CAPÍTULO 1: EL LABERINTO

A Alex no le gustaba el juego del Laberinto. Le resultaba tremendamente aburrido. El recorrido era simple y previsible, y aunque variaba con cierta frecuencia, nunca le llevaba más de 10 minutos descubrir la salida.

Pero Vega insistía en volver todas las semanas. Y tardaba hooooras en salir. Incluso en alguna ocasión había tenido que pulsar el botón de emergencia, porque había sido incapaz de hallar una forma de finalizar el juego.

A Alex eso le fascinaba, y se debatía entre la incredulidad, la envidia y el hastío. Sabía que el Laberinto era diferente para cada persona. Pero, ¿qué relevancia tenía aquello en este caso en particular? ¿Es que era infinitamente más difícil el trazado de Vega? ¿Y qué razón podía haber para ello?, ¿O simplemente Vega era mucho más torpe que él?

Fuese cual fuese la razón estaba claro quién se lo pasaba bien con aquel juego, y no era él. Y ese día tampoco iba a ser diferente. Hacía más de media hora que había dejado atrás las pulidas superficies del recorrido y esperaba en los bancos protegidos de la lluvia, en el lateral este de la enorme y a la vez estilizada estructura del Laberinto. Encima aquello, lluvia no programada. Un sábado. Realmente había días en los que el mundo parecía confabularse contra él.

Decidió utilizar el implante neuronal para acceder a sus redes sociales y ver si conseguía averiguar dónde se había metido su hermana pequeña. No le gustaba demasiado porque navegar a través del implante le mareaba ligeramente, un efecto secundario que experimentaba casi el 25% de la población, pero no había llevado los soportes físicos y poco más podía hacer para matar el tiempo mientras Vega salía del juego.

Al tiempo que se afanaba por eliminar la información superflua que entraba a raudales por su implante neuronal, el día comenzó a despejarse y el parque empezó a brillar. Las superficies pulidas utilizadas para el diseño de los bancos reflejaban los colores de los árboles rosados y azules, una de las últimas obras de arte natural de Julián Riaz. Aquel parque era realmente una belleza, pero enredado en los entresijos de sus contactos, Alex no estaba prestando atención. No vio el parque brillar suavemente, y tampoco vio al nuevo jugador que entraba en el Laberinto. Sólo otra persona pudo atisbarlo brevemente, una mujer joven, con el cabello oscuro sujeto en una trenza medio deshecha, envuelta en un abrigo azul demasiado grande para sus pequeñas y delgada proporciones. La mujer frunció ligeramente el entrecejo al observarlo, algo parecía fuera de lugar. Pero sólo consiguió recordar qué era lo que no encajaba tiempo después.

Quince minutos después y ligeramente mareado, Alex se desconectó de la red. No había encontrado a su hermana, y Vega aún no había salido del Laberinto. Exasperado, miró a su alrededor. Se dio cuenta de que había dejado de llover y de que el parque comenzaba a llenarse con los trabajadores que salían de los segundos turnos, en busca de un poco de aire fresco.

De repente escuchó algo que hacía mucho tiempo que nadie escuchaba en esa zona de la ciudad. Un grito humano. Largo, sostenido, estremecedor. Durante unos segundos, fue como si la realidad se detuviese. Las mentes de los trabajadores, la mente de Alex, tardaron varios segundos en reconocer el sonido, a pesar de que, por instinto, todos se habían vuelto hacia el lugar del que provenía. Allí, una anciana, que ahora había enmudecido, señalaba algo con el dedo. De repente, el movimiento se reinició, y todos se dirigieron corriendo hacia donde ella señalaba. Y más gritos se escucharon.

Alex corrió y zigzagueó entre la gente, hasta conseguir atisbar lo que estaba generando aquella insólita reacción. Los paneles del lateral noroeste del laberinto estaban ennegrecidos y retorcidos, y la sección tercera había desaparecido por completo. No es que no hubiese juntas o restos de un accidente, es que no había… nada. La imagen era inquietante…

Alex miró horrorizado y boquiabierto, deseando contárselo a Vega en cuanto la viese. Y de repente calló en la cuenta. Vega no había salido del Laberinto.

