuenta que sabía leer y escribir, se dio cuenta que no era una mujer tradicional. De repente un golpe, dos, tres y se apagaron las luces. No recuerdo cuando desperté, solo la cara cariñosa de mi madre me miraba mientras me curaba las heridas. ¿Y Hamid?; pregunte. – Se fue, se llevó a tus dos hijos y te dejo a la niña, tienes que irte. Salí al instante antes que Abu regresara.

Estaba en la calle, sola, vendí algunas de mis pertenencias y aprendimos a buscar entre la basura para poder alimentarnos. No podía comprar, e incluso vivía en agujeros oscuros sin ser vista por miedo a morir o que mataran a mi hija. Después de tantos años recuerdo como si fuera ayer cada insulto, cada rata, cada comida con gusano que tenía que llevarme a la boca. Estaba muriendo y lo peor mi hija también. Pero Allah no es talibán y muestra el camino a todos por igual sin importar raza, sexo o color. Sufre con nosotros y nos ayuda a levantarnos. Una noche cierta mujer nos dejó un plato de comida y se fue corriendo y así lo hizo durante muchas noches. Una de ellas me llamo a que la siguiera y así lo hice. Tenía miedo al principio, caminaba a ciegas, me arriesgue a quitarme la burka para no caerme y me di cuenta que ella tampoco la tenía. La seguí entre la oscuridad intentando ser tan ágil como pudiese hasta que llegamos y luego todo cambio. Entre murallas y laberintos de esa noche encontré mi hogar y mi salvación, entre esas rocas encontré a mi Mahoma. Meena, nunca olvidare su nombre, su cara, su pelo, me atendió y me dio la mano cuando la muerte estaba llegando. Sus palabras llegaron a nuestra vida para darle un nuevo sentido de lucha, mi hija tan terca como su madre acogió la enseñanza impartida por Meena, entendió que no era justo para una mujer llevar una vida como esa y no solo lo entendió, lucho y lo llevo en la piel durante toda su vida. Es curioso que sepan que me llevo tiempo pensar como continuar con esta parte de mi relato, pare unos meses tratando de recrearla para que ustedes la conozcan, la vivan y la amen como yo. Meena nació un 27 de Febrero en Kabul y en su tiempo pudo ir a la escuela para convertirse en activista social. Creo que tenía 21 años cuando fundo RAWA una organización en contra del maltrato de mujeres como yo, en contra de los silencios que invaden nuestras almas, en contra de los asesinatos de mujeres afganas injustamente. Tenía 20 años cuando comí de su plato por primera vez en aquel callejon, mi hija tenía 10 cuando escucho por primera vez sus palabras. Gracias a ella entendí que tenía derechos al igual que los hombres y jure no dejarme tocar por ninguno de ellos, moriría antes…

El 12 de febrero, recuerdo que el sol me pego en la cara interrumpiendo mi sueño, me levante con algo de pereza y el olor del pan tostado y café me robo una sonrisa. De repente el estruendo de las piedras resonaron en la puerta y unas voces feroces gritaban “pecadoras, salgan”. El temor invadió mi alma y de repente recordé que mi pequeña jugaba afuera con otras niñas, una fuerza interna me lleno de coraje y abrí la puerta, corrí, agarre la niña con la mano y ellos venían hacia mí, intente entrar pero estaban muy cerca y la empuje, Meena salió y logro agarrarla, cerró la puerta y un dolor fuerte invadió mi cabeza, todo se puso blanco, en ese momento solo pude recordar el papel que salió de mi burka ese domingo, ese papel que me dio la libertad, el papel de Ashraf, ¿cómo estará?… Sonreí, y caí.

SINOPSIS: Si buscamos el significado en internet de la palabra Burka puede referirse a la forma de ropa tradicional usadas por mujeres de algunos paísesde religión islámica, principalmente, en Afganistán. Este tipo de vestimenta no es elegible sino impuesta cuando se está fuera de casa. Si alguien me preguntara como describirla, diría que es una sola porción de tela que tapa todo el cuerpo hasta los tobillos con una franja a la altura de los ojos, no es que esta descubierta, es solo más clara para que puedan ver o tratar de ver, para mí, una Burka no es solo un traje, es un mundo oscuro, limitante, peligroso, hermoso, soñador y hasta de agradecimiento de alguna forma. Por ella y en honor a ella, escribo el inicio de esta novela que tiene como eje principal relatar la historia de una mujer afgana con pensamientos liberalistas en una sociedad donde la influencia religiosa talibán mantienen los prejuicios y el odio que estos han inculcado hacia ellas. Una historia sobre una guerrera incomprendida por su padre y protegida por su madre la cual logro vivir parte de una Afganistan donde las mujeres podían estudiar medicina, podían encontrarse con hombres casualmente en un cine, sonreían, simplemente eran ellas; devastada por la felicidad efímera que tuvo en ese momento, mantuvo sus pensamientos claros sobre lo que consideraba relevante para su hija, educarla, a pesar de los múltiples castigos que sufriera por ello. Encontró la manera de enseñarle a leer a escondida, a pensar a escondidas y a vivir de la misma forma. Una historia donde la educación intenta romper las barreras de sumisión y devoción pero aun alto precio. Una historia encerrada en mil historias que se viven día a día en países donde ser mujer destinada a algo más que procrear y atender es un pecado.

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