Diseñador de emociones

Diseñador de emociones

Andrés García

26/03/2018

¿Buscas la felicidad? Tituló tímidamente en el Fanpage de su recién creado negocio, ansioso por algún curioso que decidiera llamarlo. No desesperó, aunque siempre tuvo la mirada sobre su computador, inquieto, contando las gotas de las precipitaciones, contabilizando los giros realizados por el ventilador de techo o anotando la cantidad de atrevidas hormigas atragantadas con su dona. No desesperó, ocupó su mente con la más pequeña sandez, aunque tras siete días sin visitas, cada vez era más difícil pensar en una nueva estupidez.

Cerró como de costumbre, se dio una ducha de agua fría y se dirigió a su cuarto, cabizbajo, cuestionándose si la valla puesta seis días atrás rendiría algún fruto, o si esos dos niños que contrató habían entregado los volantes. Se recostó, evitando las lágrimas, ocultando su sufrimiento, ahogándose en sus penas. Durmió para “revitalizarse”, aunque él sabía que despertaría de forma hipócrita, encubriendo su decepción.

El sol no olvidó salir, el despertador sonó hasta caerse de la repisa. Él se levantó, entre dormido, se bañó como los gatos, usó el esmoquin de su difunto padrastro, adornándolo con la flor favorita de su madre. Lagrimeó al recordar su memoria, observó su fotografía sobre la pared y le sonrió. Retornó a su día, tomó el poco perfume que le quedaba y se lo roció casi por completo, afirmando la llegada del primer cliente.

No llegó, por lo menos hasta la hora de cerrar no llegó. Otro día solitario, distrayéndose con la cantidad de veces que era capaz de chasquear su lengua sin desviarse. Cerró, ordenó su improvisada oficina y retomó su rutina nocturna, vistiéndose con el pijama que hace mucho tiempo se exhibió en costosas tiendas panameñas. Se recostó, no sin antes cuestionarse el motivo de su prominente fracaso, ¿qué más podría hacer? Ninguna respuesta era lo suficientemente convincente.

Cerró los ojos, escuchó el timbre a lo lejos. Creyó soñar con su madre llegando atiborrada de bolsas, creyó soñar con las visitas de su tía Gertrudis, creyó soñar con las sorpresivas inspecciones de su abuela, pero hacía mal con creer que soñaba, el timbre de verdad sonó, el timbre de verdad había sido tocado, el timbre de verdad volvía a llamar.

Dudó en levantarse, se negó a atender, juró que se trataba del vigilante. Detestó ponerse de pie, odió bajar por las escaleras, maldijo abrir la puerta. No era a quien imaginaba. Un hombre, obeso, de piel clara y ojos insípidos, esperaba junto a la puerta, con su sonrisa nerviosa.

  • -¿Buenas noches? -Preguntó con tono fuerte-
  • -Buenas noches señor, ¿aquí es donde puedo encontrar la felicidad? –Su voz era más gruesa de lo esperado-
  • -Sí, aquí es, ¿quiere entrar?
  • -Claro.

La apertura de la puerta fue apresurada, las manos temblaron al introducir la llave, ¡El primer cliente! Una persona por fin se había aparecido ante sus ojos, preguntando por sus servicios. No era un vendedor ambulante, no era un mendigo, no era un malgeniado trabajador con la orden de cortar algún servicio. Lo hizo pasar, se disculpó por estar en pijama, aunque eso era lo menos importante para el caballero de sudoroso andar.

  • -¡Vaya! ¿Enserio es un colegio? –Detalló los pupitres, ojeó los animales pintados en las paredes, tropezó con un juguete en el suelo-
  • -Hasta el año pasado fue un colegio, ahora es mi oficina.
  • -Bueno, supongo que así lo convierte en algo más pecaminoso y atrevido, es un tema interesante.
  • -¿Pecaminoso?
  • -Sí, eso me gusta… ¿Y las chicas? ¿Castigadas en rectoría?
  • -¿Cuáles chicas?
  • -Pues las que prestan el servicio, ¿o es usted? –Lo desnudó con la mirada- Bueno, no está tan mal, con esta sequía soy capaz de experimentar.
  • -Espere un segundo, creo que existe una equivocación –Se distanció- Me presento, mi nombre es Nicolás Mendoza, soy diseñador de emociones, ayudo a las personas para que encuentren su camino, comprendan que pueden cumplir sus metas y confíen en sus aptitudes.
  • -¿Qué? –Gesticular cualquier palabra era imposible- ¿Acaso no estoy en un prostíbulo buscando la felicidad?
  • -No, en absoluto.
  • -¡No puede ser! –Quiso correr- Me excuso por completo, yo pensé que al decir “busca la felicidad”, era otro tipo de felicidad…
  • -No, la felicidad del alma, yo puedo ayudarlo a superar sus problemas y dificultades.