**********


Eva dormía doblada sobre sí misma en el lado izquierdo de la enorme cama de matrimonio de su diminuto apartamento. Yacía prácticamente en el extremo, con el resto de la cama libre y vacía. Al verlo no era difícil imaginar que alguien que debería haber ocupado el otro lado de la cama, ya no estaba allí. Y ese fue el primer pensamiento de Eva cuando los destellos brillantes del despertador la sacaron de su movido sueño; que él ya no estaba allí. Tras ese primer pensamiento, vino el resto, más prácticos, más resolutivos. “Es jueves, tengo una reunión, tengo hambre”…Saltó de la cama y se dio una ducha rápida mientras su apartamento realizaba las pocas tareas programadas que la muy laureada domótica había conseguido convertir en realidad: apagaba las luces de emergencia, levantaba las persianas, y emitía el informe del gasto energético del día anterior.

Más allá de ese primer destelló de tristeza al despertar, Eva no se permitía más reflexiones al respecto durante esos minutos iniciales de su día a día. La ducha, el desayuno, el arreglo personal, pequeñas rutinas que la mantenían a salvo, que le daban sensación de control.

Tampoco establecía conexión inmediata con el mundo exterior, y tenía bloqueadas las entradas de información de contactos. Simplemente, encendía la radio, la eterna superviviente, y escuchaba los titulares y la predicción del tiempo, un espacio que le resultaba especialmente fascinante, teniendo en cuenta que la meteorología estaba programada en un 90%. Pero era ese margen que se seguía dejando al azar el que aún daba emoción a ciertos días y dificultaba en ocasiones las decisiones sobre el atuendo.

Pero aquel día no existían muchas dudas…sol y calor…uniforme de verano, por tanto, y en la bolsa de deporte, pantalones cortos y camiseta de tirantes. Sólo cuando sale del pequeño apartamento, y durante el rápido paseo hasta el Cuartel, permite la entrada de información a través del implante neuronal. Únicamente lo clasificado como prioritario, la agenda del día y mensajes urgentes. Y después música. La sensación de descarga de música a través del implante es indescriptible. Muy poca gente soporta esa función, condenada a escucharla de forma tradicional, con los tradicionales “cascos” conectados a un emisor físico.

Pero esa mañana no llega a la fase de la música, los mensajes urgentes se amontonan. Eva se para en medio de la calle, leyendo y escuchando. “Mierda”, masculla entre dientes, «Ya han empezado».

Cuando llega al Cuartel General Conjunto Operativo nada indica que el día vaya a ser diferente. La seguridad es mínima, con los habituales controles de tarjeta identificativa y huella dactilar, y con el personal civil y militar entrando y ocupando sus puestos de trabajo. Eva dedica un minuto a pensar lo inquietante que resulta que sea posible bloquear de aquel modo lo ocurrido. En la era del “total feedback and information” nadie creería que existe una censura continua y eficaz sobre determinados asuntos. Cuando todo comenzó a cambiar, con sucesos como el de aquella mañana en el parque de Berlín, los gobiernos aliados no tardaron en adoptar las antiguas políticas y tecnologías chinas para controlar los flujos de datos. Sólo que lo hicieron aún mejor: nadie sabía que la información estaba siendo censurada. El mundo vivía en la muy verosímil ilusión de que el pueblo lo sabía todo.

Pero la aparente tranquilidad del Cuartel se rompía en su núcleo, en la planta tercera, donde estaba alojado el Comando Operativo Interaliado, y más concretamente en la Sala V21, lugar de trabajo del Núcleo de Operaciones de las Líneas. Cuando Eva finalmente traspasó el último control de seguridad de ADN, fue recibida por una frenética amalgama de personas, pantallas, móviles y ordenadores que no daban en absoluto la imagen de estar resolviendo una mierda.

-¡Capitán Sima! Gracias por venir.

-A sus órdenes, mi Teniente Coronel.

-¿Sabe qué ha ocurrido?

-Sí, mi Teniente Coronel, he visto la información en la red protegida. ¿Hemos tomado alguna medida?

-El Comandante Cuerda la pondrá al día, Capitán. Ya tengo bastante trabajo como para hacerle de niñera.

-¿El Comandante Cuerda?

-Enlace del Ministerio. Infiltrado hasta hace poco en la Línea 7. Venga, les presentaré.

