CAPÍTULO 1 – Oh, Chariot
El árido horizonte se derretía, ondulante e inalcanzable, víctima de un caluroso día de verano. Los árboles se retorcían secos hacia un cielo sin nubes, tan alejados los unos de los otros que no formaban una sombra decente. La carretera desierta se perdía allá donde le alcanzaba la vista y parecía que en cualquier momento se disolvería en alquitrán líquido.
Cada paso era un infierno. Caminó sobre la línea amarilla del pavimento. Un pie, luego otro. Era una equilibrista, y la cuerda apenas se movía bajo su peso. La separaban del suelo más de cinco mil metros. Era una hazaña que haría eco en la historia, y aunque todavía no había llegado al otro lado, seguro que ya había hecho un récord mundial. Y debajo de ella, ¿había red o no? No. No la había. Así la emoción era mayor.
Duró casi dos kilómetros engañando a la realidad, hasta que el bochorno del día hizo mella en ella y se detuvo. Por la posición del sol supuso que debían ser las dos o las tres de la tarde. Tanteó la cantimplora y se llevó una decepción. No recordaba que estaba vacía, el agua la había terminado a primera hora y lamentó haberlo hecho. En ese momento la necesitaba más.
Se encontraba en el medio de la carretera, entre campos secos. Una línea negra en medio de un desierto. El paisaje era el mismo que hacía dos días y empezaba a sentir que caminaba al revés en una cinta mecánica. Echaba de menos las colinas verdes. Era como si aquel color no existiera en aquel lugar del mundo. Ni el sonido de los pájaros. Ni el relajante murmullo de un riachuelo.
Pensó en el agua de nuevo y, con pesadumbre, guardó la cantimplora en su mochila roída. Lo único que se parecía a lo que necesitaba era la gota de sudor que caía por su frente, y no iba a ser la única.
No había nadie por ningún lado. Ni lo habría. No veía a ninguna persona desde hacía días.
De hecho, cuatro días.
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Fue una tarde de tormenta, y atravesaba una carretera comarcal con la vista puesta en el cielo encapotado. No tenía en mente otra cosa que no fuese la aparición inminente de lluvia, y caminaba con la cantimplora abierta. Deseaba tanto que lloviese que notaba que saltaría de la emoción a la primera gota de agua que cayese en su cara. Casi podía sentir el diminuto frescor en su piel.
Bajó la cabeza, inmersa en ese deseo. Y se detuvo de golpe.
Por el medio de la carretera caminaba una persona. Era un chico, y le separaba de él una distancia considerable, la misma que hay entre dos porterías de fútbol. No era capaz de ver su cara, pero sí vio que se detuvo al instante. El chico incrementó su precaución a medida que acortó la distancia, hasta el punto de salir del medio de la carretera y caminar por el borde. A pesar de la distancia prudente, ella se había llevado la mano hacia el bolsillo de su cazadora y, tras localizar su navaja, la agarró con firmeza. No la sacó, la aguantó dentro.
Al pasar justo al lado, ambos se lanzaron una mirada. De advertencia, de sorpresa, de desconfianza, de curiosidad, de dolida impotencia. Demasiados sentimientos en tan pocos segundos. Tenía el pelo castaño oscuro cubierto de rastas ensortijadas, pantalón ancho y caído, camiseta gris sudada. Llevaba una mochila a la espalda, con un movimiento bastante ligero. No debía llevar gran cosa.
Sólo cuando el chico se hizo más y más pequeño en la lejanía, soltó el arma. La había apretado tanto que tenía la marca de las uñas en la palma de la mano. Y sólo entonces pensó. ¿Debió hablarle? ¿Se imaginó algún deje de bondad en su semblante y ahora se arrepentía de haberle ignorado? ¿Hubiera sido digno de confianza? ¿O la habría matado en cuanto hubiese bajado la guardia?
No, había hecho bien en dejarlo correr. Había sido la emoción de ver a una persona después de… ¿un mes?
****
Quizás era el sol que notaba con fuerza en la cabeza que le hacía perder el juicio, pero los siguientes días se arrepintió. Hacía tanto que ni veía ni hablaba con nadie que a veces aclaraba la garganta y se obligaba a contar hasta cincuenta cada cierto tiempo para cerciorarse de que todavía le quedaba voz. Echaba de menos el bullicio de un lugar lleno de gente, sentarse en un café y ver el ir y venir de personas desconocidas. Añoraba ese murmullo de fondo.