Los revoloteos fueron más fuertes que las palabras, la incomodidad hizo de la puerta algo fácil de atravesar. El hombre se escabulló entre la oscuridad, encendió su auto y se marchó, velozmente, dejando atrás a un resignado emprendedor, quien saboreó a su primer cliente, pero debió escupirlo ante su mal sabor.

Dormitó de forma dolorosa, el cuello se fragmentó entre esa desgastada almohada. Cerró la boca para escuchar al silencio. No durmió, el cliente perdido le demostró lo falaz de su idea, el fracaso era inminente. Suspiró cuando tomó una nueva decisión, salir en búsqueda de algún empleo.

Se alistó antes del sonar del despertador, desayunó con calma, imprimió su hoja de vida, practicó las formas en que abordaría a sus posibles empleadores y se aseguró de su impecabilidad. Casi baja sin el azafrán, pero lo enganchó al primer ojal en el momento justo. Llegó al primer piso, sonrió al verse en el gran espejo de la sala principal, acomodó su corbata y abrió la puerta, topándose con el mismo hombre de la noche anterior, taciturno, apenado, inquieto.

Nicolás tragó saliva, improvisó una sonrisa y abrió la puerta con mucha sutileza, asegurándose en primera instancia de la correcta impresión sobre su trabajo. El hombre, ojeroso, caminó sin rumbo, chocando con las paredes y lanzándose hacia la primera silla que encontró en su camino. Nicolás, curioso, simplemente puso su mano sobre el hombro del cabizbajo, lanzó un suspiro, sonrió y dijo “Dura noche”.

Largos se hicieron los segundos, cortas las palabras. El cliente finalmente habló, se presentó como Mauricio, Mauricio Salas, pero tras pronunciarlo, calló nuevamente, sin ánimos de articular algo más. Nicolás únicamente observó, sin cambiar de lugar su mano, sin pestañear, atento a quien probablemente sería el inicio de su negocio.

  • -¿Cuánto cobras? –Nicolás no respondió- ¿Cuánto cobra por ayudarme a ser feliz? -La voz se tornó llorosa.
  • -Cobro $50000 por escucharlo durante una hora.
  • -¿Es un psicólogo?
  • -No, para nada.
  • -Entonces, ¿qué es usted?
  • -Yo soy un diseñador de emociones, una persona que está dispuesta a componer la vida de los demás, pero parto de la práctica, jamás fui y nunca seré un psicólogo, pero en ningún lado encontrará mejor ayuda que la mía.
  • -¿Y qué hago? ¿Me recuesto en el piso y le comento mis problemas?
  • -No, eso poco nos ayudará, probablemente los que usted considere “problemas” no son los verdaderos problemas.
  • -Entonces… ¿Qué haremos?

Nicolás por fin soltó a su cliente, se dirigió a la habitación más cercana, escudriñó entre los muebles y sacó un balde lleno de polvo. Limpió, con el pañuelo que nunca antes había utilizado. Lo acercó a Mauricio, vació el contenido frente a él, un lote completo de legos.

No fue necesario indicar alguna acción, ambos se sentaron en el piso, tomaron los legos de colores y dejaron volar la imaginación. Construyeron aviones, robots, soldados, monstruos de colores, carros lanzacohetes, escudos, barcos de guerra, cualquier objeto capaz de luchar en la batalla que procedió a la creación, divirtiéndose con el estallido de los misiles imaginarios, la destrucción de sus juguetes y el final de la violenta guerra.

Transcurridas tres horas, finalizó el juego, Mauricio, sonriente, ayudó a recoger cada lego en el piso, agradeció por el tiempo a Nicolás, le pagó sin vacilar y se marchó, dichoso, asegurando que regresaría. El primer servicio se prestó con éxito, y así no regresara este cliente, el dinero lo ayudaría a mantener vivo su sueño.

Subió a cambiarse, pero al verse en el espejo, supo que esa era la ropa adecuada, capaz de traerle suerte cuando más la necesitaba. Bajó, encendiendo la computadora, revisando su Fanpage y escribiendo “Primera sonrisa lograda, ¿cuántas más vendrán?”

Ningún cliente nuevo se sumó a su lista ese día. La noche llegó, pan se compró, recibos atrasados fueron cancelados, un helado destruyó la obligatoria dieta, un ramo de flores nuevas revivió la sala, como su madre añoraba verla. Durmió, sonriente, sin un peso en su bolsillo, pero deudas saldadas a Morfeo agradaban.

Despertó, usó el traje del día anterior, arrancó una de las flores y la clavó en el primer ojal. Arregló su cabello frente al espejo del baño, asegurándose que lo cortaría con el siguiente dinero que obtuviera. Bajó, sonriente, sin doblar la espalda, sin resbalar la mirada, sin olvidar su sueño. Reinició su jornada laboral, topándose con Mauricio en la puerta, ansioso por una nueva sesión.