Eva siguió al Teniente Coronel Gavilán a través de la sala atestada, observando de reojo la información de las pantallas. La mayoría de las alertas pre-establecidas y los protocolos de seguimiento estaban en rojo. Malo, muy malo.

-Comandante Enrique Cuerda, Capitán Eva Sima. La Capitán es nuestra experta de previsiones temporales paralelas.

El hombre que la esperaba era ligeramente extraño. Como si hubiesen juntado partes de diferentes personas. Todo era bello, unos ojos de un azul intenso, de actor de anuncio de colonias masculinas, una mandíbula de línea dura y abundante cabello negro, como aquel antiguo Superman de las películas de distribución limitada del siglo XX, todo rematado con un cuerpo de estatura media, compacto y recio, vestido con un uniforme de marina sin una sola arruga. Todo era bello, pero no encajaba, daba la impresión de que, en cualquier momento, aquel hombre se iba a dividir en varios pedazos. ¿Sería consecuencia de su trabajo en la Línea Ita?

-A sus órdenes mi Comandante.

-Me alegro de tenerla a bordo, Eva, me han dicho que es usted la mejor.

Eva intentó sonreír educadamente ante el cumplido, aunque podía ver perfectamente la trampa que escondía. Tú eres la responsable. Tú tienes que saber qué está pasando y cómo solucionarlo. Y serás la que pague el pato. Por el momento no tenía más margen de maniobra, así que era mejor centrarse en el asunto.

-¿Ha habido más incidentes?

-No, que sepamos.

-¿Las fluctuaciones pre-suceso?

-No ha habido.

Eva se quedó mirando fijamente a Enrique Cuerda. Los técnicos sentados cerca de ellos y que habían podido oír las últimas palabras del Comandante también se giraron.

-Con todo el respeto, mi Comandante, eso es imposible. Tiene que haber un error.

El hombre sonrió. El efecto fue perturbador. Durante el tiempo que duró la sonrisa, Eva realmente temió que el hombre se rompiese en aquellos pedazos que parecían conformarle, y que éstos cayesen a sus pies.

-Acompáñeme, Eva.

El Comandante se dirigió despacio hacia el nivel inferior interno. Los técnicos les siguieron con la mirada, frustrados por no poder escuchar más.

El nivel inferior interno, o “Nai” como lo denominaban habitualmente, era en realidad una habitación inexistente. Se trataba de un espacio en el extremo derecho de la sala del Núcleo de Operaciones donde no había nada. Cualquiera que analizase detenidamente el Núcleo acabaría por darse cuenta de lo absurdo de mantener ese espacio vacío, teniendo en cuenta la sobreocupación del resto del recinto. Aunque estrictamente hablando, lo que ocurría es que parecía no haber nada. Se trataba de una tecnología poco extendida, pero que comenzaba a tener sus aplicaciones comerciales, como ocurría con la mayoría de las tecnologías de defensa y seguridad. En el espacio vacío se había aislado una habitación paralela. Una sala común a varios espacios físicos que permitía la reunión pseudofísica de los que entraban en aquel mismo espacio aislado en diversos lugares clave del planeta.

Aunque no se había usado tecnología temporal –aquello hubiese sido demasiado atrevido, incluso para los fanáticos del empleo inmediato de esa tecnología-, la presión que Eva sentía en las sienes cada vez que entraba en aquel recinto –lo que no solía ocurrir a menudo-era similar a la de la entrada y salida de las Líneas.

Los que entraban en el espacio vacío del Núcleo no desaparecían de la vista del resto de los presentes en la Sala, lo que provocaba un efecto extraño. Parecían locos que articulaban incoherencias sin pronunciar sonidos. Se les veía caminar, mover los brazos, abrir la boca. Pero no se oía nada y no se veía a nadie más.

Pero había más gente en el espacio vacío. Mucha en realidad, como pudo comprobar Eva en cuanto traspasó la barrera invisible detrás del Comandante.

Mierda, pensó nuevamente. Esto va de mal en peor.

************


-¿Cómo que no había nada?

-Pues eso, tío, que no había nada.

Jaime frunció el ceño. Aquel chico estaba sacándolo de quicio. Era el peor testigo que había visto en su vida. No podía haber elegido peor. Una mezcla de inseguridad, incoherencia y hormonas que le llevaban alternativamente a comportarse como un machito bravucón de lenguaje chulesco y como un crío asustado que parecía seriamente necesitado de un abrazo maternal.