Se secó el sudor de la frente, quitando la gorra que había cogido en un todo a cien. Fue mala idea hacerse con una negra, pero fue la primera que cogió después de escuchar un ruido. Había salido por la parte de atrás con la rapidez propia de un felino.
Y ahora estaba pagando el despiste. Su cabeza ardía, y sólo deseaba llegar a algún sitio donde pudiese refugiarse y descansar. Una hora.
Eso sería increíble.
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Más hacia la tarde, llegó a una zona rodeada de pequeñas montañas. Descampados secos, pedruscos y nada verde. Un paisaje desolador para alguien que pedía a gritos un trago de agua, y estaba claro que allí no la encontraría. Sólo faltaban los buitres sobrevolando su cabeza.
Sus pies se pararon de pronto.
Una gasolinera.
Una gasolinera totalmente desierta. Cubierta, con una sombra increíble. La vio ondulante en la lejanía y creyó por un momento que quizás fuese un espejismo.
Pese al impulso de echar a correr en aquella dirección sin comprobar la zona siquiera, se obligó a analizar la situación. Había dos coches. Puertas cerradas. Ventanas sin romper. No era usual. Quizás había alguien dentro, o a lo mejor no había nadie y había provisiones. Los coches generalmente tienen botiquines. Había una alta probabilidad de encontrar algo de valor.
Las ventanas de la gasolinera estaban ocultas por tablones de madera mal apilados. La puerta se mecía con la corriente, y en un par de ocasiones se cerró de golpe, provocando un sonido alto y rotundo que a ella no le gustó nada. ¿Qué habría dentro? ¿Quedaría algo? ¿Comida, agua?
Lo más seguro es que los vehículos fuesen de personas que estuviesen dentro. Una o varias personas. ¿Le daría tiempo de intentar coger uno de los coches? Quizás tenían el depósito lleno…
Avanzar en coche. Sus piernas se lo suplicaban.
Ella respiró hondo, sin saber qué hacer.
Pensándolo bien, no debía arriesgarse. Lo más sensato era pasar de largo, lo más lejos posible del perímetro, quizás por la parte de atrás para que nadie la viese. ¿Y si había alguien escondido y la asaltaba? ¿Y si la mataba? O peor, le quitaba todas las provisiones que había estado recolectando, dejándola sin nada.
Debía de estar loca, porque empezó a avanzar hacia la gasolinera. Con cautela, pero con decisión. La puerta seguía dando golpeteos, lo que le impedía escuchar en caso de que alguien estuviese hablando dentro.
Aceleró el paso hacia el coche más cercano. Un sedán azul oscuro. Procuró que, al agacharse, las piernas quedasen cubiertas por la rueda en caso de que alguien saliese del local, y sin espera comprobó el interior a través de los cristales. No había nada, salvo un cartón de refresco tirado en el asiento de atrás. Abrió la puerta sin apartar la vista de la gasolinera y se metió dentro de un calor insoportable. Aquel coche debía de llevar horas al sol, era como un horno. Quizás llevaba días allí, incluso semanas. Rebuscó por todas partes, contando mentalmente hasta sesenta, un método que había adquirido no hacía mucho. Si en un minuto no encontraba nada en algún lugar, no merecía la pena seguir perdiendo el tiempo. Debía hacerlo rápido, tanto buscar como alejarse.
El maletero, al que accedió desde dentro, estaba vacío. Y justo cuando iba por el número cincuenta y cuatro y ya estaba lista para salir, localizó el lugar del botiquín. Lo abrió con beligerancia y metió todo en la mochila de montaña, casi vacía. Dentro cayó un par de rollos de esparadrapo y una caja de tiritas. Al salir, lamentó no haber encontrado un bote de alcohol.
Corrió hacia el coche gris, con la mirada en la puerta de la gasolinera. Ésta se había quedado quieta y, aprovechando el silencio, agudizó el oído. Dentro no se oía nada. O eran muy silenciosos o allí no había nadie. La emoción comenzó a embargarla. Si no había nadie, podría entrar en la gasolinera. ¿Y si quedaba algo? ¿Una estúpida bolsa de patatas? ¿Una pequeña botella de agua tirada detrás del mostrador? El riesgo merecía la pena, había la oportunidad de conseguir las tres cosas que necesitaba: comida, agua y estar al fresco.
El coche gris tenía los cristales de la parte de atrás tintados, algo que no le gustó. Se agachó al lado de la puerta trasera más cercana. El corazón le iba a mil, estaba segura de que podía oírse a un kilómetro a la redonda.