  • -No esperé verlo tan pronto.
  • -Doctor, necesito de su ayuda.
  • -¿Doctor? –Rió Nicolás- ¡No me llame doctor! No lo soy, simplemente dígame Nicolás, o Nico, como me dicen mis amigos.
  • -¿Nico? ¿Eso quiere decir que me considera su amigo?
  • -Probablemente, aunque la amistad no implica la nulidad del pago por mis servicios profesionales.
  • -Tranquilo doctor, perdón, Nico, creo que es el dinero mejor gastado en mi vida.
  • -Sabe, Mauricio, ya somos amigos pero no sé nada de usted, sólo su nombre… Cuénteme de su vida, ¿a qué se dedica?
  • -¡Hablar de mi vida! ¡Wow! Hace mucho tiempo nadie me pregunta por ello, soy de pocos amigos realmente.
  • -¿Enserio? Le hace falta llevar legos para integrarse con las personas.
  • -¡Legos! ¿Cree que sirven para que la gente se conozca? Cualquiera me miraría con extrañeza y se apartaría inmediatamente.
  • -Sabe, antes, en esta misma sala, los niños que estudiaron aquí sacaban esos legos, jugaban, uniendo pieza tras pieza, compartiendo figuras, integrando ideas, creando historias, compartiendo carcajadas, olvidando cualquiera de sus diferencias académicas o personales.
  • -Funcionaron porque eran niños, los adultos somos diferentes.
  • -Ni tanto, el juego es el principal medio de comunicación que existe, aunque no lo cataloguemos como tal, no solo en la primera infancia, sino en nuestra adultez, sabe, hace poco tiempo fui jurado de votación, cerca de aquí, y me topé con una mesa maravillosa, ¡Veinticinco! Y no le miento ¡Veinticinco personas habilitadas para votar! Imagínese, las mesas de votación deben recibir a casi 400 votantes, y la mía tenía veinticinco, ¡Veinticinco personas! Pues qué cree, ¡Nadie iba a votar!

Ambos pronunciaron las últimas cuatro palabras. Mauricio estaba exhortó en el relato de su nuevo amigo.

-Entonces ese se convirtió en nuestro día más aburrido, nada pasaba, nadie llegaba, y en las otras mesas no dejaban de recibir votantes, firmar votos, registrar cédulas, diligenciar certificados de votación, era una verdadera bendición.

Risas detuvieron al tiempo, ojos cristalinos continuaron imaginando la situación.

  • -Todo el que pasaba se burlaba de nosotros porque no hacíamos nada, inclusive empezaron a decirnos que estaban preocupados por el alto grado de estrés que seguramente sentíamos ante tanto trabajo, y nosotros muertos de la risa.
  • -¿Y qué hicieron?
  • -Primero hablamos, contamos aspectos de nuestra vida personal, nos enteramos de uno que otro chisme sobre desconocidos, pero esa conversación no se dirigía a ningún lado, ya no sabíamos qué decir y nuestra relación se diluyó a divagar por las aulas de clases designadas a ostentar mesas democráticas.
  • -¿Entonces?
  • -Sencillo, alguien encontró un dominó, y nos pusimos a jugar.
  • -¿Enserio?
  • -Sí, y a pesar de no contar ningún aspecto de nuestra vida personal, nos llevamos mucho mejor, y si alguien es observador, se dio cuenta de diversos aspectos de cada uno, su personalidad, gustos, sueños, anhelos, frustraciones, y sobre todo, la verdadera cara de cada uno.
  • -¿Verdadera cara?
  • -Sí, cuando usted conoce a alguien mediante el juego puede comprobar de verdad su personalidad y forma de ser, esas risas cuando hace pasar a alguien, las estrategias realizadas, o su reacción al robar una ficha… Dice mucho más que un discurso prefabricado por nuestra conciencia con el fin de agradar a las personas… Si hablamos únicamente desde nuestra perspectiva, seremos eso, una perspectiva, plana, blanca, sin sabor… Pero al ser sincero con nosotros mismos, los resultados serán diferentes.
  • -Entonces, ¿qué quiere que diga cuando conozco a alguien? Hola, me llamo Mauricio y me da mucho miedo que la gente me rechace por mi peso y aunque he intentado de mil y una formas adelgazar, lo único que consigo es clavar mi cara en un puto pastel que compro en la panadería de la esquina para luego recostarme en la tina y llorar toda la noche porque soy el fracasado que mi padre siempre ha dicho que soy, seguro causo una buena impresión. –Las lágrimas caían como cascadas; la cara se turbó como el río durante la tormenta-
  • -Probablemente no, debió detenerse cuando dijo que le era muy difícil adelgazar, de pronto la otra persona diría, ¿enserio? A mí me pasa lo mismo –Actuó como mujer- Pero no me puedo resistir a otra rebanada de ponqué, y menos de chocolate porque es mi favorito, entonces usted diría –Agravó su voz- ¿Enserio? También adoro el chocolate…
  • -Yo no hablo así.
  • -Eso es porque no se ha escuchado bien, ahora déjeme seguir hablando –Aclaró la garganta- También adoro el chocolate, menos en el helado, ahí sabe feo. Y ella seguramente contestará… -Invitó a su paciente a improvisar-
  • -Eh… -Miró hacia todos lados para inventar algo- Pues yo no pienso así.
  • -Imposte la voz, recuerde que habla como mujer.
  • -¡Pues yo no pienso así! –Su lado femenino floreció- El helado de chocolate es mi favorito.
  • -Exacto, ¿y usted qué diría?
  • -No lo sé… Ella está en contra.
  • -¿Y? Podría probar con… –Masticó el aire para estimular la imaginación- ¡ya sé! “Pero yo prefiero el helado de Oreo”, riquísimo, probablemente ella exclamaría placer ante el recuerdo de una experiencia previa y usted complementaría la idea con “Y el de M&M, fascinante” Y la conversación se convertiría en un suceso de exclamaciones de placer sensorial.
  • -No me convence, mi forma de presentación es mejor.
  • -¿Cuál? Hola, me llamo Mauricio Salas, trabajo en X empresa, vivo en X barrio, estudié X carrera, me gradué en X año… Por favor, ¡nadie pidió una autobiografía! ¿Dónde está el verdadero Mauricio?
  • -No lo sé.
  • -¡Pues búscalo!