-A ver, ¿Alex, verdad?, lo intentó de nuevo Jaime, reiniciando la grabación del pequeño soporte que sostenía entre los dedos. Alex miró con curiosidad el aparato. Hacía años que no veía una grabadora física. Hasta él, que no llevaba demasiado bien la navegación neuronal, la empleaba para algo tan simple como el registro sonoro.

-Dejemos eso por el momento. Me has dicho que tu amiga estaba en el Laberinto. Pero la policía nos ha confirmado que no había nadie allí dentro. Que ha sido un pequeño cortocircuito del panel de entrada, y que eso ha provocado los sonidos agudos y que se haya quemado un poco el lateral.

-Que no, tío, que no es eso lo que ha pasado, ni era eso lo que había ahí hace 15 minutos…verás…

-Perdonen…¿Alex? Una mujer de unos cincuenta años, de complexión fuerte y sonrisa amable, se les había acercado sin que Jaime se diese cuenta.

El muchacho asintió, ligeramente desconcertado.

-Soy Elisa, la nueva cuidadora de tu madre. Ha visto lo ocurrido por la red y me ha mandado a buscarte. Está preocupada.

El chico titubeó y miró a Jaime, que revisaba distraído las notas que había tomado para la edición nocturna de su videoblog.

-Yo, no creo que eso…¿mi madre? Me parece que se equivoca…

-Vamos, Alex, tranquilo. La mujer presionó levemente el brazo del muchacho y comenzó a alejarse con él. El chico se giró a medias y volvió a mirar a Jaime. El periodista dudó un momento, el chaval parecía algo alarmado, pero cuando Jaime iba a decir algo, Alex sonrió relajado y se despidió.

-Bah, pensó Jaime, esto es una chorrada. Un chico aburrido e hiperimaginativo. El Laberinto está perfectamente.

Aún así, cierto leve cosquilleo en la punta de los dedos, intuición le gustaba llamarlo, le hizo acercarse de nuevo a la inmensa mole del Laberinto, para volver a observar la zona del cortocircuito. Pensaba en las palabras del chico, pero no tenían sentido. ¿Que no había nada? ¿A qué se refería? Lo único que parecía haber pasado es que una pequeña sobrecarga había fundido uno de los paneles del lateral provocando sonidos similares a chillidos, una fluctuación en la superficie reflectante y una pequeña humareda. Todos los testigos con los que había hablado coincidían en la versión. Salvo el chico y aquella extraña muchacha del abrigo azul que se le había acercado a hurtadillas para susurrarle algo de un segundo jugador. Cuando Jaime había intentado preguntarle algo más, la mujer se había alejado apresuradamente.

-En fin, otro asunto menor. Sería más productivo que volviese a su serie de relatos sobre las “enfermedades núcleo”, parecía que estaban teniendo cierto éxito.

Jaime se acercó con aire cansado a su vieja BMW que había aparcado en el lado norte del Parque. Un par de agentes de policía lo observaban con disimulo.

-¿Informamos de que ha estado hablando con el muchacho?

-No, el chico no le ha dicho nada. La interventora ha aparecido antes de que se fuese de la lengua. No tiene nada. No hay que preocuparse por él. Es un expulsado digital.

-¿En serio? Vaya, creo que es la primera vez que veo alguno. Comentó el policía mientras se volvía para mirar al joven periodista con curiosidad.


SINOPSIS:

El mundo vive en la ilusa creencia de que habitamos una única y estable realidad, avanzada, protegida y libre de problemas graves; Lejos de ser así, siete realidades paralelas, conectadas mediante líneas, cuatro de ellas con fluctuaciones temporales, han aparecido a lo largo de los últimos treinta años. Muy pocos conocen la verdad, y menos aún controlan el juego de las líneas. La Capitán Eva Sima es una de ellos pero el juego ha dado un giro inesperado y ahora tiene muy poco tiempo para ganar la partida. Si quiere evitar que los jugadores de las realidades Beta y Zita invadan nuestro mundo, acabando con nuestros recursos, y diezmando a la población, deberá confiar en Jaime, un joven periodista, que, enfrentado con la abrumadora verdad, no tendrá más remedio que convertirse en jugador.

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