Merecía la pena, se autoconvenció.
Con una mano temblorosa, agarró el picaporte. Respiró hondo antes de hacerlo y con la otra mano sacó de su bolsillo la navaja. La colocó en posición de puñalada mortal y cerró con fuerza la mano sobre el picaporte.
Tres.
Dos.
Uno.
Abrió la puerta y apuntó hacia los asientos. No había nadie, tan sólo el mismo calor insoportable golpeando su cara. Tragó saliva, totalmente temblorosa, en un estado de alerta casi doloroso. Se giró, comprobando la zona. Tuvo la extraña sensación de que podían estar tendiéndole una trampa, pero aún así, contuvo el aire y se metió dentro de aquel infierno con ruedas, rebuscando con agilidad. Fue directa hacia el botiquín y maldijo al comprobar que estaba vacío. Salió, con la cabeza en la gasolinera cuando su pie se enganchó con algo. Al bajar la vista vio que se trataba del asa un maletín, escondido bajo el asiento trasero del conductor. Estaba a medio cerrar y al abrirlo, se quedó boquiabierta.
-Imposible… -murmuró.
Una glock con tres cajas de balas. Un arma. ¿Quién se dejaba un arma con munición detrás? Había un hueco vacío con la forma de otra pistola del mismo tamaño. Todavía incrédula, llenó el cartucho de la que tenía en la mano y le puso el seguro. Lo hizo por intuición, después de años y años de películas y series policíacas. Sólo esperaba que no se le disparase sola.
La gasolinera fue el siguiente objetivo y caminó hacia allí, apuntando con su arma nueva. Se sentía más segura empuñando algo tan mortal y no le importó atravesar la puerta. Cerró detrás de ella, echando un vistazo rápido. No había ni rastro de personas, al menos en aquel instante, porque sí que había pasado alguien por allí. No quedaba nada. Los estantes estaban vacíos por completo, al igual que las neveras.
Se llevó un gran chasco pero decidió buscar a fondo. Comprobó debajo de cada rincón, en las partes más altas, las más escondidas, los lugares más inusuales. Se saltó por completo su norma de los sesenta segundos, pero las reglas también habían cambiado. Tenía una pistola.
Fue hacia la caja, abierta de par en par. Quedaban unos cuantos billetes, un par de diez y uno de cinco. Ella pasó al lado sin siquiera cogerlos y rebuscó por todos lados. Encontró un paquete de chicles de fresa que le pareció un regalo del cielo, y luego se quedó de pie frente a una puerta entreabierta, la del almacén. A sabiendas de que no encontraría nada, la abrió de todos modos.
Cajas vacías y documentos que ya no tenían importancia, además de un ordenador cuyos días de gloria ya había visto pasar. Ni siquiera se vio reflejada en la pantalla al acercarse, el polvo cubría toda la superficie.
Una risa hizo que diese un brinco y se giró con brusquedad. ¿Quién? ¿Quién se había reído? Tragó saliva y se agachó detrás del mostrador. Escuchaba risas. De dos personas. Su cuerpo comenzó a temblar y agarró el arma con las dos manos a duras penas. Fue hacia las ventanas y bajó una de las filas de la persiana con un dedo.
Dos chicos examinando el exterior de la gasolinera. Uno moreno y otro pelirrojo, el primero con barba de varios días, chupa de cuero color caramelo y un palo de golf agarrado y sujeto en el hombro como si llevase un paraguas; y el último con bigote y más escuálido que su compañero. Un tercero bajó de un coche de gama alta, con gafas negras. Cerró la puerta del copiloto.
Un golpe hizo que ella diese un respingo. El moreno había roto una ventana del coche gris con el palo de golf. No tardarían en ver la maleta con las armas e irían a cerciorarse de que no hubiese nadie en la gasolinera.
Ella dio media vuelta y miró hacia el otro lado del local. Unas puertas al lado de las neveras. Los baños. Tenían que tener alguna ventana, o no podría salir. Avanzó agachada hacia las puertas, lo más rápido que pudo.
La puerta de la gasolinera se abrió y ella se apresuró a meterse en el baño masculino, entrecerrando la única barrera que la separaba de tres hombres peligrosos, suplicando mentalmente que las bisagras no chirriasen.
-Tío, no hay una puta mierda.
-¿Qué esperabas?
Controlando el volumen de la respiración, se atrevió a echar un vistazo. El pelirrojo se subió sobre el mostrador y se agachó sobre la caja registradora.