El silencio se apoderó de la sala, las palabras se escondieron en las madrigueras de los ratones.

-Sabe… Como toca estar todo el día siendo jurados de votación, una de mis compañeras llevó su Uno para jugar, sí que fue divertido, creo que más de uno de los que estaban en las otras mesas se molestaron cuando gritamos “siete” o “uno”… Pero qué podían hacer, hasta los de la registraduría terminaron jugando con nosotros… Sabe, después de eso compré mi propio Uno… ¿Dónde lo dejé? –Se levantó a buscarlo- ¿Dónde? –Entró a cada salón- ¿dónde?

Cinco minutos le tomó regresar con el Uno, estaba escondido detrás de aquella caja marcada con “No botar”, pero no se demoró porque no encontrara su juego, sino porque vio esa caja capaz de generar visiones aguadas de su pasado, haciéndolo temblar ante la idea de abrirla, cuestionándose si sería capaz de soportar su pasado.

Regresó, sonriente, sin los ojos rojos, sosteniendo el Uno en sus manos. Mauricio lo miró, escuchó el batir de las cartas, tocó las que se posaron sobre su mesa y degustó las reglas, asegurando que sería incapaz de jugar. “No lo voy a juzgar porque no sepa, lo alentaré a aprender”.

Fue fácil aprenderse las reglas. Las risas suavizaron los músculos, las cartas cayeron sin parar, y aunque un juego entre dos personas es menos divertido que entre 4, 6 o más, ninguno de los dos negó la satisfacción personal sentida al perderse la hora del almuerzo por estar gritando “Siete”.

  • -¿Serían $600.000?
  • -Técnicamente sí, pero págueme solo $100.000, las demás horas van por mi cuenta.
  • -Gracias –Entregó el dinero-
  • -De nada.
  • -No me había divertido desde hace mucho tiempo.
  • -Eso veo.
  • -¿Mañana puedo venir a la misma hora?
  • -Sí.
  • -Doctor, una última cosa.
  • -No me llame doctor.
  • -Cierto, cierto, Nico, yo jamás digo en qué trabajo, estoy pensionado por un accidente laboral que tuve… Pero eso mejor se lo cuento durante la próxima sesión, o terminaré quedándome hasta la medianoche con usted.
  • -Está bien, mañana lo escucharé… Pero una última frase… A veces nosotros somos nuestros peores verdugos… Mastíquela durante la noche.
  • -Gracias doctor…

El ruidoso motor indicó la despedida. Nicolás cerró las instalaciones, se adecuó para descansar, tomó una pastilla que aligerara su cuerpo y espero que las lágrimas ahogaran sus pensamientos y lo introdujeran en un profundo sueño, del cual no querría despertar, pero del que le era obligatorio despedirse.

Sinopsis

Nicolás decidió convertirse en diseñador de emociones sin pensar las sorpresivas travesías que las diversas personas conocidas lo harían vivir: empresarios, alcaldes, narcotraficantes, asesinos, presidentes y hasta un rey. ¿Será que los podrá ayudar a todos a encontrar la felicidad tal cual promete?

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