-¡Ostras! ¡Somos ricos! -cogió los billetes y los zarandeó en el aire, partiéndose de risa.
El moreno se contagió y comenzó golpear la caja con el palo, carcajeándose. Parecía la fiesta de un par de animales descontrolados, pero estaban entretenidos y eso era justo lo que necesitaba. Al girarse comprobó que sí había ventanas encima de uno de los apartados. Vislumbrando ya su ansiada libertad, abrió con cuidado la puerta y se encontró de frente con un cadáver ensangrentando, con un disparo en la cabeza y los ojos desorbitados mirándola fijamente.
Sin querer, se le escapó una sonora exhalación y automáticamente se tapó la boca con la mano.
-Eh, ¿habéis escuchado algo?
-No.
Ella cerró los ojos con fuerza. No, no, no. No, por favor. El corazón le latía desbocado. Sabiendo que se odiaría por hacer aquello, apartó el cadáver del retrete con prisa y en silencio. Algo brilló en el suelo y al bajar la vista vio una pistola. La otra glock.
-¿Cómo ibais a escuchar nada, si no paráis de hacer el subnormal? El sonido venía del baño.
Ella cogió el arma y se subió al retrete. Con una mano, bajó la manecilla del pestillo y empujó la ventana hacia fuera.
-¿Comprobasteis si había alguien dentro?
Ella no esperó a que le respondiera. Se dio un impulso y notó el viento de fuera. Apoyó la pierna en la parte alta del váter y se lanzó al exterior de cabeza, sin pensar. Cayó sobre la tierra con un golpe seco. No prestó atención del daño que se hizo y echó a correr, rodeando la gasolinera. Se detuvo en la esquina de la parte delantera y desde allí miró hacia la puerta principal. No estaban. Los coches estaban solos, los hombres seguían dentro. No tardarían en ver la ventana abierta, y quizás fuesen lo bastante listos como para sumar dos más dos.
Rezó para que ninguno estuviese comprobando la parte delantera y corrió hasta quedarse oculta detrás de uno de los coches. Respiraba tan agitadamente que comenzaba a marearse. No veía el momento de librarse de ellos.
Entonces, cayó en algo. Estaba detrás del coche de gama alta, el que habían conducido hasta allí aquellos tres maleantes. Respiró hondo antes de abrir la puerta del piloto y, todavía agachada, se inclinó sobre el asiento.
Las llaves estaban en el contacto.
Sin esperas y con más traspiés que de costumbre, se metió dentro del coche. Cerró la puerta sin pensar en el ruido que había hecho. Ni siquiera pensó en si funcionaría o no, lo dio por sentado y dio gracias de que el motor respondiese a la primer. Por el rabillo del ojo vio que el moreno y el de las gafas salían de la gasolinera, y al momento el de las gafas la apuntó con una pistola.
Clavó el pie en el acelerador y el coche derrapó en las ruedas de atrás antes de salir de la gasolinera. Oyó disparos y encogió los hombros cuando impactaron en la carrocería. El motor chillaba a medida que pedía marchas más largas hasta que la gasolinera se perdió en el paisaje y se mantuvo en una velocidad de ciento cuarenta kilómetros por hora sobre una carretera desierta y larga.
Le dio al botón del reproductor de CD con dedos temblorosos.La pista uno comenzó a sonar con un volumen mediado y ella recostó la espalda en el asiento, tensa. Las notas musicales hicieron su efecto: el miedo se había transformado en adrenalina y lo único que se le ocurrió para tranquilizar su alma fue bajar la ventanilla. Gritó de júbilo hasta casi desgarrar la garganta, pero no le importó. Total, no tenía con quién hablar. El viento mecía su pelo contagiado por el entusiasmo de la chica, que subió el volumen hasta llegar al tope en el momento del estribillo.
Chariot formó parte de la banda sonora del momento más glorioso de su vida.
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SINOPSIS:
Un error en un ambicioso proyecto que tenía como objetivo mejorar la raza humana mediante el uso de chips, somete a la Tierra al silencio más absoluto. Muchas personas se han vuelto violentas y otras se esconden, ya nada es seguro. Nora se encuentra sola en un mundo en el que la confianza es un lujo, escondiéndose de personas afectadas por el chip, de psicópatas y asesinos con ansias de poder, emprendiendo camino a un refugio donde sabe que hay gente que quiere lo mismo que ella: sobrevivir.
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